Las elecciones para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), a realizarse en próximos días, podrían ser cruciales para abrirle el camino a una iniciativa estratégica que tiene el potencial de crear empleo a gran escala en los países americanos.
Si se concreta la victoria del candidato Mauricio Claver-Carone, el BID puede convertirse en una plataforma de apoyo para el plan de “Regreso a las Américas”, que busca generar inversiones de entre $30 000 y $50 000 millones de dólares en la región, apalancadas por incentivos fiscales del gobierno de Estados Unidos para que las empresas de ese país muden sus fábricas de China a nuestro subcontinente.
Claver-Carone indica que la infraestructura, la energía y el transporte podrían ser las primeras áreas de enfoque, y aclara que el proyecto no se centraría en la mano de obra barata, sino que funcionaría bajo estándares de protección laboral similares a los introducidos en el nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá.
Como asesor del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, Claver-Carone ha desempeñado un importante rol en la adopción de sanciones contra las nomenklaturas dictatoriales de Venezuela y Cuba, y se estima que podría contar con el respaldo de una veintena de naciones en su nominación. Entre ellas Bolivia, país que visitó en enero de este año y que sería uno de los receptores clave del flujo de inversiones del proyecto.
Sin duda, la iniciativa estratégica del “Regreso a las Américas” será duramente cuestionada por los aliados y satélites de China en el hemisferio, bajo la acusación de “monroísmo”.
La doctrina de política exterior formulada por James Monroe en 1823 bajo la consigna de “América para los americanos” ha sido sistemáticamente demonizada por casi dos siglos, primero por conservadores nostálgicos del imperio español, luego por populistas filo-fascistas y finalmente por la izquierda pro-soviética durante la Guerra Fría.
Desde estas distintas posturas se ha intentado reducir la doctrina Monroe a un manifiesto imperial, cuando en rigor fue exactamente lo contrario: la búsqueda de una solidaridad entre las repúblicas americanas para evitar la restauración colonialista, en momentos en que la Santa Alianza hacía planes en este sentido.
Ejemplo de la aplicación de esa doctrina fue la intervención de la administración de Andrew Johnson en 1865 en favor del gobierno mexicano de Benito Juárez, verdadero primer presidente indígena del continente (provenía de la etnia zapoteca), asediado por las tropas francesas enviadas por Napoleón III, auxiliadas por fuerzas españolas, belgas y austríacas. De no haber mediado esta ayuda, probablemente la soberanía de México habría desaparecido por completo.
Fue precisamente durante esa época de ambiciones bonapartistas en la región que se difundió el término “América Latina”, acuñado por Michel Chevalier, tanto para incluir a Francia, que no encajaba en el concepto de Iberoamérica, como para dividir y reinar, contraponiendo las repúblicas del sur a la federación del norte.
Hoy en día, la libertad de las repúblicas americanas sigue amenazada por la acción neocolonialista de potencias extrarregionales como Irán, Rusia y China, que han tutelado, con ayuda del subimperialismo cubano, la instalación de regímenes títeres funcionales a sus intereses como los de Venezuela y Nicaragua, mientras que Ecuador y Bolivia han comenzado el camino de la liberación.