Crecí en una ciudad llamada San Cristóbal, en el estado Táchira de Venezuela, para quienes me leen desde otras partes de América Latina, la misma está a un poco más de 50 kilómetros de Cúcuta —aproximadamente una hora en carro— de la primera ciudad colombiana tras cruzar la frontera.
Hace varias décadas, cuando todavía no existían vías terrestres hacia Caracas desde San Cristóbal, el comercio e intercambio cultural mayoritario de los tachirenses era con los colombianos, en ese sentido la influencia de tachirenses en cucuteños y viceversa es innegable, quienes allí crecimos vivimos en una ciudad repleta de colombianos que iban a Venezuela a buscar mejores condiciones de vida en vista del terrorismo y la brutalidad criminal que se desarrollaba en Colombia por parte de las guerrillas terroristas de las FARC, el ELN y otras pandillas criminales.
Sin ir muy lejos, cuando tenía 12 años mi abuelo fue secuestrado por la guerrilla del ELN cuando se dirigía a su finca en el Estado Barinas, estuvo cautivo por 1 año y 13 días, es decir, estuvo 378 días privado de libertad por delincuentes marxistas que a cambio de su vida exigían dinero. Cuando mi abuelo volvió de su secuestro había perdido unos 20 kilos y pasado por una serie de aberraciones gigantescas, pero este hecho, no es para nada algo aislado, lo que mi familia vivió lo vivieron miles de venezolanos y colombianos que sufrieron el terror de las bandas comunistas colombianas.
Aproximadamente en el año 2000 mis padres solían ir de vez en cuando a hacer compras en Cúcuta, yo lo detestaba, principalmente porque me parecía un lugar espantoso, subdesarrollado y caluroso —a pesar de mi niñez—, además, en Venezuela veíamos a diario las noticias sobre la terrible inseguridad que se vivía en Colombia: los carros bomba, los asesinatos, secuestros, cruzar la frontera para los venezolanos de aquel entonces era exponerse a la muerte; esa era la Colombia que existía antes de que llegara Álvaro Uribe al poder, una desmoralizada, peligrosa, con índices económicos nefastos, inseguridad jurídica, y ciudades acuarteladas colmadas por el miedo a los terroristas de izquierda.
En ese tiempo a mí país había llegado la marea roja del chavismo con su socialismo y poco a poco empezaron a anular nuestras libertades, a expropiar nuestras empresas, a destruir nuestra economía y a incentivar a los grupos criminales a tomar el control de las ciudades; mientras Venezuela se iba a la deriva, en Colombia el presidente de turno, Álvaro Uribe luchaba contra los terroristas sin darles tregua, denunciaba los atropellos de Hugo Chávez, pacificaba las ciudades principales y permitió la llegada de capital extranjero al país, el cual poco a poco empezó a convertirse en un ejemplo para América Latina.
Dieciocho años después las cosas han cambiado demasiado en ambos lados, hoy Venezuela es esa nación a la que se mira con recelo y angustia, de la que intentan escapar desesperadamente personas y capitales, se ha convertido probablemente luego de Corea del Norte en el último lugar en el que cualquier ser humano pensaría para vivir, es el mayor desastre económico de los últimos siglos gracias a las políticas socialistas; mientras tanto, del otro lado de la frontera, también se experimentó un cambio igual de radical, se combatió y dejó de rodillas a las guerrillas terroristas, se incentivó a la inversión, de pronto empezaron a llegar capitales, a surgir nuevas empresas, Colombia dejó de ser el país reconocido por la droga para convertirse en uno de los más visitados por turistas internacionales, de un día para otro los bogotanos dejaron de vivir aterrorizados sin poder moverse en su propia ciudad, comenzaron a tener libertades y salir por las noches.
En el año 2017 el desastre venezolano y la represión de la tiranía me obligó a emigrar de Venezuela, me fui a vivir a Bogotá por mi doble nacionalidad, allí estuve dos años, y los propios bogotanos me reconocían que hasta hace un tiempo era imposible tomar la carretera para salir de Bogotá por el norte sin ser víctima de un atraco o embestida contra los vehículos.
La realidad hoy en día es diametralmente diferente, en la capital colombiana del presente yo salía por las noches en autobús para jugar fútbol, podía caminar de madrugada y hacer un recorrido de bares y tomar un taxi para volver a casa sin ningún problema, a su vez hay múltiples posibilidades laborales, empresariales y estudiantiles; si a inicio de siglo alguien hubiese dicho que Venezuela sería el infierno que es hoy, y Colombia el país pujante en el que se ha convertido, nadie se lo hubiese creído, y todo eso es en gran parte gracias a la labor de Álvaro Uribe.
En la actualidad como todo país latinoamericano Colombia sigue presentando algunos problemas estructurales, hay cierta dificultad para acceder a la educación superior, los sueldos en determinadas industrias no son lo suficientemente buenos y sobre todo, los impuestos son demasiado elevados para emprender; sin duda que hay mucho por corregir, pero lo que no se puede poner en tela de juicio es que nadie se hubiese esperado hace un par de décadas que Colombia sería hoy el país con el pronóstico de mayor crecimiento económico en América Latina y una de las naciones más atractivas para la inversión extranjera, y esto sin duda alguna no se hubiese podido lograr con los terroristas de las FARC poniendo bombas por toda Bogotá.
Uribe como toda persona, como todo presidente y como todo político, tiene sus planos fuertes, positivos y algunos que no lo son tanto, sin embargo, sus áreas grises jamás podrán opacar el brillo que al país vino de su mano; la realidad es que hoy Colombia seguiría siendo un país sometido al terror y excluido de los ojos del mundo de no ser por la gestión del expresidente, y aun así, hoy la justicia parcializada de ese país ha pedido capturarlo en un juicio amañado, mientras los violadores, asesinos y terroristas de las FARC se pasean por el Congreso de Colombia y son aplaudidos por gran parte del país.
Como venezolano que ha vivido el infierno del marxismo, y a su vez como colombiano naturalizado que soy, les digo a mis hermanos colombianos que observen muy bien lo que está pasando en su país, no vaya a ser que vuelvan a revertirse los papeles por malas decisiones, y entonces dejen de ser los venezolanos los que lleguen a Colombia pidiendo refugio, y vuelvan a ser los colombianos los que huyen de una nación destrozada e inviable.