
EnglishAlgo de lo que comenzamos a escuchar por una columna del vicepresidente Joe Biden en The New York Times, ahora poco a poco se vuelve una realidad. El apoyo del gobierno de Estados Unidos al combate del narcotráfico, y por ende de todos sus síntomas colaterales, con un plan que entre otras cosas fortelecería la seguridad, promovería el desarrollo y la unidad en Honduras, Guatemala y El Salvador, los tres países mas flagelados por la narco-violencia en América Central.
La Alianza para la Prosperidad (APP) promovida por el Triángulo Norte (Honduras, Guatemala y El Salvador) ha sido anunciada con mucho optimismo por los presidentes de estos tres países. Su demostración de compromiso con el desarrollo, confianza en el libre comercio y valentía para lavar la cara de sus países coincide con las intenciones del gobierno estadounidense de “lavar sus manos” ante el olvido que por años ha tenido de la región centroamericana, la cual ha visto manchada de sangre sus calles por la tragedia del tráfico de drogas hacia Estados Unidos.
Un plan más, ¿no se aprendió la lección?
Esta estrategia no es nueva para el país norteamericano: se asemeja al Plan Colombia, que en 1999 el presidente Andrés Pastrana implementó con el apoyo del gobierno de Bill Clinton. El narcotráfico se había apoderado de Colombia recrudeciendo la violencia, con una mayor participación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) luego de la caída de Pablo Escobar; esto dejó a un país fuera de control y en espera de grandes soluciones.
Es cierto que tras la implementación del plan, Colombia vio una mejora significativa en torno a los niveles de violencia que generaba el narcotráfico, sin embargo, el fenómeno de la droga no pudo ser contenido: el mercado de drogas ilegales entre 1994 y 2008 aumentó un 200%. “Los gustos de la gente no cambian”, dice Julio Cesar Mejía, director general del Centro para la libre iniciativa en Colombia.
La paz no siempre es igual a la erradicación del problema, algunas veces es simplemente un sinónimo de continuidad. El enemigo siguió haciendo lo mismo pero de una forma especializada y silenciosa, y fue justo esto lo que sucedió en Colombia, según Mejía, quien además agrega que “los productores mejoraron sus técnicas para poder sembrar hoja de coca en menos hectáreas, el proceso se fue tecnificando para dificultar la erradicación por parte del gobierno colombiano”.
Igualmente es importante destacar que la caída en la cifra de homicidios no necesariamente está vinculado con el Plan Colombia. En la dinámica de disputas territoriales, cuando un grupo se impone sobre otro, se puede esperar que disminuyan los homicidios y las masacres, ya que las modalidades cambian. Se comienza a recurrir más a asesinatos selectivos, y se dejan atrás las masacres, como las que cometían las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
El plan pudo haber revitalizado la economía y el tejido social del país sudamericano, pero el objetivo final de erradicar la fabricación, consumo y contrabando de drogas, no fue alcanzado. Los grandes actores de la guerra contra las drogas se dedicaron a llevar adelante un trabajo más especializado.
Incrementa en Centroamérica el consumo y tráfico de drogas
En los últimos dos años se ha sentido un ataque frontal específicamente del gobierno de Honduras hacia bandas de narcotraficantes. Las numerosas extradiciones hacia Estados Unidos, los bienes incautados a los criminales y la desarticulación de mafias que habían tenido sometida a poblaciones enteras a una subeconomía proveniente del tráfico ilegal de sustancias.
Pero esto no se refleja en las cifras que maneja la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), la cual muestra que el consumo y tráfico de drogas ha aumentado en la región centroamericana.

Esta organismo de Naciones Unidas argumenta que el 80% de la cocaína que entra clandestinamente a Estados Unidos pasa por Centroamérica; además, 15% de los homicidios, cometidos en los países de la región están relacionados al narcotráfico.
En paralelo, ha cambiado la imagen de “tierra de paso” que tienen los países de la zona: según la JIFE al menos un 0,6% de los adultos de la región consumieron cocaína como mínimo una vez en los últimos 12 meses, superando la media mundial de un 0,4%.
No solo se ha narcotizado a sectores de la población centroamericana, sino que el arraigo de la cultura de las drogas es cada vez más fuerte en la región, lo cual ha generado un mayor desafío a la APP.
Atacar en silencio al narcotráfico
Hay sectores alternativos de la economía y la política en los que la APP sí puede impactar con éxito al narcotráfico: fortalecer la economía formal, abrir los países al libre mercado regional, estimular la exportación, mejorar tanto la infraestructura como la seguridad de las vías terrestres, e incentivar la prevención al consumo de drogas por medio de programas de educación; todo esto desemboca en generación de empleo, desarrollo y menos violencia común. Y si además se ocupan de fortalecer el aparato judicial, podremos ver justicia, sin la cual no hay prosperidad.
Pero todo esto no ocurrirá de un día a otro. Es un proceso que no puede ser analizado en blanco y negro, sino con todos sus grises, dejándolo fluir y esperando que Estados Unidos comprenda que estos países necesitan más que dinero para combatir el desastre que ha causado el narcotráfico; necesitan leyes claras y abiertas para despenalizar, y eventualmente, legalizar. ¿Por qué no dar un chance a la legalización? que aunque en Honduras sea un tabú, implica prosperidad.
Editado por Elisa Vásquez y Adam Dubove.