Quiebre institucional, amenazas de expropiación, impuestos a la vida, regulaciones infinitas para mantener a la burocracia, restricción de divisas, cierre de la economía; el kirchnerismo argentino, ese monstruo hibrido peronista con alas socialistas y fascistas, ha desplegado su vuelo para terminar de arruinar el país y seguramente regresar a la Argentina a la época de dictaduras, desapariciones, y represión.
Lo que se vive hoy en la nación más al sur de América es una guerra política donde todos los caminos conducen a Cristina, no a Alberto, quien parece lento y tonto al no darse cuenta que juega a romper la institucionalidad para que en el alboroto ruede su cabeza y vuelva la señora que ya ha mandado a “suicidar” a un par de funcionarios molestos.
La venezolanización argentina no es una campaña de miedo, es un símil fáctico que no es que venga ocurriendo, es que ya ocurrió, pero por supuesto, con sus propias formas; a falta de petróleo en Argentina los que han sostenido el enorme y deficitario gasto público han sido los empresarios, a quienes los políticos durante décadas han oprimido y exprimido como ratas de laboratorio. No sorprende que bajo estas peculiares circunstancias ya empiezan a anunciar su salida del país las grandes trasnacionales: aerolíneas, tiendas retail, e incluso cadenas de comida rápida ya hicieron sus maletas y otras se encuentran en este proceso.
LatAm puso a volar sus aviones fuera del asfixiante gobierno socialista, American Airlines y Delta Air están finalizando rutas, Honda Motors dejó de fabricar automóviles, Nike traspasó su operación local, Lee y Wrangler cerraron su producción, y así nuevas cadenas, como es el caso de Starbucks, empiezan a correr de los mafiosos sindicatos y los nefastos controles de precios; en definitiva, Argentina es una radiografía del fracaso de una sociedad y el triunfo de una clase política corrupta.
Mientras todo esto sucede el presidente argentino se despacha con decretos para apartar jueces, rompe con el principio de separación de poderes, genera aún más incertidumbre sobre los inversionistas, quienes entienden que la nación es un país de riesgo, con un gobierno intervencionista y con miras a la expropiación, que además de ello no ofrece transparencia ni seguridad jurídica.
Lo que está ocurriendo es completamente evidente, hay un desmantelamiento profundo de las instituciones, el país se ha hecho inviable y los kirchneristas lo saben, lo único que les queda es amarrar las tenazas y aferrarse al poder por la fuerza, el hambre ya está a la vuelta de la esquina y ellos no lo pueden parar, solo les queda resistir el maremoto popular, así como lo ha hecho Maduro y el chavismo en Venezuela durante los últimos años, afianzados gracias a una oposición colaboracionista y también afín a las ideas progresistas.
El kirchnerismo ya tiene a Argentina con una soga y a sus ciudadanos maniatados, asfixiados con impuestos y sin poder económico para poder hacerle frente a un gobierno autoritario; la misión, tal como la hizo Chávez en su momento, será la de completar una nómina de afiliados al gobierno y dependientes de las dádivas del mismo, mayor a la mitad del censo electoral, lo que les asegurará una permanencia tranquila en el poder, intercambiando bolsas de comida por votos: la vieja y exitosa táctica socialista para perpetuarse en el poder, que durará, lo que dure la economía en pie. Después estos patrones comenzarán a ser sustituidos por una represión sistémica.
Si es de actuar el momento es ahora, en Argentina no deberían dejar para tarde el levantamiento popular, con cada vez menos empresas, con cada vez menos capital, y con un muy posible y cercano proceso migratorio masivo, se empiezan a agotar los recursos para resistir, cada día que pasa fortalece al gobierno y a su visión totalitaria, y allí quien sonríe es la mente detrás de todo esto, ella, la que todo lo maneja: Cristina. En Buenos Aires todos los caminos oscuros conducen a Cristina; si Juan Domingo Perón fue la desgracia argentina del siglo XX, no hay ninguna duda que Cristina Fernández de Kirchner es la desgracia de argentina del siglo XXI, y luego no se espanten si en vez de repudiarla, en un par de años vemos que la mitad de calles y estaciones de la ciudad llevan su apellido, así como ya lo hace el Centro Cultural Kirchner, y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, despiertan habiéndose proclamado oficialmente la República Kirchnerista de Argentina.