El día en que conocí al diputado de la Asamblea Nacional de Venezuela Renzo Prieto, se encontraba ensayando para personificar a Jesucristo en una iglesia de San Cristóbal por las celebraciones de Semana Santa. Fue a través de su padre, el profesor Lucas Prieto, que llegué a él.
Al llegar a la iglesia en construcción de la Guayana en San Cristóbal, Renzo estaba rodeado por unas seis mujeres, todas mayores de 50 años, quienes confeccionaban el traje para que Renzo interpretara al hijo de Dios. Sucede que Renzo tiene el cabello negro oscuro y casi por la cintura, y sus ojos azules verdosos casi replican la versión física que comúnmente se conoce de Jesucristo. De hecho, un par de horas después me confesaría que cuando los organismos de inteligencia del gobierno lo atraparon, llamaron por teléfono y le dijeron a su supervisor que “ya tenían a Cristo”.
Luego de terminar los ensayos, nos presentaron y fuimos a su apartamento: una residencia familiar muy humilde donde vive su padre, sus hermanos, hermanas y sobrinos; uno de ellos, por cierto, venía cada tanto a sentarse en las piernas de su tío y a acariciarle el cabello durante las horas que estuvimos conversando.
En un momento le pregunté qué se sentía haber salido de prisión luego de más de cuatro años sometido por el régimen. Su respuesta me dejó perplejo: “es muy extraño, pero a veces siento que nunca estuve allí”.
De conocer cualquier parlamentario del mundo las condiciones en las que vive el diputado de la Asamblea Nacional venezolana, quedaría estupefacto. En varias ocasiones, Renzo me confesó sin vergüenza que vive sin dinero, que para ir a sesionar en Caracas debe quedarse en casa de amigos, y que incluso al salir de prisión, le asignaron una pequeña partida de la Asamblea Nacional para poder comprarse un traje y hacer su trabajo.
De nuestra grata conversación, rescato la transparencia de Renzo, quien sin ningún tipo de tapujos me contó toda su historia, desde el momento en que las protestas estudiantiles le brindan cierto liderazgo hasta que cae en prisión, y cómo fueron sus días en el Helicoide, esa especie de infierno administrado por los funcionarios policiales de la dictadura de Nicolás Maduro.
Esta es la historia del diputado de la Asamblea Nacional de Venezuela, Renzo Prieto.
Los días previos a la detención
Días antes de que Renzo Prieto fuera atrapado por el régimen de Nicolás Maduro, había recibido amenazas de un grupo de colectivos armados en el estado de Trujillo. ¿Pero por qué en Trujillo? Luego de las protestas suscitadas en la ciudad de San Cristóbal, en la Universidad de Los Andes en febrero del 2014, el entonces líder estudiantil Renzo Prieto cayó en la mira de las fuerzas policiales del estado debido a varios altercados en los que participaron diversas figuras estudiantiles relevantes y durante los cuales encarcelaron a los hermanos Manrique y Jesús Gómez.
Esa misma noche, funcionarios policiales llegaron a la residencia familiar de Renzo Prieto y consultaron con algunos vecinos. Estos últimos negaron conocer al líder político y de inmediato, tras el retiro de los funcionarios, alertaron a los familiares que el joven estaba siendo buscado.
A la mañana siguiente, Renzo abandonó la ciudad de San Cristóbal. En una primera instancia, partió al estado de Mérida. Inicialmente se escondió en casitas en la población de Tabay, subía al páramo y bajaba a la ciudad de vez en cuando, permaneciendo escondido de las autoridades. El 12 de febrero participó en las protestas de la ciudad de Mérida. En horas de la noche, subío a los Chorros de Milla para ocultarse una vez más. Así pasó varias semanas, hasta que el confinamiento -en sus propias palabras- “le hizo perder la razón”. No tenía comunicación con nadie, no sabía qué hora era, y a duras penas podía alimentarse. A mediados de marzo decidió partir a Caracas, donde pasaría sus últimos días en libertad.
