Donde sea que esté, Hattie McDaniel (10 de junio de 1895 al 26 de octubre de 1952), la primera mujer negra que ganó el Premio Oscar, muy probablemente esté desilusionada o deshonrada: HBO Max decidió sacar de su catálogo al histórico filme Lo que el viento se llevó, donde McDaniel interpretó el papel de Mammy, actuación que le permitió adjudicarse con el galardón de La Academia a mejor actriz de reparto en 1939.
La decisión llega a raíz de una columna de opinión de John Ridley, guionista de la película 12 años de esclavitud, quién criticó severamente la película por su “glorificación a la esclavitud” y solicitó la medida de retiro de la película a la plataforma de streaming de HBO.
“La película es un producto de su tiempo y refleja algunos de los prejuicios étnicos y raciales que han sido comunes, desgraciadamente, en la sociedad estadounidense. Estos retratos racistas eran equivocados entonces y lo siguen siendo hoy, y sentimos que mantener esta obra sin explicarlos y denunciarlos sería irresponsable. Sin duda, son contrarios a los valores de Warner Media; por tanto, cuando volvamos a incluir el filme en HBO Max, regresará junto con un debate sobre su contexto histórico y una denuncia de esos elementos, pero será presentado tal y como fue creado originalmente, porque actuar de otra forma equivaldría a sostener que esos prejuicios nunca existieron”, fue la explicación de un portavoz de HBO a la revista The Hollywood Reporter.
El delicado contexto social en Estados Unidos, y de todo el mundo vaya, ha provocado que la industria televisiva se “solidarice” con las causas justas en contra del racismo y la violencia. Lo revelador de todo ello es que lo hacen mediante la censura, una forma muy curiosa de “combatir” las injusticias sociales.
La “lucha” de la industria de la TV contra la injusticia
Han sido numerosos los casos además del retiro de Lo que el viento se llevó por parte de HBO Max. De hecho, la misma plataforma tuvo uno de los hechos más repercutidos: quitarle las armas de fuego a los Looney Tunes “para no fomentar la violencia”. Por supuesto, esta decisión desvirtúa por completo la esencia de personajes como Elmer Gruñón, un personaje que es un cazador y está particularmente enemistado con Bugs Bunny y el Pato Lucas. La pregunta que surge es: ¿la violencia se combate quitándole las armas de fuego a las caricaturas? Lejos de eso, parece un intento desesperado por unirse al “correctismo” político, esa corriente que impone ideas —cuál régimen de pensamiento— a los disidentes que no concuerdan con sus posturas.
El peligroso precedente que crea esta situación es mucho más compleja que el mero hecho de sacarle su escopeta a Elmer, pasa por la imposición de requerimientos para crear un dibujo animado. Aquí el problema es la coartación a la libertad de expresión. Con base en esto, un próximo paso puede ser sepultar la dinamita marca acme por la violencia que transmiten las explosiones. Dentro de unos años, por qué no, terminar definitivamente con cualquier interacción violenta en las caricaturas. Esto será una especie de formación de mentes jóvenes que solo verán comiquitas positivas, donde no haya confrontación ni malos entendidos, una especie de distopía de una sociedad que no tolerará la realidad, donde siempre existirán los conflictos, las injusticias, los obstáculos y las diferencias.
Otra declaración desconcertante fue la de una de las creadoras de Friends, Marta Kauffman, que pidió disculpas por “la poca diversidad racial” de la exitosa serie. Ella explica que ahora entiende muchas cosas que antes no del problema del racismo. La situación actual le abrió los ojos y cree que fue un error no poner a un latino, un asiático y a un negro dentro de los amigos más famosos de Manhattan. Lo de Kauffman incluso trasciende sus testimonios, esta nueva moda de pedir disculpas se traslada a la misma sociedad donde vemos a personas blancas pedir disculpas por su color de piel o gente que se siente avergonzada de sus privilegios o éxitos.
En otro de los kafkianos hechos de esta sociedad incoherente, Daniel Radcliffe, el actor que interpretó a Harry Potter, cargó contra J. K. Rowling —la autora de la saga Harry Potter— porque la escritora tuvo la osadía de criticar a un artículo que llevaba en el titular Las personas que menstrúan, en vez de simplificarlo al término que debió usarse: mujeres. A J. K. se le acusó de transfobia “por irrespetar al colectivo de mujeres trans”, ya que satirizó en un tuit con el —cuanto menos— rarísimo titular implementado: “‘Personas que menstrúan’. Estoy segura que solía haber una palabra para esas personas. Alguien que me ayude: ¿Wumben? ¿Wimpund? ¿Woomud?”, decía su tuit. La palabra ignorada por Rowling fue Women, “mujeres” en inglés.
