EnglishCuando en el 2008 comenzó una injerencia clara del régimen castro-chavista de Hugo Chávez en Honduras, supe que era momento de conocer con más profundidad la realidad de Venezuela. Como hondureña, algo me decía que mi país podría seguir por el mismo camino; y no estaba equivocada. Comencé a ponerme al día con los acontecimientos de la nación sudamericana — y aun siendo un poco ingenua políticamente hablando — no daba crédito a mucho de los que leía. Sin embargo, pronto descubrí la otra cara de la moneda.
En el 2009, Honduras estaba a punto de caer en las garras del Socialismo del Siglo XXI traído por el entonces Presidente Manuel Zelaya. Para ese momento el pueblo de Honduras comenzó a adquirir un claro concepto de lo que sucedería si cedíamos poder a esta ideología. Contando con medios de comunicación que podían informar libremente y sin censura, y con un poder judicial independiente del Ejecutivo, no pasó mucho tiempo para que la sociedad civil se comenzara a organizar y levantar la voz para rechazar el socialismo como forma de gobierno en el país. El hondureño estaba despertando.
El 28 de junio del 2009, las instituciones de Honduras mostraron la máxima expresión de rechazo ante el proyecto de Zelaya. Las Fuerzas Armadas ejecutaron una orden de captura emitida por la Corte Suprema de Justicia en contra del presidente, dando paso a una sucesión constitucional, llamado luego por la Comisión de la Verdad y Reconciliación: golpe al Ejecutivo.
Cambios abruptos como el que vivió Honduras no ocurren sin dejar secuelas. A cinco años de lo sucedido, el país apenas comienza un proceso de reconstrucción social, política y económica; una vez que los sectores comprendieron que la reconciliación se enmarca en la democracia. Hoy, desde Honduras, veo como Venezuela da su lucha, una pelea cruenta que arrastra 15 años de dictadura, y que ahora se ha convertido en una tiranía.
Sin embargo, la historia se repite. Una vez más, así como Honduras en el golpe del 2009, la comunidad internacional vuelve a guardar un silencio cómplice que ahoga a un pueblo que reclama su derecho a la libertad. Los países respaldan gobiernos que perdieron su legitimidad, si es que una vez la tuvieron, y callan ante una población desarmada que ha decidido salir a la calle, sabiendo que enfrentarán una brutal represión, y que ésta será ocultada por los medios de comunicación, víctimas de una voraz censura y autocensura.
Entre Honduras y Venezuela hay un aspecto en común que une a ambas naciones, y que une a todos los países que se ven envueltos en este farsa denominada Socialismo del Siglo XXI. Son poblaciones que han sido afectadas por políticos que llevan este engaño de paraíso socialista a los pueblos más humildes, que por primera vez se sienten escuchados, y les hacen creer que canalizan sus problemas ofreciéndoles “soluciones” irreales y no factibles.
La clave de este programa populista es encantar a oídos cansados de la misma retórica pronunciada por la clase política acomodada, creyente de que las viejas prácticas siguen siendo efectivas. Todo este sistema se basa en un espejismo que nunca se concreta. El pueblo, los discursos, las técnicas de persuasión, no son más que un medio para llegar al poder, para servirse de él y llenar sus arcas personales. Para prueba, no tenemos que ir muy lejos, y ver a nuestros hermanos cubanos escapando desesperados de la “isla de la felicidad”. Todos huyen, nadie vuelve.
Quienes hemos acompañado a Venezuela en este proceso, sabíamos que este momento iba a llegar porque una tiranía no respeta derechos ni garantías ciudadanas, mucho menos la vida de valientes jóvenes que sin cansancio salen a las calles a exigir lo que se les ha robado.
La polarización de la sociedad en momentos extremos como estos es inminente y se convierte en un obstáculo presente y futuro. Que caigan los tiranos es solo el primer paso para la liberación, el siguiente es reconstruir toda una sociedad, y Venezuela tardará muchos años para lograrlo.
Tras una de las peores crisis en su historia política y social, Honduras hoy en día recorre un camino hacia la democracia que, lejos de ser perfecto, se perfila a mejorar. Hoy Venezuela también vive con dolores de parto la lucha por su liberación, que aunque no tiene el merecido apoyo de gobiernos y organismos regionales, tiene el respaldo del pueblo latinoaméricano que cree en la libertad y la democracia como la única vía para la prosperidad de sus pueblos.