Durante esos días, el programa Zurda Konducta publicó unas fotografías en las que se veía a Renzo Prieto en las marchas de Caracas. Dijeron haberlo ubicado, y sin recordar el nombre, exclamaron “¡miren dónde está Cristo!”.
El 10 de mayo Renzo Prieto acudió a una nueva convocatoria de protestas en la ciudad de Caracas. Ese día, confiesa, estaba sin dinero, por lo que no tenía ni cómo costear un taxi. En la concentración, el entonces líder estudiantil sostiene haber tenido el presentimiento de que ese era su día. Al culminar la manifestación, Prieto decidió caminar desde Altamira hasta Chacao, que estaba lleno de guardias, por lo que trató de pasar desapercibido y buscar caminos verdes hasta llegar a Chacaito. Por allí se encontró con la esposa de Douglas Murillo (quien también fuera preso político y ahora se encuentra exiliado en España) y le informó que los organismos de seguridad le estaban buscando.
Renzo intentó en ese momento cruzar la calle y vio cómo una camioneta de doble cabina se le atravesó y se paró frente a la estación de autobuses. De esa forma llegó a la estación del metro de Chacaito, y entonces se percató de que había personas a su alrededor observándolo. Sin embargo, no parecían, en ese entonces, decididos a actuar. Allí, uno de los compañeros de Renzo le sugirió que se fuera por metro y se ocultara en una de las casas que le prestaba refugio. No obstante, él se negó, puesto que pensaba que podría poner en riesgo a quienes le estaban ayudando.
Es así que decidieron que lo mejor sería dirigirse hacia el Tolón, un antiguo y tradicional centro comercial caraqueño. Estando ya a unos 100 metros del Tolón, Renzo pensó que podía entrar a la edificación y perderse entre la gente. Sin embargo, a unos cuantos pasos de la entrada, un vehículo particular lo interceptó y le bloqueó el camino. Rápidamente el piloto bajó del carro con un arma, lo apuntó y le gritó “¡quieto, mamagüevo!”.
Renzo comenzó a correr. Otra camioneta lo embistió, provocando que Prieto chocase contra su capó. Velozmente se repuso e intentó escapar. En ese momento, escuchó un par de disparos que afortunadamente lo esquivaron. Logró llegar a la plaza Alfredo Sadel, donde se vio rodeado por funcionarios. En ese instante, se percató de que ya no tenía escapatoria y alzó los brazos y se rindió. Unos funcionarios lo aprehendieron y lo tiraron al suelo. En medio de insultos y golpes, es llevado a una de las camionetas que lo seguían. Renzo fue subido por la puerta detrás del copiloto, le agarraron las muñecas y lo esposaron. Cuando se disponían a arrancar, aparecieron funcionarios de Poli Baruta y preguntaron qué está pasando. Los sujetos comenzaron a gritar “¡Sebin, Sebin, Sebin!” y arrancaron hacia el Helicoide, donde Renzo pasaría sus próximos cuatro años.
Primeros días en el Helicoide
Los primeros minutos en la camioneta fueron confusos. A Renzo nunca le dijeron quiénes eran ni por qué lo habían detenido. Según las conversaciones de los funcionarios, el líder estudiantil pudo deducir que ni siquiera sabían a quién habían detenido. La identificación no sucedió sino hasta varios minutos después, cuando uno de ellos se comunicó con uno de sus superiores y le informó que tenían “a ese que le dicen ‘el Cristo'”.
Al llegar al Helicoide, Renzo es conducido a una habitación y lo esposaron a una silla con las manos atrás. Los funcionarios le confiscaron el teléfono celular y su billetera. Allí adentro pudo percatarse de que se encontraba en la celda preventiva del Helicoide. En el calabozo frente a él pudo ver a Douglas Murillo, al ingeniero Vladimir Araque, al teniente coronel José Gustavo Arocha y a Rosmit Mantilla, entre otros.