‘People who menstruate.’ I’m sure there used to be a word for those people. Someone help me out. Wumben? Wimpund? Woomud?
Opinion: Creating a more equal post-COVID-19 world for people who menstruate https://t.co/cVpZxG7gaA
— J.K. Rowling (@jk_rowling) June 6, 2020
Desde todos los sectores se le atizó, la tiranía del pensamiento no le dejó espetar lo obvio: las personas que menstrúan son mujeres y señalarlo no te hace promover la transfobia. Radcliffe debería sentirse avergonzado, utilizó esta situación para empatizar con quiénes atacaron a la mujer que, sin dudas, impulsó el éxito de su carrera, una “postura solidaria” hacia personas que pegaron un grito al cielo porque alguien tuvo el descaro de decir la verdad.
Siguiendo esta línea, la cadena de televisión Paramount canceló el programa de telerrealidad más longevo de la historia de los EE. UU., Cops, que es protagonizada por policías y ha sido criticada por “glorificar a la institución policial” sin ningún tipo de crítica y “por defender los abusos policiales”.
La sociedad de la indignación selectiva
Mientras la industria de la tv condena y decide censurar el film Lo que el viento se llevó y Disney realiza esfuerzos por borrar del mapa a La canción del sur por hacer apología de la esclavitud ya abolida en Estados Unidos; aún en pleno siglo XXI sigue existiendo la esclavitud en otras sociedades, pero la diferencia es que esta no tiene la suficiente visibilidad.
Un ejemplo claro es el de la comunidad sanemá (subgrupo yanomami) instalado en el Caura en Venezuela. Este asentamiento indígena está sometido desde hace más de una década a un proceso de aculturación y neoesclavitud por parte de grupos que manejan la minería ilegal en toda la cuenca.
Los indígenas son utilizados como “animales de carga” para transportar combustibles, maquinaria y repuestos utilizados para la extracción aurífera a gran escala. En las imágenes proporcionadas al PanAm Post por el fotoperiodista Fritz Sánchez, se puede denotar cómo son explotados tanto hombres como mujeres e incluso menores de edad en el acarreo de suministros; los cuales tienen que ser llevados a cuesta durante siete kilómetros montaña arriba para sortear el Salto Pará que divide el Medio del Alto Caura.
En las fotos se puede apreciar cómo los sanemás tienen que transportar cargas superiores a los 30 kilos sin calzado. Esta situación representa una clara violación a los derechos individuales y humanos de este pueblo originario huérfano de cualquier tipo de apoyo posible, sometido, además, por un grupo de criminales avalados por un narcogobierno. Hasta aquí, lastimosamente, no llega la sociedad indignada que se preocupa más por Lo que el viento se llevó que por la realidad.
La hipocresía de la TV y de la sociedad indignada
Nada mejor que desmontar con realidades los mitos, con injusticias que se perpetúan hace mucho tiempo —como lo que ocurre en el Caura— y que apenas tienen repercusión retratan de sobremanera a la industria televisiva y a estos grupos que luchan contra las “injusticias”. A la tv no le interesa en absoluto la lucha contra el racismo, la esclavitud o los abusos de poder; ellos simplemente quieren mostrarse cercanos a la causa para no perder rating, suscripciones y dinero. Tampoco le interesa adherirse a los falsos lemas de los indignados y ofendidos, esos que llevan su régimen de pensamiento para repartirlo cual guía espiritual y si osas a negarte a su dogma, tal libro de Kafka, prepárate para sufrir su ira. Mismo caso que los demócratas, por cierto, solo que estos trabajan en pro de los votos y el poder.
Esta tragicomedia llamada humanidad moderna del siglo XXI, tiene entre ceja y ceja socavar sus libertades y retroceder en los avances logrados. La industria de la televisión se une a la sociedad indignada bajo el lema progresista —financiado por la izquierda más recalcitrante— y nos redirige hacia una de las etapas más oscuras de la humanidad.
Esto no es de ahora, viene forjándose desde hace mucho, solo que ahora nos explota a todos en la cara y nos damos cuenta de que esto que se aproxima no es un juego en lo absoluto.