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La invasión de México que no se produjo y el peligro de propagar la libertad con espadas

La presencia de una monarquía europea en México estuvo a punto de provocar otro conflicto tras la Guerra Civil estadounidense. Afortunadamente, prevalecieron las cabezas frías

FEE por FEE
9 marzo, 2022
en Columnistas, Estados Unidos, México, Opinión, Política, Sociedad
FacebookTwitterTelegramWhatsapp
La invasión de México que no se produjo y el peligro de propagar la libertad con espadas
Donde más difieren los historiales de Washington y Grant es en la raza. (FEE.org)

Durante años he considerado al héroe de la Guerra Civil norteamericana, Ulysses S. Grant, como el presidente más infravalorado de la historia de Estados Unidos.

Es raro encontrar a Grant, quien presidió el desordenado trabajo de la Reconstrucción tras la guerra más sangrienta de la historia de Estados Unidos, entre los diez primeros de la lista de los historiadores, aunque su prestigio ha aumentado desde el año 2000.

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Mi estima por Grant no hizo más que aumentar al leer Grant, la biografía más vendida de Ron Chernow sobre el 18º presidente. Chernow, el biógrafo ganador del Premio Pulitzer que escribió Hamilton, inspiración del musical Broadway de Lin-Manuel Miranda, desmenuza una figura cuyo carácter e historia reflejan en muchos aspectos al venerado George Washington.

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Ambos hombres fueron primero soldados, poseedores de un estoicismo, una fortaleza, una integridad, unas agallas y una determinación casi antinaturales. Ambos llegaron a la presidencia tras liderar a su país en guerras exitosas. Ambos demostraron que eran mucho más que simples generales de campo después de ser elegidos, conduciendo a la nación a través de algunos de los capítulos más difíciles de su historia.

Donde más difieren los historiales de Washington y Grant es en la raza. Mientras que Washington mantuvo a los esclavos hasta su muerte, Grant en contra de décadas de historia «muy equivocada», en palabras de Chernow- hizo más por extender la libertad a todas las razas que casi cualquier presidente de la historia.

El gran orador Frederick Douglass dijo que Grant fue «el vigilante, firme, imparcial y sabio protector de mi raza». El distinguido historiador Sean Wilentz apuntó más recientemente a las afirmaciones de que Grant hizo poco para promover la igualdad racial en el sur del país devastado por la guerra, donde los plantadores blancos trataron de mantener el poder con violencia y terror contra los negros liberados y los blancos republicanos.

«Las pruebas demuestran claramente que [Grant] creó el historial más auspicioso en materia de igualdad racial y derechos civiles de todos los presidentes desde Lincoln hasta Lyndon B. Johnson», dijo Wilentz.

Grant es una figura impresionante, pero también tenía defectos más visibles que los de Washington. El alcoholismo de Grant está bien documentado, así como su carácter confiado, que le llevó a ser estafado en numerosas ocasiones. También se enfrentó a cargos de corrupción durante su presidencia.

Una debilidad menos escudriñada fue que Grant quizás llegó a apreciar demasiado el poder de la espada, tras sus victorias durante la Guerra Civil.

Un juego peligroso

En diciembre de 1861, mientras la Confederación y la Unión se enfrentaban, el emperador Napoleón III de Francia invadió México. El pretexto para este ataque fue que México se había negado a pagar su deuda externa, pero la verdadera razón de la invasión fue que Napoleón III vio la oportunidad de expandir su imperio en América Latina mientras los estados estadounidenses se peleaban entre sí.

Aunque el acto agresivo era una clara violación de la Doctrina Monroe, Abraham Lincoln —ocupado luchando contra la Confederación en múltiples frentes— no pudo hacer mucho más que apuntalar las fuerzas del Norte en Texas para desalentar una invasión.

Aunque los combatientes mexicanos fueron capaces de rechazar la invasión francesa el 5 de mayo de 1862 en la batalla de Puebla, los franceses terminaron capturando la Ciudad de México. El 10 de abril de 1864, el archiduque austriaco Maximiliano se juró como primer (y único) emperador del Segundo Imperio Mexicano.

La presencia de una monarquía europea en el continente norteamericano irritó a Grant por varias razones. Había llegado a amar al pueblo y a la tierra de México, país que visitó en su gira durante la Guerra México-Americana, un conflicto que consideraba profundamente injusto (a pesar de su ejemplar servicio en la guerra).

Grant también veía la acción como nada menos que un acto de guerra contra los Estados Unidos. Tras la rendición del Ejército del Norte de Virginia por parte de Robert E. Lee en Appomattox Courthouse -que prácticamente puso fin a la Guerra de Secesión-, un joven oficial del Estado Mayor dijo que Grant expresó sus sentimientos en tres breves palabras.

«Ahora por México», dijo Grant, quien comandaba la fuerza de combate más letal del mundo.

En mayo de 1865, con la Confederación derrotada, Grant comenzó a enviar decenas de miles de tropas bajo el mando del general Phil Sheridan hacia el Río Grande. Ostensiblemente, las tropas fueron enviadas para pacificar a los soldados bajo el mando del general confederado Kirby Smith, cuyo ejército se estaba disolviendo en Texas y partes de Luisiana. Pero la correspondencia de Grant sugiere que tenía otros motivos, viendo la oportunidad de una guerra que sería «corta, rápida, decisiva y seguramente triunfante».

«Con México», concluye Chernow, «Grant jugó un juego peligroso, con la esperanza de reunir al Norte y al Sur bajo la bandera de una guerra popular en el extranjero».