Renzo fue apartado y unos funcionarios lo amenazaron con electrocutarlo; sin embargo, tras un pequeño altercado, se arrepintieron. Al comenzar a interrogarlo, uno de los funcionarios descubrió que Renzo había estudiado entrenamiento deportivo y es graduado como entrenador de atletismo. Fue entonces que notaron que tenían amigos en común y el oficial bajó la guardia.
Minutos después, solicitaron a Renzo en otro departamento del Helicoide, pero antes de irse el guardia con quien estaba le aconsejó: “cuando salgas, haz como si yo te hubiese maltratado y torturado. De lo contrario, me puedo meter en problemas”.
Renzo fue llevado a una nueva habitación y entonces lo abordaron los sujetos que lo aprehendieron. Le solicitaron la clave del teléfono y Renzo se la otorgó, dado que no tenía ninguna información vulnerable. Frustrados, los funcionarios lo volvieron a amenazar ya que, al no encontrar nada de particular relevancia, pensaron que les estaba ocultando información.
En ese momento, uno de los funcionarios ingresó a la habitación en la que se encontraba Renzo y dejó caer sobre la mesa una tela que, al abrirse, mostró tenazas, pinzas, y cables (para electrocutarlo) pero en ese preciso instante Rosmit Mantilla comenzó a gritar para distraer al comisario del Helicoide. La atención se dispersó, y Prieto salió ileso una vez más.
El 12 de mayo de 2014, un par de días después, Renzo Prieto fue presentado ante el Tribunal 27º en Funciones de Control de área metropolitana de Caracas. Se le decretó la medida preventiva de privación de libertad y fue imputado por los delitos de obstrucción contra la seguridad en la vía pública en grado de complicidad, asociación para delinquir y fabricación ilícita de armas en modalidad de explosivos en grado de complicidad. Se ordenó como centro de reclusión la sede del Sebin, es decir, el Helicoide.
Ese sería apenas el comienzo de los más de 1000 días que Renzo Prieto pasaría en prisión.
El día a día en la prisión
Con el pasar del tiempo, Renzo Prieto se dio cuenta de que su estancia en prisión no sería corta. Durante sus primeras semanas de reclusión, la celda de Renzo se mantenía permanentemente cerrada. Inicialmente, al preso político le negaron incluso recibir sol, por ende, no tenía forma de determinar las horas del día o la noche. Tenía que pedir permiso para ir al baño y en ocasiones le era denegado, por lo que a veces se veía obligado a hacer sus necesidades en un pote o en un rincón de la celda cuando se trataba de excremento.
Los días pasaban luchando pequeñas guerras que le daban fuerza para seguir adelante. Uno de los retos de Renzo era conseguir que no le cortaran el cabello. Una supuesta promesa fue lo que lo ayudó a que su cabello no fuera rapado, aunque le pusieron como condición tenerlo siempre recogido. Luego, su nueva misión era tener el cabello largo y también suelto, y a pesar de los regaños y reproches de los funcionarios, Renzo se las arreglaba para hacerse de esta victoria, alegando siempre diferentes excusas, algunas tan tontas como “se me perdió la cola”.
Otra pequeña victoria del diputado fue comenzar a realizar banderas de Venezuela con mensajes alusivos a la libertad y a la democracia con cartón para colgarlas en las celdas. Cada vez que los funcionarios veían las banderas, las arrancaban y las botaban; sin embargo, los presos volvían a instalarlas, hasta que en un momento se cansaron y simplemente las dejaron allí. Esas pequeñas batallas ganadas fortalecía al grupo de presos políticos.
