EnglishEn la era posterior a la Guerra Fría, las sociedades profundamente divididas han presentado una tendencia cada vez mayor de llegar a una guerra civil. Los casos son innumerables, desde Rwanda hasta Bosnia, con Ucrania que recientemente ha desembocado en un atolladero. En su obra Choque de Civilizaciones, Samuel P. Huntington se refirió a estos países como “países desgarrados”, acosados por diferencias irreconciliables, que en algún momento podrían implosionar.
Las divisiones étnicas son las más extensas, por supuesto, pero las divisiones ideológicas, especialmente aquellas vinculadas a la desigualdad económica, son igual de malas. Venezuela, un país que hace tiempo es conocido por su civilidad y su admiración por el capitalismo, los Estados Unidos y el occidente, rara vez ha sido identificado como un “país desgarrado”. Sin embargo, actualmente se encuentra atrapado en una crisis de gran magnitud, una maliciosa combinación entre un malestar económico de largo plazo y un marco ideológico recién implantado. Desafortunadamente, el Chavismo ha buscado la manera de construir una base de seguidores provenientes de los sectores más pobres de la sociedad, acentuando la división económica y culpando a otros, sin lidiar significativamente con la economía.
Mientras que la frustración y la disidencia aumenta, y el número de muertes y detenciones siga ascendiendo, ¿hay una salida para Venezuela? ¿es la guerra civil inevitable? ¿se ha convertido Venezuela en otro “país desgarrado”? La respuesta se encuentra bajo el manto del legado del fallecido Presidente Hugo Chávez.
A menudo, científicos políticos argumentan que las personas en extrema pobreza no se involucran en la violencia política, revoluciones o guerras civiles. En cambio, los grupos que sí han tenido acceso a un mejor estándar de vida, así esté apenas por encima de la pobreza, y especialmente aquellos que han probado una pequeña pizca de mejora económica recientemente, y que ahora se les niega, son los más volátiles. Esto es lo que se conoce como privación relativa, y puede tener efectos catastróficos cuando las economías se encuentran en declive.
La alternativa más sana está en el desarrollo nacional, lo que generalmente implica la promoción de una “ola” de crecimiento económico, que afecte a todos los botes. Los recursos naturales deben estar destinados para la infraestructura y para proyectos que beneficien a todos. Los que salgan perdiendo no serán por ser víctimas de blancos ideológicos.
En el caso de los seguidores del Chavismo — quienes ahora aparentemente apoyan al sucesor de la “Revolución Bolivariana”, Nicolás Maduro — muchos de ellos representan los venezolanos más pobres del país. Ellos fueron destinatarios seleccionados en el régimen de Chávez y fueron aparentemente comprados como base de apoyo para la “Revolución Bolivariana”.
No obstante, mientras que las condiciones económicas se deterioran aun más, y el régimen abandona el bienestar económico de los más pobres — ya sea por negligencia o analfabetismo económico — las consecuencias podrían ser desastrosas. El retorno a un sentido extremo de privación relativa y pobreza absoluta, complementado con chivos expiatorios, podría ser la receta para una escalada de la violencia generalizada.
Dependiendo en cómo los venezolanos canalicen su desafío, entonces, éste podría ser el escenario para una guerra civil.
A pesar de la pobreza en Venezuela y los boliburgueses, a la “Revolución Bolivariana” le va muy bien. Al enlazar a Venezuela con los regímenes populistas en Bolivia, Ecuador, y especialmente con el régimen intervencionista de Cuba, Chávez introdujo la posibilidad de poder resolver una revuelta interna en Venezuela con intervención extranjera, y por tanto, transformándola en una guerra civil aun más sangrienta.
Los cubanos, en particular, tienen una larga trayectoria de participación en guerras extranjeras y revueltas civiles. Por ejemplo, en Granada en 1983, Cuba envió 700 soldados en apoyo al golpe que asesinó a Maurice Bishop y llevó al poder a otro dictador Marxista aun más radical, Bernard Coard. Luego pelearon contra las tropas estadounidenses enviadas para detener el golpe. Los cubanos batallaron también en apoyo al gobierno MPLA en la guerra civil en Angola, y del lado de Etiopía en la Guerra de Ogaden contra Somalia. El Che Guevara también entrenó a soldados en el Congo, e intentó (muy ineficientemente, y desastrosamente para él) fomentar la revolución en las zonas rurales de Bolivia. Algunos observadores pueden dudar de la posibilidad de que más tropas cubanas sean enviadas a los Bolivarianos en Venezuela, y el probable resultado de esta acción.
Enfrentarse a un régimen despiadado y a sus intimidantes defensores no es tarea fácil. Además, como muchos analistas han afirmado, cualquier intento de guerra civil terminaría en una masacre y en una oposición destrozada, ya que ésta última carece de armas para competir. Al recurrir a la violencia, la oposición también tendría que renunciar a cualquier legitimidad moral.
Hay, no obstante, otro enfoque: crear un consenso, una oposición unida tan grande que penetre las filas militares, la policía, y los marginados quienes son gravemente afectados por la pobreza y el crimen en los barrios de Venezuela. En ese punto, los esfuerzos para reprimir a una oposición pacífica comprometida con la desobediencia civil será fútil. Como Enrique Standish ha escrito, “Hugo Chávez sabía lo que Maduro ahora sabe, que si los barrios de Caracas toman las calles, el régimen caerá”.
Puede que el gobierno le haya concedido ciertos favores a los pobres de Venezuela, quienes tienen una mayor necesidad de aceptación, compartiendo con ellos una parte del botín confiscado y brindándoles un breve y leve alivio bajo la Revolución Bolivariana. Sin embargo, esto ha llegado a implicar un costo enorme, y ellos han sido politizados y movilizados en nombre de una causa divisoria.
Por el otro lado, la clase media venezolana, que a pesar de todo todavía existe, está profundamente agraviada y aún así, ha sido tratada por el régimen como el chivo expiatorio. En su percepción, los recursos irreemplazables, los petrodólares, han sido derrochados en proyectos políticos, en reforzamientos de la base política y en divisiones sociales. Además de esto, políticas punitivas han expulsado la inversión extranjera, la única fuente realista de recursos para el desarrollo del país.
Estas percepciones dicen mucho, y la retórica del régimen continúa enfrentando a los venezolanos en extrema pobreza contra aquellos de la clase media. No obstante, mientras que la situación económica del país sigue, y probablemente seguirá, deteriorándose; el pobre no permanecerá pasivo apáticamente. Ellos experimentarán, como lo ha hecho la clase media venezolana, una dosis poderosa y politizante de privación relativa.
Este ejército de hambrientos ha recibido una pequeña prueba de desarrollo proveniente de una base de recursos que rápidamente disminuye. El truco está en traerlos de alguna manera hacia el otro lado, transmitiéndoles todas las oportunidades que podrán venir con la reducción del proteccionismo autoritario y del intervencionismo, mientras se restablecen los compromisos que destinen los recursos a la infraestrcutura y al desarrollo nacional.
Es eso, o prepárese para presenciar una guerra civil sangrienta en lo que se ha convertido uno de los países más violentos de América Latina.
Daniel Zirker, quien contribuyó a este artículo, es profesor de ciencia política y políticas públicas en la Universidad de Waikato, Nueva Zelanda. Completó su PhD en la Universidad de Alberta, Edmonton, y se especializa en democratización, desarrollo económico, y relaciones cívico-militares.
Traducido por Marcela Estrada.