Los estadounidenses están en una era de crecientes ataques al capitalismo, aunque las encuestas nunca lo definen, lo que quiere decir que las encuestas reflejan lo que la gente piensa de algo que puede parecerse poco al capitalismo (y de forma similar para el socialismo) o incluso ser contrario a este.
Por ejemplo, la representante Alexandria Ocasio-Cortez dijo que “el capitalismo es una ideología del capital: lo más importante es la concentración del capital y buscar y maximizar la ganancia”, lo que lo hace “irredimible.” Ella cree que el objetivo de Marx al nombrar el capitalismo es que los dueños del capital ganen a costa de los demás. Pero el capitalismo es un sistema de propiedad privada de los recursos, incluido el propio trabajo, así como del capital, coordinado por acuerdos voluntarios.
Esto impide la invasión de la vida, la libertad y la propiedad sin consentimiento, impidiendo la agresión del fuerte contra el débil. Evita la depredación protegiendo los derechos de los demás. A diferencia de cualquier variante del socialismo, exigir el consentimiento de los trabajadores impide la explotación.
El capitalismo frente al capitalismo de compinches
Pero las objeciones al capitalismo son principalmente objeciones al capitalismo de compinches, en el que algunos consiguen obtener un trato especial por parte del gobierno, que necesariamente infringe los derechos y privilegios de otros (por ejemplo, la libertad de asociación y la libertad de contrato), inclinando los mercados hacia los favoritos del gobierno. Pero eso no es realmente el capitalismo, aunque muchos de los que buscan un trato especial son aquellos que han sido capitalistas exitosos, pero que luego buscan asegurar sus ganancias frente a otros que podrían superarlos ahora o en el futuro.
Además, ese capitalismo de compinches que buscan los capitalistas que ya han tenido éxito pero que se sienten amenazados por posibles cambios no es nada nuevo. Pero eso nos da la oportunidad de aprender de los anteriores repuntes de intensidad anticapitalista a la hora de tratar esos temas ahora, porque en este sentido, “cuanto más cambian las cosas, más siguen igual”.
Una buena ilustración para analizar la situación actual, con el incremento de las críticas al capitalismo, que se confunde con el capitalismo de amiguetes y los capitalistas de siempre que tratan de manipularlo, es un libro de 2003, Saving Capitalism from the Capitalists: Unleashing the Power of Financial Markets to Create Wealth and Spread Opportunity de Raghuram G. Rajan y Luigi Zingales. Dado que reseñé este libro en The Freeman, en junio de 2004, podría valer la pena echarle otro vistazo para educarnos para el presente.
En una época de ataques erróneos al capitalismo, *Saving Capitalism from the Capitalists tiene el inicio más prometedor que se pueda imaginar: “El capitalismo, o más exactamente, el sistema de libre mercado, es la forma más eficaz de organizar la producción y la distribución que ha encontrado el ser humano”. Los autores -Raghuram Rajan (recién nombrado economista líder del Fondo Monetario Internacional) y Luigi Zingales (de la *Graduate School of Business de la Universidad de Chicago)- reconocen también que se culpa al capitalismo de un sinfín de males, tanto por parte de quienes no lo entienden como de los que tienen la intención de desviar la culpa o capturar el aparato político en su propio beneficio.
El capitalismo sirve a menudo de chivo expiatorio de las dificultades económicas porque, según los autores, “las formas de capitalismo que se experimentan en la mayoría de los países están lejos de ser el ideal. Son una versión corrompida del mismo en la que los intereses creados impiden que la competencia desempeñe su saludable papel natural”. Muchas de las acusaciones contra el capitalismo… se refieren a los sistemas corruptos y no competitivos que existen, más que a un verdadero sistema de libre empresa”.
