Por: Zilvinas Silenas
Las crisis económicas son criaturas muy extrañas. Independientemente de sus causas, los efectos suelen ser los mismos: la pérdida de empleos, ingresos y riqueza.
No es raro ver metáforas de guerra usadas para describir una crisis económica: “Guerra en la época del Coronavirus“, “Coronavirus: Trump pone a EE.UU. en pie de guerra para combatir el brote”, etc.; pero muchas personas que vivieron durante las verdaderas guerras apuntan que en una crisis económica las fábricas no son realmente bombardeadas, los almacenes no son realmente quemados, y las líneas de ferrocarril no son saboteadas.
La caída severa de los valores en la bolsa, que estamos presenciando actualmente en medio de la pandemia de COVID-19, parece una destrucción, pero de nuevo, para continuar con la metáfora de la guerra, las fábricas y la maquinaria siguen ahí y son capaces de producir.
El verdadero asunto se reduce a lo que la economía es en realidad: gente produciendo cosas que otras personas quieren y compran. Es más complicado que simplemente producir cosas. Las fábricas de clavos en las economías planificadas se volvieron muy buenas en la producción de clavos grandes porque el éxito se midió en los kilogramos de clavos producidos, pero fracasaron en gran medida en su verdadero propósito económico: satisfacer a los clientes. Si vemos la economía como un esfuerzo para satisfacer las necesidades de los clientes, en lugar de un conteo de la actividad económica, entonces el daño real se hace más claro.
Con el cierre del coronavirus, ciertos bienes y servicios que de otra manera la gente compraría y disfrutaría están fuera de los límites, ya que los restaurantes y bares están cerrados. Sin embargo, esto no significa que hayan dejado de comer. En lugar de salir, ahora hacen su comida en la casa y probablemente reciben la misma cantidad de calorías a un costo más bajo. Usted ha reducido su consumo de comida afuera (malo para los restaurantes), consume más comida comprada en los abastos (bueno para los supermercados) y está gastando menos dinero en las calorías de los alimentos.
Como resultado, ahora puede gastar más dinero en otras cosas, o ahorrar ese dinero y gastarlo más tarde. El cambio del consumo al ahorro puede parecer una caída masiva del PIB; pero esto no es destrucción económica, sino simplemente un retraso en el consumo.
Obviamente, algunos restaurantes no sobrevivirán hasta que la gente esté dispuesta a gastar de nuevo en las comidas especiales. Por lo tanto, algunas de las respuestas políticas propuestas intentan alentar a la gente a gastar en lugar de ahorrar. Sin embargo, si se dan a todos; por ejemplo 2 000 dólares, como han propuesto algunos, no significa que la gente vaya a derrochar en restaurantes o en viajes aéreos. Si 2 000 dólares son para ayudar a las personas que podrían tener dificultades durante la recesión, entonces dar a todos 2 000 dólares es una forma muy ineficiente de ayudar a los necesitados. Es como tratar de vaciar el lago para ayudar a una persona que se está ahogando.
Si volvemos a la idea de que la economía es la gente produciendo lo que otras personas quieren, entonces incluso durante las crisis económicas hay muchas cosas que la gente quiere y puede pagar. No es como si no hubiese “ningún trabajo” o servicios que ofrecer, son simplemente diferentes: entrega de alimentos a los hogares, limpieza y esterilización, aprendizaje a distancia y un sinnúmero de cosas.
La demanda de todo tipo de bienes y servicios diferentes aumentará drásticamente debido al coronavirus, esperamos. De hecho, esto es precisamente lo que vemos que sucede con los anuncios de Amazon de que van a contratar al menos a 100 000 personas para ayudar con las entregas, los destiladores de vodka cambiando a la fabricación de desinfectantes de manos, las personas que utilizan impresoras 3D para hacer el equipo médico necesario. El cambio de los recursos para producir lo que la gente quiere es la manera de evitar situaciones en las que la gente se ve obligada a quedarse sentada sin hacer nada y a esperar el dinero del helicóptero, lo que representa una verdadera recesión económica.
Por supuesto, algunos cambios son más fáciles que otros. Es fácil entrenar a un “barman” para que se convierta en un repartidor de comestibles; no funciona así para los médicos. Servir cócteles puede pagar más que entregar comestibles. Cambiar de un trabajo o actividad en la que se tienen habilidades y experiencia a algo nuevo e incierto es estresante y puede que pague menos. No obstante, la verdadera capacidad de recuperación económica, tanto para los individuos como para países enteros, proviene de la habilidad de adaptarse a los cambios, no de ignorarlos o enmascararlos.
La crisis del coronavirus sigue desenterrando extrañas e inexplicables barreras que impiden a las personas hacer cosas útiles. Leyes que impiden al personal médico ejercer en otros estados, licencias ocupacionales innecesarias, trámites burocráticos innecesarios que regulan prácticamente todas las actividades económicas de la economía de los Estados Unidos y seguramente en muchos otros países del mundo.
Al contrario a las alternativas, como el dar a cada persona 1 200 o 2 000 dólares, la eliminación de esas barreras permiten a los individuos crear cosas que otras personas realmente quieren y necesitan, generando así un verdadero valor económico.
Si hay algo de esperanza en toda esta experiencia, es que nos recuerda lo importante que es la flexibilidad. El mundo se enfrentará a muchas crisis en el futuro, muchas de ellas con implicaciones económicas (y que salven vidas).
No podemos poner una gigantesca cúpula de cristal encima de la realidad actual y desear que los cambios desaparezcan. En lugar de gastar recursos en cúpulas de vidrio, simplemente haciendo la economía más flexible -a través de las desregulaciones, redes de seguridad privadas, etc.- será más fácil producir lo que otras personas quieren.
Esa es la fórmula para una economía dinámica que nos permitirá responder a futuras crisis, cualquiera que sea la forma en que se presenten.
Zilvinas Silenas es presidente de la Fundación para la Educación Económica (FEE) desde mayo de 2019. Sirvió desde 2011-2019 como presidente del Instituto de Libre Mercado de Lituania (LFMI), llevando la organización y su mensaje de reforma de políticas de libre mercado a la vanguardia del discurso público lituano.