La presidente de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, se apartó oficialmente del liderazgo la semana pasada tras dos décadas dirigiendo la agenda política de los demócratas de la Cámara baja.
No se puede negar el carácter histórico del mandato de la legisladora californiana, cuyo liderazgo comenzó en 2002, cuando se convirtió en la primera mujer elegida portavoz de la minoría en la Cámara de Representantes. Posteriormente, ocupó la presidencia de la Cámara en dos ocasiones (de 2007 a 2011 y de 2019 a 2023), lo que la convirtió en la única mujer presidenta de la Cámara en la historia y en una de las pocas que ocupó el cargo durante mandatos no consecutivos.
En lo que respecta a carreras políticas, la de Pelosi ha sido un claro éxito. Sin embargo, mientras los periodistas escriben retratos hagiográficos de su carrera, un aspecto del legado de Pelosi ha recibido poca atención: la enorme deuda federal acumulada desde que ella ascendió al liderazgo en Washington.
Cuando Pelosi se convirtió en líder de la minoría en 2003, la deuda nacional ascendía a 6,2 billones de dólares. Cuando asumió la presidencia, la deuda nacional ascendía a 31,5 billones de dólares. En otras palabras, cerca del 80% de la deuda acumulada en toda la historia de Estados Unidos se acumuló desde que Pelosi ascendió a un puesto de liderazgo en el Congreso.
Esto no significa, por supuesto, que Pelosi sea la única responsable de la crisis de deuda a la que se enfrenta Estados Unidos. La lista de los culpables es larga e incluye a miembros de los dos principales partidos políticos.
Los demócratas parecen contentarse con pasar la factura a las generaciones futuras.
Dicho esto, es difícil encontrar un solo político de cualquier partido que tenga más responsabilidad que Pelosi. Durante años, Pelosi defendió a capa y espada las normas de pay-as-you-go (en español, pago por uso o pago progresivo) en la Cámara de Representantes, aparentemente diseñadas para evitar nuevos gastos deficitarios, y sin embargo el gobierno estadounidense acumuló una cantidad de gasto deficitario sin precedentes bajo su mandato.
El proceso se vio favorecido por la negativa de Pelosi a permitir enmiendas en el hemiciclo y por su adopción de enormes proyectos de ley ómnibus que los congresistas no tuvieron tiempo de revisar.
“Ningún otro portavoz, presidente o líder de la mayoría del Senado puede siquiera acercarse a su indudable historial de gasto deficitario”, afirma el representante de Kentucky Thomas Massie.
Muchos progresistas lo negarán, por supuesto. Se encogerán de hombros ante el proceso antidemocrático. Argumentarán que aprobar el Obamacare era un imperativo moral y culparán de la deuda a la excursión de 20 años del Gobierno en Afganistán (una guerra a favor de la cual votó Pelosi). Denunciarán los recortes fiscales republicanos “para los ricos”.
Esta doble moral es de esperar. Mientras tanto, la relación deuda/PIB del país ha alcanzado el 122 %, por encima del nivel máximo sostenible, según los economistas del Fondo Monetario Internacional.
A pesar de las desalentadoras cifras (y de la histórica inflación), la orgía de gasto continúa en Washington.
Además de la ley ómnibus de 1,7 billones de dólares aprobada recientemente, muchos están presionando para “cancelar” las deudas de los préstamos estudiantiles, una política que Pelosi apoya (aunque lanzó un órdago al admitir que el presidente carece de autoridad para aprobarla unilateralmente). Medicare para todos y la educación preescolar universal siguen siendo objetivos prioritarios.
Que los demócratas no tengan un plan serio para pagar nada de esto no parece preocuparles. Parecen contentos con pasar la factura a las generaciones futuras. Esto no es socialismo en el sentido tradicional, pero recuerda la ocurrencia del economista francés Frédéric Bastiat de que “el Estado es esa gran ficción por la que todos intentan vivir a expensas de todos los demás”.
Aunque los estadounidenses no vean los costes de estas políticas, existen. El gobierno gasta actualmente 400.000 millones de dólares al año sólo para financiar los intereses de su deuda. Se espera que esos costes alcancen los 1,2 billones de dólares anuales en 2032.
“Dentro de 10 años, el gobierno federal gastará más en intereses de lo que ha gastado históricamente en I+D, infraestructuras y educación juntas”, concluyeron los investigadores de la Fundación Peter G. Peterson.
Los estadounidenses fueron advertidos de esto.
George Washington advirtió largo y tendido sobre la naturaleza destructiva de la deuda, y a él se unieron Ben Franklin, James Madison y Thomas Jefferson, el último de los cuales calificó la deuda pública como “el mayor de los peligros que hay que temer.”
Afortunadamente para Pelosi, el problema ya no es suyo. Está cabalgando hacia la puesta de sol como una mujer muy rica.
No sabemos cómo verán los historiadores futuros el mandato de la expresidente, pero es seguro decir que los fundadores habrían visto su legado como un desastre.
Este artículo apareció originalmente en The American Spectator. Luego en FEE.org
Jonathan Miltimore es el editor gerente de FEE.org. ( Síguelo en Substack ). Sus escritos y reportajes han sido objeto de artículos en la revista TIME, The Wall Street Journal, CNN, Forbes, Fox News y Star Tribune.