Rajan y Zingales sostienen que, una vez que se impide en gran medida que un gobierno viole los derechos de propiedad y que las instituciones del capitalismo comienzan a desarrollarse, la mayor amenaza para el sistema proviene de quienes ya ocupan posiciones con poder económico (“los titulares”). Sin ningún interés por que se permita una competencia que vaya a erosionar sus posiciones dominantes en el mercado, utilizan sus concentrados intereses para controlar las reglas a su favor. Esos son los capitalistas de los cuales el capitalismo necesita retirarse.
Los productores nacionales dominantes utilizan su influencia para crear políticas proteccionistas que controlen la competencia, sobre todo de los que están fuera del país, que tienen poco o ningún poder político nacional. Por ello, los autores hacen hincapié en el libre comercio internacional como una limitación a las restricciones gubernamentales ineficientes para proteger a los titulares nacionales. Este problema es especialmente problemático en las recesiones, cuando los titulares canalizan la ira de los perjudicados para lograr sus fines proteccionistas a través de legislaciones y regulaciones, que pueden persistir durante muchos años después de que la crisis inmediata haya terminado. (Este argumento de la persistencia me recuerda tanto a *Crisis y Leviatán, de Robert Higgs, que no entiendo el por qué de su ausencia en la bibliografía del libro).
Los autores subrayan que es aún más importante evitar que los titulares, especialmente en un sistema financiero subdesarrollado, congelen las instituciones e innovaciones mejoradas; la negación del acceso al capital es la barrera más general para la entrada y la competencia. Además, es más fácil socavar el acceso de los rivales potenciales al capital frustrando el desarrollo de las instituciones necesarias para los mercados de libre competencia que promoviendo barreras al libre comercio más visibles y, por tanto, más difíciles de justificar.
Rajan y Zingales utilizan muchos ejemplos para ilustrar la importancia de la competencia externa que destacan, sobre todo en las finanzas. Estos van desde la erosión de las restricciones bancarias y la evolución del mercado de control de las empresas en Estados Unidos hasta el papel del patrón oro y el colapso del sistema de *Bretton Woods en el comercio y las finanzas internacionales. También incluyen muchas ilustraciones de otros países y épocas, como el debilitamiento del Comité Japonés de Bonos y la destrucción de los Caballeros Templarios como primeros banqueros.
Sin embargo, lamentablemente, cuando los autores pasan de sus útiles aportaciones sobre la importancia de la libre competencia en los mercados de productos y financieros a cómo proponen proteger el capitalismo de su vulnerabilidad ante el abuso político, parecen perder el norte. Proponen políticas que van desde el aumento de las redes de seguridad del gobierno hasta el aumento de los impuestos sobre las herencias y la sustitución de los impuestos sobre la renta por impuestos sobre la propiedad. Por desgracia, no ven que esas propuestas socavan los derechos de propiedad que constituyen la base necesaria del capitalismo.
Además, sus propuestas son incoherentes con su análisis. Por ejemplo, si los titulares, que controlan la mayor parte de la propiedad existente, dominan la competencia política en un país, ¿cómo podría éste pasar de los impuestos sobre la renta a los impuestos sobre la propiedad e imponer impuestos sobre la herencia más elevados exitosamente, dado que esos cambios afectarían directamente a esos titulares?
El libro Saving Capitalism from the Capitalists (Salvando al capitalismo de los capitalistas) es valioso para reconocer la importancia del libre comercio, especialmente de la competencia abierta en los mercados financieros, no sólo por sus beneficios directos, sino por el freno que suponen para la capacidad de los gobiernos de proteger a los titulares de la propiedad contra los potenciales entrantes e innovadores que más amenazan sus intereses. También es valioso por su amplia gama de ilustraciones internacionales y nacionales. Por desgracia, el libro exagera sobre el papel necesario que el gobierno tiene para que los mercados financieros se desarrollen y sus propuestas para salvar el capitalismo son muy sospechosas.
Pero estos defectos no impiden que el libro esté por encima de la mayoría de las “contribuciones” recientes para la comprensión y análisis del capitalismo.
Gary M. Galles es profesor de economía en la Universidad de Pepperdine y miembro de la red de profesores de la Fundación para la Educación Económica