Un nuevo informe encargado por la Asociación Médica Canadiense (*CMA) examina las repercusiones sanitarias más amplias del COVID-19 en Canadá. El informe de noviembre, titulado *A Struggling System, explora una serie de problemas crecientes, desde cuestiones de salud mental hasta el abuso de sustancias y el deterioro de parámetros sociales para la salud. Lamentablemente, el informe también confirma un hecho que muchos han sospechado desde el principio: que los retrasos en la atención han provocado miles de muertes evitables.
“Aunque no es sorprendente que en 2020 murieran más canadienses que en un año normal”, escriben los autores, “el excedente en número de muertes fue mayor de lo que puede explicar el COVID-19 por sí solo”. Aunque puede haber varios factores que influyen en este excedente de muertes, el retraso o la falta de atención debido a los cierres de los servicios y la falta de capacidad suficiente en los sistemas de salud sobrecargados puede ser el número uno que contribuya a este aumento”.
Tras analizar los datos, los autores estimaron que el retraso y la falta de atención sanitaria contribuyeron a más de 4.000 muertes en exceso, no relacionadas con el COVID-19 entre agosto y diciembre del 2020. Sin hablar del número total de muertes, hasta la fecha, que pudieron haber sido evitadas durante la pandemia, el cual es probablemente mucho mayor.
Pero, ¿qué tan graves son los retrasos? Pues bien, el informe estimó retrasos para ocho procedimientos seleccionados. De estos ocho procedimientos, la cirugía de cáncer de mama es la que menos retraso tiene, con 46 días, mientras que las prótesis de cadera son las que más retraso tienen, con 118 días.
Estas esperas pueden parecer largas por sí solas, pero hay que tener en cuenta que se trata sólo de las esperas adicionales causadas por el COVID-19 y los bloqueos, no del tiempo total de espera.
Para estimar los tiempos de espera totales, podemos añadir las cifras de atrasos a las cifras pre-pandémicas del informe de 2019 *Waiting Your Turn del *Instituto Fraser. El informe señala que el promedio en el tiempo de espera nacional para los reemplazos de rodilla y cadera en 2019 fue de 28.6 semanas (200 días), y que para las cirugías de cataratas la espera fue de 18 semanas (126 días). Sumando estos a los números de atraso anteriores, podemos estimar que los tiempos de espera totales actuales son de 304 días para los reemplazos de rodilla, 318 días para los reemplazos de cadera y 231 días para la cirugía de cataratas. En resumen, no es un buen momento para estar en el mercado de procedimientos médicos.
Por supuesto, el retraso puede desaparecer, pero tiene un precio muy alto. Según el informe de la CMA, el costo de volver a los tiempos de espera anteriores a la pandemia se estima en 1.300 millones de dólares.
¿Y el costo de eliminar la espera por completo? Bueno, no nos adelantemos.
Diagnosticando del problema
Si hay un aspecto positivo de este informe, es el hecho de que la gente parece estar despertando por fin a las repercusiones negativas de los cierres. Durante meses, los médicos han advertido de las consecuencias no deseadas del cierre de servicios “no esenciales”, en concreto de los riesgos para la vida asociados con la reducción de atención médica. Pero tal vez se necesiten datos tan aleccionadores como éste para mostrarle a la gente el grado de repercusión que tienen los cierres en nuestra salud y bienestar.
Sin embargo, aunque los cierres han desempeñado un papel importante e inexcusable en estos retrasos, no son la única causa del problema. Como señala el informe, otro factor que condujo a estos desastrosos resultados fue la falta de capacidad suficiente.
Aquí, por supuesto, es donde los políticos y los expertos se hacen notar. En su opinión, la raíz del problema es la falta de financiación. Razonan que, si el sistema tuviera más inversión, la escasez de atención sanitaria no sería un problema. Una vez aceptada esta premisa, el debate sobre la sanidad se convierte en una discusión sobre la cantidad exacta de fondos necesarios para “arreglar” el sistema.
El problema de esta prescripción política es que parte de un diagnóstico erróneo del problema. En realidad, los pésimos resultados de este informe no indican que el sistema “sólo necesita más financiación”. Son una indicación de que la asistencia sanitaria socializada simplemente no funciona. De hecho, la escasez y los retrasos que se han convertido en algo habitual en la sanidad canadiense no son una casualidad. Son el resultado natural de prohibir los mercados privados y sustituirlos por una planificación centralizada de arriba abajo.
Esta es la parte más frustrante de la política sanitaria en Canadá. Por muy mal que funcione el sistema, por mucha gente que muera, los canadienses se niegan a considerar siquiera la posibilidad de que el problema radique en el hecho de que el sistema esté planificado de forma centralizada. La solicitud es siempre por más financiación, y nunca por más libertad. Pero lanzar más dinero a un sistema roto nunca lo arreglará. La única manera de mejorar realmente el sistema es permitir que el libre mercado satisfaga las necesidades de la gente.
La planificación central es lo que nos ha metido en este lío. No será lo que nos saque de él.
Lo que se ve y lo que no se ve
Dejando de lado los problemas más generales de la sanidad socializada, hay una lección más específica que aprender con respecto a los cierres. La lección, por decirlo de forma sencilla, es que las medidas bien intencionadas suelen tener efectos secundarios perjudiciales que pueden ser difíciles de prever. Frédéric Bastiat lo señaló en su famoso ensayo de 1848, *Lo que se ve y lo que no se ve.
“En el ámbito de la economía”, escribió, “un acto, un hábito, una institución, una ley, da lugar no sólo a un efecto, sino a una serie de efectos. De estos efectos, sólo el primero es inmediato; se manifiesta simultáneamente con su causa: se ve. Los demás se desarrollan en sucesión: no se ven”.
El exceso de muertes asociadas con los retrasos en atención son un trágico recordatorio de los tremendos daños no percibidos que han creado los cierres. Por supuesto, puede ser tentador restarle importancia a estos efectos y redoblar las intervenciones no farmacéuticas. Pero quizá sea el momento de resucitar un viejo principio de la medicina que parece casi olvidado: *Primum non nocere.
Primero, no hay que hacer daño.
Patrick Carroll es licenciado en Ingeniería Química por la Universidad de Waterloo y es miembro editorial de la Foundation for Economic Education.