El área en la que se encontraba Prieto era un pasillo con 21 celdas y un solo baño que debía compartir con los otros residentes de la prisión, razón por la cual, en ocasiones, ante la escasez de agua, la pestilencia era tan insoportable que incluso los propios guardias no se atrevían a ingresar al pasillo. Cuenta el diputado que cuando él llegó al Helicoide había solo 25 celdas establecidas para presos, pero hoy este número ha crecido considerablemente, pues a la sede le han agregado escaleras, nuevos centros de reclusión, salones, pasillos y patios para poder albergar la gran cantidad de presos políticos que existe actualmente en Venezuela.
En una oportunidad, en modo de protesta, el grupo de presos políticos rompieron ocho cámaras de seguridad dentro del Helicoide debido a que llevaban meses sin recibir la luz del sol. Cuando pregunté a Renzo Prieto a cuánto se refería con “meses”, no supo responder: le era imposible determinar el paso de los días.
Buscar formas de comunicarse era parte del día. Los presos inventaron un juego de batalla naval que se ejecutaba a gritos y a través de la imaginación. Quizás la tortura más grande de todas era la absoluta inacción y el aislamiento. Prieto no contaba con libros ni otra forma de distracción, no podía salir de la celda, no podía recibir el sol y, además, la pestilencia lo embargaba a diario. A pesar de ello, mientras contaba su relato se lo escuchaba enérgico y sin ningún tipo de remordimiento, como si aquello hubiese sido algo que él había estado esperando y que no lo logró quebrar.
En un principio, comían tres veces a la semana. Les servían la comida en bandejas plásticas y debían sentarse en el piso a comer con las manos porque no contaban con cubiertos. La estrategia de los funcionarios era hacer sentir a los presos que habían perdido por completo su dignidad, que ellos eran solo animales sin ningún tipo de derecho, para así quebrarlos emocionalmente, tal como sucedió en el experimento de la cárcel de Stanford. Más allá de golpes o torturas físicas, la tortura blanca suele ser más efectiva para enloquecer a los reclusos. A veces la comida llegaba podrida, por lo que, en ocasiones, debía pasar el día sin comer, lo que hacía la situación más desesperante y angustiante.
Meses después de la reclusión, Renzo comenzó a ofrecerse para sacar la basura al estacionamiento todos los días con el fin de poder ver el cielo al menos por unos minutos, pues de a momentos alcanzaba a estar semanas sin ver el día o la noche. Los guardias del Helicoide no comprendían las razones por las cuales el ya diputado (pues se habían celebrado elecciones parlamentarias y resultó electo) se ofrecía a hacer su trabajo. No obstante, Prieto fue muy vehemente en afirmar que ese era su momento de gloria: cuando finalmente podía ver las estrellas, sentir la brisa y soñar que era un hombre libre.
Una de esas noches en las que Renzo fue a sacar la basura, observó a grupo de reclusos amarrados a la cerca con los ojos vendados y con papel periódico y cinta adhesiva en las manos. Junto a ellos, tirado en el suelo, había un policía de Chacao en las mismas condiciones. Todos los presos (incluyendo al policía) estaban siendo golpeados por funcionarios del Sebin y en esa posición, amarrados a la cerca, permanecieron tres días en los que no comieron, no veían y eran constantemente agredidos y electrocutados.
Prieto cuenta que los funcionarios tenían dispuestos lugares estratégicos para aplicar torturas. Uno de los predilectos era el baño de reclusos, pues era un lugar que no tenía cámaras. Los policías con mayor tiempo en el Helicoide citaban a los más novatos a este lugar para “enseñarles a torturar” a los presos sin dejar rastro. Los golpes tenían zonas específicas y una fuerza medible, como si de un arte que se perfecciona con los años se tratatara. Muchas veces, relata Renzo, los policías sacaban reclusos de las celdas por mero aburrimiento y los llevaban a los lugares de tortura para golpearlos, electrocutarlos o ahogarlos, según el caso, y así pasar el tiempo.
