La historia de la humanidad se ha plagado de personas que con el tiempo traicionan sus propios ideales, hasta llegar a convertirse en un enemigo declarado de su pasado. En el campo sociológico de la política, esta “transformación”, o diría yo, reducción de valores, corresponde a intereses políticos y económicos que las juventudes aborrecen, pero que las canas suelen adorar. En muchos casos esto es un: yo no odio la corrupción, solo odio no ser parte de ella. Aunque en público nadie se atreverá a hacer nunca esta afirmación —y quizás, en sus propias mentes tampoco lo vean de esta forma—, la evidencia sostiene esta hipótesis.
El proceso de reptilización (transformación de humano a víbora) pasa desapercibido en muchos hombres. De hecho, los protagonistas del proceso de metamorfosis son los últimos en notarlo. A medida que crece la cola, el veneno y el ácido, se hace imposible ocultar la toxicidad; empiezan los reproches, las quejas, incluso las protestas, pero al haberse convertido en reptil, ya no hay una capa humana, esta se ha perdido, entonces todo empieza a ser visto desde otra perspectiva: el poder por el poder, la crítica como un fenómeno de envidias, el silenciamiento del oponente como medida de supervivencia, la adopción de posturas populistas y corruptas como método de camuflaje; el sostenimiento de la maldad por encima del bien. Si se vieran en el espejo ahora, con los ojos veinteañeros se aborrecerían de sí mismos; pero ahora son reptiles, no tragan emociones, tragan intereses.
Decir que Guaidó se ha transformado en Maduro o trabaja con Maduro es incorrecto, decir que Maduro se ha transformado en Guaidó o lo quiere, es igual de incorrecto; pero habría precisión en decir que ambos se han transformado en reptiles y que en conjunto han construido algo: el poder bipartito, por tanto no se quieren ni se parecen, pero sí se necesitan.
No tienen que llamarse por teléfono para decirlo y acordarlo, no tienen que hablar por medio de lobistas para establecerlo, el tiempo va definiendo los roles de cada uno en este nuevo gobierno y las partes sencillamente lo van asumiendo, se van adaptando, para formar esta nueva República en la que dos reyes se reparten funciones y forman así una nueva forma de Estado, autoritario y bipartito, en el cual el poder no rota, y se sostiene y mantiene gracias a “problemas de legitimidad”, en el cual ambas partes se culpan mutuamente de los desastres del país en cuestión, mientras el pueblo (los ciudadanos) son quienes acarrean las consecuencias del gobierno bipartito de facto, el cual ha decidido, según las propias declaraciones de ambas figuras presidenciales, perpetuarse en el poder.
Hablar de reinados acá sería incluso apropiado, o también se podría hablar de tiranías, todo depende del punto de vista del opinador de turno, pero lo cierto es que la democracia ya dejó de existir, fue dejada a un lado: nadie votó por Guaidó como presidente, nadie votó por Maduro como presidente, pero ambos desempeñan cargos presidenciales, con reconocimientos parcializados de la comunidad internacional. ¿Poco democrático, cierto?
Maduro controla las fuerzas armadas del país, controla puertos y aeropuertos, controla un monopolio empresarial estatal interno, controla los sistemas de identificación, y controla la economía de manera parcializada.
Guaidó controla las relaciones internacionales con los principales aliados de Venezuela, con la mayoría de vecinos y los Estados Unidos de América, además controla CITGO, también Monomeros, y otras empresas venezolanas en el exterior, con una renta mensual bastante elevada, cuya destinación de ingresos es desconocida por todos los venezolanos; esto a su vez, junto a la legitimación internacional, le permite incidir en la economía venezolana, de manera parcializada.
Haciendo un análisis pertinente de los meses en cuestión podemos llegar a una conclusión general: el conflicto se acentuó durante los primeros meses del año para repartir cuotas de poder, una vez afianzadas las bases del gobierno bipartito, el conflicto restó en intensidad, las partes acudieron a un “diálogo”, en el que no resolvieron nada, no se decidió nada, pero se “normalizó” la crisis.
Actualmente ambos bandos ostentan sus fuentes de inyección económica, sus lazos comerciales con diferentes países del mundo, y ninguna de las dos decide enérgicamente desplazar a la otra, por el contrario, conviven, y conviven bien. Ha sido el propio Maduro quien le ha pedido a Guaidó que se pronuncie sobre el Esequibo, dándole así potestad a su compañero de gobierno bipartito para declarar sobre la reclamación territorial de Venezuela, comprendiendo y dando a comprender de esta forma que Guaidó es el autorizado en temas internacionales, mientras él maneja la parte interna. Y así mismo lo ha manifestado Guaidó en más de una ocasión, cuando le pide a Maduro que convoque elecciones, o tomar el rumbo en materia económica; es el gobierno bipartito aceitándose y compartiendo funciones, no amándose, pero tampoco estorbándose, aferrándose cada uno a sus parcelas de poder.
Septiembre 5, 2019 -EL SISTEMA- #Venezuela #people #politicalparties #tyranny @CartooningForPeace #WEIL pic.twitter.com/fnUDkzcJto
— roberto weil (@WEIL_caricatura) September 5, 2019
Ya Guaidó ha dicho abiertamente que seguirá ejerciendo como presidente encargado, hasta que cese la usurpación de Maduro, sin importar el acuerdo firmado por la Mesa de la Unidad el 4 de enero del 2016, en el cuál se establecía que el quinto año la presidencia de la Asamblea Nacional sería electa por las minorías, en este caso, la fracción 16 de julio, junto a otros partidos minoritarios; y ya Diosdado y Maduro han dicho que eso no ocurrirá, que no habrán ni elecciones, ni una renuncia, ni un “cese de usurpación”, lo cual admite una única interpretación: el gobierno bipartito se eternizará o, al menos, buscará hacerlo, por encima de acuerdos firmados, por encima de la sociedad civil, por encima de la Constitución, y peor aún, sin que ninguno de los dos “presidentes” haya ganado una elección presidencial.