Apunta justo aquí

Grant expuso sus argumentos oficiales a favor de la confrontación con Maximiliano en una reunión del gabinete del 16 de junio de 1865, argumentando que los restos del destrozado ejército confederado acudirían a México y se unirían a los ocupantes franceses, lo que llevaría a la guerra. Grant propuso que el Gobierno estadounidense emitiera una protesta formal contra la existencia de la monarquía de Maximiliano.

Durante una entrevista con The New York Times a finales de ese verano, Grant dejó claro su punto de vista, advirtiendo que «los franceses tendrían que abandonar México pacíficamente, si así lo decidían, pero a la fuerza si se negaban».

Una persona que veía la situación de forma diferente era el Secretario de Estado, William Seward, el afable orador abolicionista de Nueva York que meses antes había sido desfigurado por un ataque con cuchillo cuando Lincoln fue disparado en el Teatro Ford.

Seward estaba a favor de una política menos conflictiva con Francia, diciéndole a Grant que no había necesidad de «herir el orgullo francés» con amenazas cuando la situación en México se estaba deteriorando.

«[El reinado de Maximiliano] estaba pereciendo rápidamente», le dijo Seward a Grant, «y, si se le dejaba solo, Maximiliano se iría en menos de seis meses, tal vez en sesenta días, mientras que, si interferíamos, se prolongaría su estancia y el Imperio también».

A Grant no le convenció este intercambio. Siguió favoreciendo la confrontación con México, apoyando una carta del general Phil Sheridan (leída en voz alta por un enfadado presidente Andrew Johnson en una reunión del gabinete) en la que se afirmaba que su ejército estaba «en magnífico estado de forma» y esperaba ansiosamente «el placer de cruzar el Río Grande». Grant también abogó por el envío del general John Schofield a México para que actuara como intermediario con las fuerzas de la resistencia en ese país, una medida que podía enredar a Estados Unidos en el conflicto.

Seward y otros miembros del gabinete estaban horrorizados por la belicosidad de Sheridan y Grant. El secretario del Tesoro, Hugh McCullough, explicó que otro conflicto podía llevar a la quiebra al gobierno estadounidense, mientras que Seward le dijo a Grant que «si entrábamos en la guerra y expulsábamos a los franceses, no podríamos salir nosotros mismos».

Algunos de los presentes en las reuniones dijeron que Seward actuaba con sabiduría, mientras que Grant parecía regido por sus pasiones.

«Seward actúa desde la inteligencia, Grant desde el impulso», observó el Secretario de Marina y diarista Gideon Welles después de un encuentro.

Afortunadamente, el hábil Seward fue capaz de superar a Grant, a pesar de la gran influencia del general en la administración. Seward dirigió astutamente a Schofield hacia Francia en lugar de México – «pon tus piernas bajo la caoba de Napoleón y dile que se vaya de México», le dijo a Schoefield- y desvió los intentos de Grant de imponer un enfoque más conflictivo.

Los acontecimientos pronto demostrarían que la afirmación de Seward -que el imperio de Maximiliano estaba «pereciendo rápidamente»- era correcta. En enero de 1866, Napoleón III anunció sus planes de iniciar la retirada de Francia de México.

El 19 de junio del año siguiente, el emperador Maximiliano entregó una moneda de oro -un Maximilian d’or– a varios soldados mexicanos, diciéndoles: «Muchachos, apunten bien, y apunten justo aquí», señalando su corazón.

Maximiliano fue entonces ejecutado por un pelotón de fusilamiento, junto con dos de sus generales. Se negó a que le vendaran los ojos.

En busca de monstruos que destruir

Hay que elogiar a Seward por su sangre fría durante el enfrentamiento con Francia por México. Si algo nos han enseñado los últimos acontecimientos de la historia de Estados Unidos es que entrar en las guerras es mucho más fácil que salir de ellas.

No cabe duda de que Grant tenía razón en que su ejército habría aplastado a las fuerzas de Maximiliano, pero lo que habría venido después no está nada claro. Los conflictos de liberación en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán han demostrado que el ejército estadounidense es capaz de ganar batallas, pero las victorias siempre vienen acompañadas de nuevas responsabilidades y «retrocesos» (por utilizar un término popularizado por Ron Paul), y a menudo de más combates.

George Washington fue considerado durante mucho tiempo el mejor soldado de la historia de Estados Unidos hasta Grant, cuyos logros en las batallas, según algunos, superaron a los del primer presidente de Estados Unidos. Pero Washington parecía haber sacado algo de sus años de guerra que Grant tal vez no aprendió, al señalar en su discurso de despedida que «podemos estar siempre preparados para la guerra, pero nunca hay que desenvainar la espada si no es en defensa propia….».

Un futuro presidente ampliaría más tarde la advertencia de Washington sobre el uso del poder para difundir la libertad en el extranjero.

«Dondequiera que el estandarte de la libertad y la Independencia haya sido o sea desplegado, allí estará su corazón, sus bendiciones y sus oraciones», comentó John Quincy Adams en 1821. «Pero no va al extranjero en búsqueda de monstruos que destruir. Es defensora de la libertad y la independencia de todos. Ella es la defensora y vindicadora sólo de los suyos».

Lo que John Quincy Adams comprendió fue que al mundo nunca le faltarán monstruos que destruir, algo que incluso grandes hombres como US Grant olvidó a veces.

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Mientras las tensiones aumentan en todo el mundo con el estallido de la guerra en Europa, haríamos bien en recordar que el mayor aliado de la libertad es la paz y su mayor enemigo la guerra.

Este artículo fue publicado inicialmente en FEE.org


Jonathan Miltimore es el editor gerente de FEE.org. Sus escritos y reportajes han sido objeto de artículos en la revista TIME, The Wall Street Journal, CNN, Forbes, Fox News y Star Tribune.

Etiquetas: guerra civilInvasiónLibertadUlysses Grant
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