Sin embargo, Renzo Prieto nunca fue víctima de torturas físicas. Sus torturas eran psicológicas: lo sometían a aislamientos, le impedían ver el sol, hacer ejercicio y le daban comida podrida. Debía soportar, asimismo, la pestilencia de su celda cuando no podía ir el baño. Sobre las razones por las cuales los funcionarios eran más crueles con unos presos que con otros, el diputado no tiene respuesta, pero deduce que se debe al perfil mediático de cada uno de ellos. No era lo mismo golpear a un diputado de la Asamblea Nacional que golpear a un estudiante desconocido para la prensa.
Cada vez que se formaba un problema con los reos, las amenazas de los funcionarios era idéntica: “si siguen los vamos a llevar al baño”, y ellos ya sabían a qué se referían cuando les decían que los llevarían al baño.
De hecho, los mismos funcionarios provocaban conatos y, en ocasiones, para evitar ser sancionados, liberaban a presos comunes y los llevaban a la sección de presos políticos para que los primeros golpearan a los últimos. En una oportunidad, los presos comunes golpearon a Gregory Sanabria (entre otros) ocasionándole una fisura en el cráneo y fractura de nariz.
Rodolfo Pedro González, conocido como “el aviador”, fue otro de los presos políticos del régimen de Nicolás Maduro. Estuvo casi once meses preso en el Helicoide junto a Renzo Prieto, acusado por la dictadura de instigación para delinquir al haber participado en protestas contra el régimen. Una noche, González no soportó más el maltrato físico y psicológico de parte de los guardias y decidió ahorcarse en su celda. Sus compañeros lo encontraron muerto. Tenía 68 años al momento.
Prieto cuenta que aquellos días fueron los más angustiantes en su estancia en prisión, pues el suicidio de González le provocó severos episodios de ansiedad. Por otra parte, la presión y vigilancia de los funcionarios sobre los presos políticos se incrementó durante esa temporada.
Las extorsiones en el Helicoide
Torturas y extorsiones eran el pan de cada día dentro del Helicoide. Los funcionarios se aprovechaban de las paupérrimas condiciones de los presos para sacarles dinero por cualquier beneficio, que a menudo ellos mismos inventaban para poder extorsionar a los presos.
Dejarles pasar comida, cigarros, otorgarles un colchón, poder ir al baño, permitirles una visita, o situaciones tan cotidianas como dejarlos ver la luz del sol, eran las usadas por los policías dentro de la prisión para sacar dinero a las familias de los presos políticos y criminales comunes que, de a poco, comenzaron a inundar el Helicoide.
Tras haber comenzado como un sitio casi exclusivo para la reclusión de presos políticos de alto perfil, el Helicoide fue llenándose de más estudiantes y protestantes comunes, además de cualquier clase de delincuentes; algunos, con un evidente poder económico elevado. Una de las extorsiones más frecuentes con los presos era la de cobrar para liberarlos, a pesar de tener boleta de excarcelación. Muchos reclusos, políticos o no, han recibido boleta de excarcelación emitida por tribunales venezolanos y aun así permanecen detenidos, como es el caso del concejal José Vicente García, quien llegó a estar más de año y medio con boleta de excarcelación y seguía recluido en el Helicoide.
Según el perfil económico del preso, se establece una tarifa. La mínima son 5 000 dólares, pero la más usada es la tarifa de 10 000 dólares, que representa al mes de abril del 2019 la cantidad de 2777 salarios mínimos en Venezuela, según la tasa de cambio oficial del gobierno. Un ciudadano promedio tendría que trabajar 2 777 meses -el equivalente a 231 años- para poder pagar la extorsión de los cuerpos de seguridad y salir de la cárcel.
