
EnglishEsta mañana, mi compañero de entrenamiento del gimnasio mencionó que hoy es el Día de las Fronteras Abiertas, promovido por OpenBorders.info, y que ya es su segunda celebración anual. Nunca había oído nada sobre la existencia de tal día, con todo y que la libertad de movimiento es mi máximo interés en cuanto a políticas públicas; lo que evidencia cuán pequeño es el nicho conformado por los promotores de esta idea.
Inmediatamente empezamos a rompernos la cabeza sobre cómo hacer más atractiva — para la mente y el corazón — la idea de que, tal y como Bryan Caplan sostiene, es “el tema político más importante del mundo moderno”.
E inmediatamente nos preguntamos, ¿cómo podría no serlo? ¿Quién no querría poder viajar por el mundo sin problemas y trabajar donde le plazca? Esto podría duplicar la producción económica mundial — “un milagro de crecimiento“, según la Oficina Nacional de Investigación Económica — y a un costo prácticamente nulo.

Sin embargo, la corriente parece estar fluyendo en contra de la libertad de movimiento, de la cual casi todo el mundo disfrutó hasta hace aproximadamente un siglo. En los Estados Unidos, por ejemplo, el Departamento de Seguridad Nacional gastó más de US$ 73 mil millones y desperdició el tiempo de 240.000 empleados durante el año fiscal 2013 (pp. 3,7). Ese costo se incrementará bajo la supuesta “reforma” denunciada por muchos intelectuales nativistas.
Debo añadir que de todo mi trabajo escrito y apariciones en los medios, nada se le asemeja remotamente en cuanto a las feroces críticas que genera — tan fuerte es la xenofobia que existe en los Estados Unidos, al igual que en otras partes del mundo.
Entonces, ¿cómo luchar contra un enemigo tan formidable? Permítanme ofrecer dos puntos de partida o temas que me parece que tienen gran atractivo y peso moral: (1) la humanidad, y (2) la belleza.
La humanidad
El hecho es que la ciudadanía es un sindicato monopolista, y del tipo más pernicioso. Muchos de nosotros tenemos la fortuna de haber nacido siendo miembros de un sindicato poderoso, con relativamente buenas oportunidades dentro de una jurisdicción específica. También disfrutamos de la libertad de al menos viajar a casi cualquier parte del mundo, aunque la capacidad de trabajar y disfrutar de estadías más largas está prácticamente vedada para todos, excepto los más ricos.
Muchas personas carecen de tal suerte, y no porque hayan cometido algún delito. Simplemente son los perdedores en una lotería arbitraria, no son miembros de los sindicatos preferidos, y por lo tanto son rechazados, apartados a un lado.
Los más perjudicados, los que se quedan sin casa a donde ir, son los apátridas. Se han deslizado a través de las grietas en las desalmadas burocracias de inmigración y ciudadanía. Al no poseer nación materna o nacionalidad, son ilegales dondequiera que se encuentren.
Un claro ejemplo es el caso de Mikhail Sebastián, que aunque nació en la antigua Unión Soviética, no es ciudadano de ninguno de los países que surgieron tras su disolución. Su largo peregrinaje en busca de un hogar lo llevó a qudarse varado en la isla de Samoa Americana durante más de un año — confinado a un grado tal que estuvo cerca del suicidio.

Por supuesto, Mikhail la pasa mejor que los cientos, tal vez miles, que mueren todos los años a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos. Sea por asesinato o deshidratación, están condenados por cometer el crimen de querer una vida mejor, de querer escapar de la corrupción de la que son víctimas.
Estas flagrantes injusticias nos obligan a seguir llamando la atención sobre el problema. Su creciente difusión a través del cine y los medios sociales nos brinda un rayo de esperanza en este sentido. Ahora mismo, por ejemplo, estaba chateando a través de Viber con alguien en Rusia que trabajaba en los Estados Unidos, pero que ya no tiene visa y tuvo que regresar. Las víctimas de reglas arbitrarias ahora son más visibles, y películas como 7 Soles (2009) y María Llena Eres de Gracia (2004) son brillantes obras en este género.
La belleza
Tal como David Shellenberger lo expresó, refiriéndose al derrumbe de Venezuela bajo el peso de los controles totalitarios, “El Gobierno crea el caos. El orden proviene de la libertad”.
El movimiento humano, que fluye hacia donde hay relativa libertad, es una demostración de la acción armónica y la elección individual. Permite a los seres humanos perseguir y hacer realidad sus sueños, y ahora me vienen a la memoria dos jóvenes de los Estados Unidos que intentaron atravesar Rusia en bicicleta, a pesar de no tener ningún derecho legal a permanecer en el país por más de 90 días. Tales iniciativas pacíficas de desobediencia civil merecen ser celebradas, no condenadas o mitigadas.
Ayer por la noche también tuve el privilegio de asistir a un concierto de Sting y Paul Simon, dos artistas del más alto calibre. Uno no puede evitar deslumbrarse por el alto grado de especialización y talento que ofrecen, desplegando lo que parecían ser nuevos instrumentistas en el escenario para cada canción.
Tal vez el clímax de la noche se produjo cuando Sting, originario de Inglaterra, recordó su primera llegada a los Estados Unidos en la década de los años 70. Habló de su respeto por Simon y la profunda satisfacción que le produjo la oportunidad de compartir escenario con él.
Luego procedió a cantar uno de los clásicos de Simon:
Seamos amantes, casaremos nuestras fortunas
Tengo una propiedad inmobiliaria aquí en mi bolso
Así que compramos un paquete de cigarrillos y unas tartas Mrs. Wagner
Y nos lanzamos por el camino en la búsqueda de América
~ Paul Simon