EnglishEste lunes a las 6:00 a.m., Carlos Alberto, de 39 años, tomará un autobús que lo llevará fuera de su país, Honduras, el país con la tasa de homicidios más alta del mundo (90,4 por cada 100.000 habitantes).
Su misión es llegar a Estados Unidos, un destino donde los sueños se le mezclan con la ansiedad y tristeza de dejar atrás a su familia, pero definitivamente un lugar donde al menos podrá permanecer con vida.
Carlos Alberto es un nombre ficticio que él mismo escogió para contarnos su historia. Si nos diese su verdadero nombre correría el riesgo de no llegar a tomar el autobús este lunes. En lo que va de año han asesinado a 60 taxistas en su ciudad. Eran sus compañeros de trabajo, “los compañeros de ruta”, como él dice.
Esta semana mataron a tres más. Las bandas o maras de la ciudad les exigen un pago diario para permitirles trabajar en la calle. La mitad del sueldo se les va en eso.
Por eso Carlos Alberto se va de su país. Deja atrás a su mujer y a sus seis hijos, a quienes por supuesto quiere llevarse en cuanto consiga trabajo en Estados Unidos. Pero primero tiene que llegar allá vivo, porque en México le pagará a un coyote para cruzar la frontera.
A pesar de haber sido agredido con armas, secuestrado por horas, golpeado y extorsionado por las bandas callejeras de su ciudad, Carlos Alberto agradece que le dejemos contar su historia. Cree que lo mejor que puede pasar es que el mundo se entere.
¿Carlos, cómo es su rutina y cómo influyen en ellas las bandas armadas de Tegucigalpa?
En la mañana me levanto, me baño, oro a Dios para que me cuide en la salida, y salgo a trabajar con mis clientes. Ellos llaman por teléfono y así trabajo más seguro. Tengo que andar siempre con las puertas del carro cerradas, porque a uno [las bandas] le cobran y le enseñan las armas.
Siempre me ha gustado ganarme la vida honradamente, pero las bandas no lo dejan vivir a uno. Yo soy soldador de maquinaria pesada e iba a abrir mi negocio propio, pero me dijeron que tenía que pagarles más de US$2.500 por abrir, y US$1.000 mensualmente si el negocio iba bien, porque ellos vigilan la afluencia de las personas. De nada sirve que uno se prepare en un oficio, para sacar adelante al país, si no lo dejan a uno trabajar.
¿Y quienes componen esas bandas?
Aquí se piensa que están ligadas al narcotráfico. Son muchachos, menores de edad, pero manejados por grandes cabecillas. Reclutan a jóvenes porque aquí en Honduras la edad punible es a los 18 años, y se aprovechan de eso para cometer ilícitos, asesinatos, extorsión, secuestros, entre otros delitos.
¿Cómo lo contactan a usted para extorsionarlo?
Bueno, son bandas en colonias marginales, a los cabecillas no los vemos. Pero los que nos cobran por trabajar viven en zonas pobres, cerca de la ciudad. Ellos bajan en moto o en bicicleta, y con sus armas piden dinero a los que trabajan en la zona.
Ellos saben donde vive uno, dónde van los hijos a la escuela. Te siguen y anotan tu placa, supongo. El riesgo de no pagarles no es solo perder el trabajo, sino que le hagan algo a tus hijos.
¿Cuánto dinero le quitan, Carlos?
La mitad de mi sueldo, casi US$800 al mes entre todas las bandas que se le atraviesan a uno. Ellos no llevan control de nada. No les interesa si ya uno le pagó a otro.
¿Y con lo que le queda puede pagar los gastos de su casa?
Definitivamente me las veo muy apretadas. Yo alquilo una casa de habitación [un anexo]. El carro es mío, pero alquilo el número de inscripción del taxi. Pago la manutención de mi primer hogar, donde tengo a cuatro niños que son mi responsabilidad, y a quienes nunca abandonaré. Y en mi hogar actual tengo a unos gemelos.
Todos mis hijos están en edad escolar, y siempre les digo que tienen que educarse para ponerse metas importantes en la vida.
¿Ha visto su vida amenazada?
La última vez que me asaltaron, hace tres meses, uno de esos delincuentes me pidió una carrera. Yo venía de dejar a una clienta, y como no me paré, me persiguieron en una moto. Me obligaron a pararme y me apuntaron con una 9mm [arma]. Tenía que pararme. Uno de ellos le dijo al otro: “A este le tocó la suerte de hoy”. “Te vamos a matar”, me dijeron. Yo lancé el carro por un abismo para que muriéramos todos. No nos pasó nada y me dijeron que a ellos no les tocaba morir ese día.
Luego subimos a una colonia marginal que yo no conocía, y al carro se le prendió la luz del combustible. “Esto marcó combustible, no podemos ir en él”, dijo uno. Yo supongo que ellos querían cometer un delito con el carro. Se fueron todos en moto, menos uno. A ese le dijeron “ya sabes lo que tienes que hacer con él”. Me apuntó con el arma, pero yo se la agarré con las manos y descargamos el arma a tiros dentro del carro. Como se quedó sin balas entramos en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y el tipo cayó inconsciente fuera del carro y yo me fui.
Cuando me alejé de la colonia me quedé sin gasolina y tuve que empujar el carro hasta la estación de servicio más cercana, donde me auxiliaron.