Renzo confiesa que un ciudadano de nacionalidad china pagó esa suma para poder salir de la cárcel en Venezuela, aunque nunca supo las razones por las que estaba detenido. Durante su estancia en prisión, le cobraban 3 000 dólares mensuales para brindarle una celda “con privilegios”. Otro grupo de empresarios venezolanos enredados en casos de corrupción, cuyos nombres Renzo no quiso revelar, pagaron 250 000 dólares para poder salir del Helicoide e irse del país. El diputado revela que observó las maletas de dinero ingresando a la sede policial.
En la prisión del Sebin, Renzo llegó a conocer personas de nacionalidad china, siria y rusa, curiosamente, nacionalidades de países con las que el régimen dictatorial tiene alianzas políticas. Prieto ignora las razones de esas detenciones.
Las condiciones del Helicoide fueron empeorando con el paso de los años. En los últimos meses, los funcionarios cobraban a los presos en dólares para brindarles agua para bañarse, y los cortes de luz se hicieron cada vez más recurrentes. En los momentos en que a Prieto le llegaban a cobrar por el agua, el diputado contestaba que le pasaran la factura a Calderón, el jefe del Sebin.
Otro método de extorsión utilizado de forma común por los guardias era hacinar a los prisioneros en los baños. De esta forma, ubicaban durante horas a los prisioneros en dichas instalaciones de forma que quedaran todos de pie y no pudieran moverse, hasta que, agotados, decidieran pagar para acabar con esa condición.
Años de experiencia en torturas y maltratos psicológicos desarrollaron la maldad en las celdas del Sebin. En la mayoría de las ocasiones no tenían que golpear a nadie para lograr sus propósitos. De esta manera no dejaban huellas y creaban más daño. La sed, el hambre, la falta de limpieza, la pestilencia, la falta de atención médica y la propagación de dolencias eran parte del maltrato que sufrían y siguen sufriendo los presos del Helicoide.
La liberación
En más de una ocasión los funcionarios le dijeron a Renzo Prieto que ese mismo día saldría libre. Inicialmente, lo creyó; después dejó de prestarles atención. Para él era otra forma de tortura psicológica: nada peor que jugar con la ansiedad de un ser humano con promesas de libertad.
La audiencia preliminar del diputado fue diferida en seis oportunidades. Al realizarse, se ordenó el pase a juicio privado de su libertad.
El grupo de trabajo sobre la detención arbitraria de la Organización de Naciones Unidas calificó la detención de Renzo Prieto como arbitraria, en tanto se produjo en represalia al ejercicio de sus derechos a las libertades de opinión, expresión y participación en la vida política del país. El Estado no presentó fundamentos que justificaran la detención, por lo que el grupo de trabajo recomendó al gobierno venezolano realizar su liberación inmediata.
Entre el 4 y 17 de diciembre de 2016, Prieto, junto a otros 13 detenidos en el Helicoide, llevaron a cabo una huelga de hambre con el objetivo de llamar la atención sobre sus casos. En el año 2017, Prieto participó en varios episodios de protestas efectuadas por un grupo de detenidos. De acuerdo a informes de sus familiares, cada episodio generó “castigos” por parte de los custodios, que incluyeron el aislamiento, la prohibición de visitas de familiares y abogados, así como la falta de acceso a luz solar.
El 10 de mayo de 2018, el diputado cumplió cuatro años de detención arbitraria, durante los cuales no recibió ningún tipo de atención médica. Su audiencia preliminar de apertura de juicio se difirió en 32 oportunidades, debido a que funcionarios del Sebin se negaban a trasladarlo a tribunales. Según la ley, la audiencia preliminar debió haberse efectuado a los dos meses y medio desde la detención, por lo tanto, al cumplirse dos años sin que se hubiese iniciado el juicio, Prieto debió continuar su proceso en libertad.
El 2 de junio del 2018, uno de los guardias volvió a acercarse a Renzo para decirle que saldría en libertad. Una vez más no lo creyó, no obstante, esta vez sí era cierto. Jamás se realizó un proceso para meterlo a la cárcel o sacarlo: fue simplemente un secuestro político.