
El 9 de marzo, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum convocó una manifestación masiva en la plaza central de Ciudad de México, el Zócalo, para celebrar la respuesta de su administración a las últimas disputas arancelarias de Estados Unidos. El Financiero, un importante periódico mexicano, bautizó el evento como el Arancel-Fest.
¿Por qué celebrar? Pocos días antes, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, había adoptado una postura firme: no se revertirían los aranceles del 25 % impuestos a las importaciones de Canadá y México. Sin embargo, tras una reunión con Sheinbaum, Trump acordó retrasar la implementación, reabriendo las negociaciones el 2 de abril. A los ojos de México, eso es una gran victoria política.
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Las exigencias de Trump a México fueron claras: mayor cooperación para detener el flujo de fentanilo hacia EE. UU. y medidas más estrictas para frenar la inmigración ilegal. Como autoproclamado «hombre de los aranceles», Trump ha utilizado a menudo las restricciones comerciales como herramienta de negociación para presionar a otros países para que adopten determinadas políticas.
El costo económico de los aranceles
Los aranceles perjudican principalmente a los consumidores. Douglas Irwin, un destacado economista comercial, señala que los impuestos a la importación reducen inevitablemente la capacidad de exportación de un país. Los aranceles propuestos por Trump afectarían negativamente al bienestar de los ciudadanos estadounidenses, como se analiza en detalle aquí y aquí.
Pero, ¿qué pasa con México?
Aproximadamente el 80 % de las exportaciones de México, que van desde productos agrícolas y manufacturados hasta automóviles, tienen como destino Estados Unidos. Entre los sectores más vulnerables se encuentra la industria automotriz, donde las cadenas de suministro están profundamente entrelazadas. Las piezas de automóviles individuales a menudo cruzan la frontera entre Estados Unidos y México varias veces antes del ensamblaje final.
Los aranceles aumentarían instantáneamente el coste de los productos fabricados en México, lo que provocaría la pérdida de puestos de trabajo en industrias clave. El Peterson Institute for International Economics estima que México sufriría enormes pérdidas si se aplicaran los aranceles. Las exportaciones representan casi el 40 % del PIB de México. Los aranceles serían especialmente perjudiciales, dado que la anterior administración de México supervisó un crecimiento económico casi nulo.
Las frágiles perspectivas económicas de México
Más allá de la amenaza arancelaria, México también se enfrenta a profundos desafíos institucionales. Las recientes reformas judiciales han debilitado los principales controles y equilibrios democráticos. Mientras tanto, la postura del gobierno hacia la apertura económica es cada vez más escéptica, lo que refleja una tendencia nacionalista más amplia que da prioridad a la autosuficiencia, un cambio que podría conducir a un mayor aislamiento económico.
La historia sugiere que el proteccionismo sería la respuesta equivocada a una economía débil. Durante gran parte del siglo XX, México persiguió la industrialización por sustitución de importaciones (ISI), una estrategia que condujo al estancamiento económico, a los monopolios controlados por el Estado y a una eventual crisis de la deuda en la década de 1980. En la década de 1990, México cambió de rumbo y adoptó el libre comercio a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Los beneficios económicos de este cambio fueron significativos. Una investigación de Aguayo et al. (2010) descubrió que la liberalización del comercio benefició especialmente a las mujeres mexicanas, aumentando su acceso a una mayor variedad de bienes y servicios adaptados a sus preferencias:
“Hemos observado que el salario relativo de las mujeres aumentó, especialmente durante el período de liberalización… Por último, hemos encontrado indicios de que el poder de negociación de los hogares se ha desplazado a favor de las mujeres. El gasto se ha desplazado de bienes asociados a las preferencias masculinas, como la ropa de hombre y el tabaco y el alcohol, a bienes asociados a las preferencias femeninas, como la ropa de mujer y la educación”.
La apertura económica ha sido una bendición para México.
Un arriesgado paso atrás
Revertir la integración económica de México con EE. UU. sería costoso para ambos países. Para México, significaría perder el acceso a su mercado más importante, alterar las industrias y erosionar sus ventajas comparativas. Mientras tanto, los aranceles proporcionarían al gobierno de Sheinbaum un chivo expiatorio conveniente, permitiéndole culpar a fuerzas externas de los fracasos económicos internos en lugar de abordar las causas fundamentales del estancamiento.
En lugar de responder a las políticas proteccionistas de Trump con más proteccionismo, México estaría mejor si redoblara su apuesta por la apertura económica. Una retirada hacia el nacionalismo económico solo repetiría los errores del pasado, errores que México ya no puede permitirse cometer.
Este artículo apareció originalmente en la Fundación para la Educación Económica.
Sergio Adrián Martínez García es Asociado Editorial en FEE. Es economista mexicano de la Universidad Autónoma de Nuevo León.