Esa noche llegué a mi casa y mi hija me estaba esperando. “¿Lo asaltaron, papi?”, me dijo. Ella tenía la corazonada. Yo estaba todo golpeado.
Supongo que no vale la pena denunciar esto en la policía de Honduras. ¿Lo hizo?
Me han asaltado unas cinco o seis veces, pero denunciar a la policía es una broma, más bien es hacerse más enemigos. No se puede generalizar y decir que todos los policías son “pícaros”. Hay muy buenos policías pero son pocos, la mayoría son delincuentes infiltrados [dentro de la policía]. Más bien es peor, porque uno va a dejar todos sus datos, dónde vive, qué teléfono tiene. Es acelerar más la muerte.
Sin embargo yo hice lo correcto. Denuncié este incidente y denuncié hace poco que me estaban llamando para extorsionarme.
¿Quién lo llamaba? ¿Qué quería de usted?
Porque me salí del punto en el que estaba trabajando, y por eso tenía que pagar como US$1.500 por los días que no había trabajado, y luego me llamaron otros de otra banda a pedirme como US$ 1.000. Para pagar eso tendría que vender el taxi, y si lo vendo me quedo sin ningún medio para subsistir.
Mi única opción es dejar guardado mi carro, emigrar, y luego venderlo para que mi familia tenga con qué subsistir mientras arreglo mi situación y pido asilo en un país donde respeten los derechos humanos. Yo se lo puse a Dios en sus manos.
Cuando llegue a algún país a explicar lo que le ha pasado, ¿cómo identificaría a sus agresores para poder pedir refugio?
Yo explicaría que son bandas de extorsión y que hay en realidad policías infiltrados allí. Tengo recortes de diarios. Esta semana han matado a tres taxistas conocidos de la ruta. Solo esta semana. Unos 60 en lo que va de año. Todo por no pagar, porque llega el punto en el cual, si pagas, dejas morir de hambre a tus hijos. Uno prefiere darle de comer a sus hijos antes que eso.
La única medida que uno puede tomar es emigrar porque definitivamente esto está colapsando, amo a mi país y me siento orgulloso de él, pero la inseguridad es extrema. Lo hago de una manera obligada.
¿A dónde quiere irse a vivir?
Tengo pensado ir a Estados Unidos. Hasta ahora es la única salida que he analizado. Sé que hay muchos peligros pero vale la pena, porque tengo mi oficio de soldador, y sé que saldría adelante en un país con oportunidades de empleo.
Hace casi 14 años quise emigrar, pero fue por decisión personal. La idea era cruzar por tierra desde México. No lo logré porque en ese momento se me llenaron de llagas los pies y en Oaxaca [México] me entregué al ejército. Me faltaba mucho camino, no tenía apoyo de nadie, y no quería perder mis piernas por eso. Me entregué porque, por supuesto, estaba también ilegal en México.
He intentado pedir la visa de turista para llegar a Estados Unidos y me la han negado, pero ahora voy a hacerlo por obligación, por proteger mi vida y la de mi familia.
¿Cómo se va a ir?
Me voy con un muchacho conocido mío. Él tiene permiso de trabajo mexicano, entonces con él voy, le consigo algún dinero para los gastos de autobús, y en la frontera veremos cómo hacemos. Él me va a llevar hasta la frontera, cerca de Monterrey, y luego debemos contactar a un coyote para ver cuánto me cobra. Tenemos que conseguir la plata a ver si me puede pasar.
Lo importante es llegar al otro lado, no importa que me agarre la “migración” porque llevo pruebas para pedir el asilo. Recortes de periódico, pruebas de que me han disparado, aunque yo no he recibido ningún disparo, sino golpes. Llevo el carnet de la asociación de transportistas y las denuncias que interpuse.
¿Qué va a pasar con su familia?
Es muy difícil que ellos se vayan conmigo. Ya me estoy gastando un buen dinero para irme y no tengo plata para ellos también.
¿Cuánto cree que va a gastar?
Por la amistad que tengo, creo que como unos US$1.200. Porque pueden llegar a cobrar hasta US$3.000 solo por pasar la frontera.
¿Y con ese dinero no podría comprar un boleto de avión y pedir protección internacional en el aeropuerto?
Pero es que no me venden el boleto sin la visa de turista. Yo fui, y en la Embajada [de Estados Unidos] me la negaron. Lo que estoy pensando es hipotecar el taxi para pagar todo. Si paso a Estados Unidos, yo pago la hipoteca. Si no paso, perdería mi medio de subsistencia. Tengo que hipotecarlo.
¿Qué le diría a la gente que vive en Estados Unidos y está en contra de la inmigración?
En primer lugar, que no violen las leyes de ese país, que respeten la vida de las demás personas, porque mi caso no es el caso de un inmigrante normal. Que no nos cierren las puertas, porque como seres humanos necesitamos unos de otros. Y a los latinos, les diría que nos echen una mano. No tiene por qué haber divisiones entre nosotros.
Yo me quiero llevar a todos mis hijos, porque a mis dos hijas mayores también las tienen amenazadas de secuestro. Si yo consiguiera un trabajo, me los llevo a todos. Quiero que tengan un futuro y una vida mejor.