EnglishCuando escuchamos hablar de moneda sólida, el patrón oro y de inversiones en metales preciosos, varios nombres se vienen a la mente: Murray Rothbard, Ron Paul, Doug Casey, Mark Skousen y Harry Browne. Sin embargo, hay un hombre que puede llevarse el crédito de lograr en 1974, casi sin ayuda, la legalización de la tenencia de oro en Estados Unidos: James “Jim” Blanchard, de Nueva Orleans, Louisiana (1943-1999).
Tales fueron las épicas aventuras de Blanchard, y su empeño por la difundir sus ideas, que su bajo perfil es, al mismo tiempo, una sorpresa y una vergüenza. Tan solo me enteré fortuitamente de su historia por haber vivido en Nueva Orleans y asistir a la conferencia de inversión que él fundó en 1971.
La buena noticia es que su mirada sobre la vida, el oro, y el sueño americano está preservada en su autobiografía conversacional de 1990, Confessions of a Gold Bug (gran parte de ella fue dictada).
Además, su hijo Anthem, a quien el libro está dedicado, es un hombre que no ha olvidado. Ha llevado a la moneda a una nueva frontera promocionando unidades digitales respaldadas en oro mediante su negocio de almacenamiento de metales preciosos.
Lo que hace única la historia de Blanchard es que desde los 17 años estuvo paralizado por un accidente de auto. Aunque ya contaba con ideales y un interés en la historia de Estados Unidos, su proceso de rehabilitación —incluyendo un año en México— catalizó su aprendizaje, al tener tiempo para leer.
Decidió convertirse en profesor de Historia, mientras, en paralelo, difundía sus ideas políticas e incursionaba en el mundo de las inversiones con su propia publicación. Eventualmente, su empresa de metales preciosos desplazó su trabajo, y este crecimiento empresarial es el tema predominante en Confesiones, donde un capítulo se titula “Su negocio es su mejor inversión”.
Detrás de su habilidad para los negocios, encontramos la historia de un hombre que embistió contra lo que parecían ser adversarios invencibles: el Gobierno Federal de Estados Unidos y la Reserva Federal. La innovadora desobediencia civil de Blanchard y su diversificado alcance —como un joven adelantado a su tiempo— fue suficiente para avergonzar a los legisladores y llevarlos a que levantasen la prohibición sobre la propiedad privada de oro.
Por ejemplo, durante la asunción del segundo mandato del presidente Richard Nixon, Blanchard contrató un avión para que sobrevolara la ceremonia inaugural con un cartel que decía “Legalicen el oro”. Y un amigo suyo contrabandeó una moneda de oro desde Canadá que él exhibía en las protestas, desafiando a la policía que lo arrestara, para demostrar lo absurdo de la ley.
Pero los esfuerzos por la legalización apenas habían comenzado. Blanchard anhelaba el regreso a la moneda dura establecida en la Constitución de Estados Unidos, y el capitalismo de libre mercado en el país que él amaba. (Ver Reparando el dólar ahora por Judy Shelton para un análisis conciso sobre la caída y el potencial resurgimiento de la moneda dura). En ese sentido, logró atraer tanto a líderes académicos como a los mas destacados defensores del patrón oro para generar ideas en sus conferencias.
Desde Friedrich Hayek y Milton Friedman hasta Edward Harwood, un mentor que fundó el Instituto de Estados Unidos para la Investigación Económica en 1933, Blanchard parecía no escatimar recursos para atraer a los máximos pensadores de la época. De hecho, Ayn Rand brindó su último discurso en público en su evento de 1981, y él, conmovido, contó acerca de su encuentro con la dama que escribió una novela corta, cuyo título dio origen al nombre de su hijo.
Por supuesto, mucho ha ocurrido desde 1990, por lo que la última parte del libro ha quedado desactualizada. Uno fácilmente puede saltearse el capítulo dedicado a las diversas crisis de los 90; y para leer sobre nuevos desarrollos, como las criptomonedas, deberá buscar información en otros lugares.
Pero el valor en Confesiones no reside en los consejos prácticos para aspirantes a inversionistas y empresarios, sino en su historia inspiradora, en la que un hombre emerge de las profundidades para lograr un notable éxito y una vida que merece ser contada. Sus relatos incluyen viajes a América Central, África e incluso el Ártico, y uno de sus consejos pocos convencionales para el éxito es “mezclar negocios y placer”.
Durante todo el libro, Blanchard busca que los lectores conozcan qué lo motiva y las amenazas al sueño americano. El colectivismo es el “enemigo base”, escribe, y su ejemplo demuestra cómo cada persona puede presentarse como un individuo desafiante y orgulloso de su propio interés. Aunque murió a finales de los 90, su libro continúa siendo un regalo y una invitación —incluyendo una larga lista de recomendaciones de escritos y organizaciones— para la próxima generación, aquellos que deseen continuar con su legado.