En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021, el presidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa, pronunció un discurso en el que presumía de la evolución de su país hacia la agricultura sostenible. Menos de un año después, miles de esrilanqueses se enfrentan a la hambruna y el presidente Rajapaksa está exiliado en Singapur, todo ello como consecuencia de sus desastrosas políticas agrícolas y medioambientales.
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A principios de julio, miles de manifestantes derrocaron al gobierno de Sri Lanka, en parte por la ira ante la dramática caída de la producción de alimentos en todo el país. Esta crisis no era inevitable. La escasez se debió a la destrucción sistemática de la agricultura de Sri Lanka por parte de un régimen tan centrado en parecer consciente del medio ambiente que se cegó ante el desastre humanitario que estaba creando. Los responsables políticos estadounidenses harían bien en aprender las lecciones de Sri Lanka.
Sin embargo, las cosas no siempre fueron tan malas en Sri Lanka. Hasta 2019, el país contaba con un próspero sector agrícola, que producía suficiente arroz para alimentarse y suficiente té para constituir el 70 % de sus exportaciones. Al salir de la escasez de alimentos de la década de 1970, el uso generalizado de técnicas agrícolas modernas, especialmente de fertilizantes químicos, había convertido a Sri Lanka en el “granero del este” durante los últimos 40 años.
El presidente Rajapaksa invirtió este progreso. En contra del consejo de los agrónomos del país, prohibió los fertilizantes químicos y los pesticidas. Su administración argumentó que el uso de fertilizantes químicos creaba niveles inseguros de emisiones de gases de efecto invernadero y desestabilizaba los ecosistemas locales. Como nación insular, Sri Lanka es especialmente vulnerable al cambio climático, lo que añadió un sentido de urgencia a su prohibición.
Sólo en los primeros seis meses de la prohibición, el rendimiento del arroz cayó un 20 %, mientras que el del té lo hizo en un 18 %. El gobierno se apresuró a responder a la crisis importando arroz por valor de casi 500 millones de dólares y levantando parcialmente la prohibición para los cultivos de exportación, pero la crisis no hizo más que agravarse. El 90% de los habitantes de Sri Lanka empezaron a saltarse las comidas para ahorrar dinero.
Mientras tanto, la pérdida de sus principales exportaciones, junto con el dinero gastado en rescatar a los agricultores e importar arroz, provocó una crisis financiera. La inflación alcanzó el 54 % y, en mayo de 2022, Sri Lanka dejó de pagar sus deudas.
A la luz de esta crisis provocada por el hombre, el derrocamiento del régimen de Rajapaksa no es una sorpresa. El efímero intento de Sri Lanka de pasar a la agricultura orgánica no produjo más que miseria e inestabilidad política masiva.
¿Qué lecciones puede aprender Estados Unidos de este desastre? En primer lugar, la importancia de proteger el gobierno libre y abierto y la libertad económica.
El economista y filósofo indio Amartya Sen dijo famosamente: “Nunca se ha producido una hambruna en la historia del mundo en una democracia que funcione”. Aunque Sri Lanka era nominalmente una democracia, en la práctica, la autoritaria familia Rajapaksa controlaba en gran medida el ámbito político, lo que provocó directamente esta crisis.
En segundo lugar, Sri Lanka sirve de advertencia a Estados Unidos sobre los peligros del falso ecologismo. Con demasiada frecuencia, los defensores bienintencionados de la protección de nuestro planeta adoptan soluciones que parecen verdes, pero que en realidad son perjudiciales para el medio ambiente y el bienestar humano. Muchos ecologistas y políticos occidentales aconsejaron y apoyaron las reformas de Rajapaksa; después de todo, ¿qué puede tener de malo la agricultura “ecológica”?
Esto debería servir como un recordatorio más de que no basta con que una medida utilice las palabras relacionadas con lo verde correctamente.
Para ser claros, los fertilizantes y pesticidas químicos pueden ser perjudiciales para el medio ambiente. Pueden aumentar las emisiones, contaminar los ecosistemas locales y perjudicar la salud de la comunidad. Pero también tienen beneficios para el medio ambiente. La llamada “revolución verde” supuso un aumento del 300 % en el rendimiento de los cultivos, acompañado de un incremento del 30 % en el uso de la tierra para la agricultura. Esto permitió a la humanidad cultivar más alimentos en menos tierra, una victoria humanitaria y medioambiental.
Por desgracia, Occidente no ha aprendido del desastre de Sri Lanka. En los Países Bajos, las nuevas y estrictas normas gubernamentales sobre las emisiones de fertilizantes están provocando una revuelta popular entre los agricultores. En Canadá, el Primer Ministro Justin Trudeau está forzando una reducción del uso de fertilizantes químicos obligatoriamente, en contra del consejo de los agrónomos canadienses.
Estados Unidos haría bien en mirar a Sri Lanka y recordar dos verdades que muchos políticos han olvidado: Forzar cambios económicos radicales con el poder ejecutivo rara vez termina bien, y sonar “verde” no es lo mismo que ser verde.
Este artículo fue publicado inicialmente en FEE.org
Jackson Paul es pasante de política para la American Conservation Coalition. Encuéntralo en Twitter: @CJacksonPaulTX