
El lenguaje fue la revolución tecnológica original. Hace entre 200 000 y 300 000 años, los primeros humanos en África desarrollaron las capacidades cognitivas y sintácticas para estructurar pensamientos en expresiones significativas. Esta innovación no solo transformó la comunicación, sino que también sentó las bases para las matemáticas, la música y el progreso tecnológico. Hoy en día, la inteligencia artificial (IA) presenta un momento de transformación similar que ofrece nuevas formas de procesar, generar y actuar sobre la información a una escala sin precedentes.
El potencial de la IA para mejorar la inteligencia, la productividad y la toma de decisiones humanas es enorme. Aunque algunos advierten de sus riesgos, la historia sugiere que las herramientas revolucionarias impulsan el progreso en lugar de obstaculizarlo.
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Los beneficios económicos por sí solos son asombrosos. Se espera que la IA aporte billones de dólares a los mercados mundiales durante la próxima década, fomentando nuevas olas de prosperidad para las naciones que la integren con éxito. Desde acelerar el descubrimiento de fármacos hasta optimizar las cadenas de suministro, la capacidad de la IA para agilizar procesos complejos tendrá profundas implicaciones tanto para las empresas como para los consumidores. Por el contrario, los países que se quedan atrás en el desarrollo de la IA pueden encontrarse en desventaja competitiva, especialmente en seguridad nacional y estabilidad económica. A medida que la adopción de la IA remodela las industrias globales, las naciones que dudan en adoptarla corren el riesgo de quedarse atrás no solo económicamente, sino también en soberanía tecnológica. La carrera en curso entre Estados Unidos y China por dominar la IA subraya su importancia estratégica.
Sin embargo, a pesar de estas oportunidades, Estados Unidos parece dudar. El escrutinio regulatorio de la IA algorítmica, una forma de IA que se basa en reglas derivadas de patrones de datos y entrenamiento pasado para analizar información y hacer recomendaciones, va en aumento. Mientras que la IA generativa, que crea nuevos contenidos, es relativamente nueva, la IA algorítmica se ha empleado durante mucho tiempo en industrias que van desde la logística hasta las finanzas, optimizando las estrategias de precios y aumentando la eficiencia. Empresas como Amazon y Walmart confían en la fijación de precios basada en la IA para ajustar los precios de forma dinámica, mientras que los consumidores se benefician de precios más bajos en bienes y servicios menos demandados. La IA algorítmica también es fundamental en sectores como el energético, donde ayuda a equilibrar las redes eléctricas, y en la agricultura, donde optimiza el uso del agua y el rendimiento de los cultivos. A pesar de su eficiencia, persisten las preocupaciones regulatorias, a menudo basadas en los peores escenarios posibles en lugar de en pruebas reales de daños.
Irónicamente, el propio gobierno de EE. UU. ha adoptado la IA para la toma de decisiones. Las agencias federales utilizan la IA para fijar el precio de las autopistas de peaje, detectar pagos fraudulentos, evaluar el riesgo de suicidio entre los veteranos y agilizar las solicitudes de discapacidad del Seguro Social. Estas aplicaciones demuestran cómo la IA puede mejorar la eficiencia, reducir el error humano y mejorar los resultados para millones de ciudadanos. Sin embargo, los reguladores están ahora examinando las aplicaciones del sector privado, en particular en la fijación de precios de hoteles y alquileres, donde el Departamento de Justicia ha señalado preocupaciones más amplias sobre el papel de la IA en los modelos de fijación de precios. Esta paradoja, en la que la IA se celebra en el uso público pero se teme en la empresa privada, plantea cuestiones críticas sobre si las regulaciones están siendo impulsadas por la lógica económica o por preocupaciones políticas.
Los desafíos legales ya han puesto de manifiesto las debilidades de la postura del gobierno. Al sopesar la posición del gobierno, los jueces han tenido dificultades con el hecho de que las empresas han tenido libertad para ignorar las recomendaciones de precios del software de IA. Muchos estados han incluso prohibido a los gobiernos locales promulgar leyes de control de alquileres debido a sus impactos económicos a largo plazo, pero limitar la IA algorítmica haría prácticamente lo mismo. Corremos el riesgo de repetir estos errores políticos: limitar la eficiencia del mercado y, en última instancia, perjudicar a los consumidores en lugar de protegerlos.
A nivel internacional, el panorama regulatorio varía. Dicho esto, la Unión Europea y ciertos estados de EE. UU. están buscando una supervisión más estricta de la IA, y su precaución corre el riesgo de sofocar la innovación y obstaculizar la capacidad de la IA para mejorar la eficiencia en la atención médica, la planificación urbana y las operaciones de mercado. En pocas palabras, no se debe permitir que las políticas basadas en el miedo descarrilen su potencial transformador.
El progreso humano siempre ha dependido de nuestra voluntad de adoptar tecnologías transformadoras. Al igual que el lenguaje catalizó el avance de la civilización, la IA ofrece una oportunidad única para impulsar el potencial humano. Si la historia sirve de guía, aquellos que adopten la innovación liderarán el futuro.
Este artículo apareció originalmente en la Fundación para la Educación Económica.
Param Vir Singh es Decano Asociado de Investigación y Profesor Carnegie Bosch de Tecnologías Empresariales y Marketing.