Las Naciones Unidas informan que al menos 1,5 millones de refugiados han huido de los combates en Ucrania. Lamentablemente, es probable que esa cifra crezca.
Para aliviar el sufrimiento causado por la invasión de Vladimir Putin y fortalecer nuestra posición contra él, EE. UU. debería abrir sus puertas tanto a los refugiados ucranianos que huyen del conflicto como a los rusos que buscan escapar de la tiranía de Putin.
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Hay varias cosas que podemos hacer rápidamente: el Presidente Biden ha dado un valioso primer paso al hacer que los ucranianos en EE. UU. sean elegibles para el estatus de protección temporal, lo que los protegerá de la deportación y les permitirá buscar empleo. Pero esta medida se aplica solo a quienes llegaron a EE. UU. antes del 1 de marzo y dura solo 18 meses (aunque eso podría extenderse). También puede proteger a los estudiantes ucranianos en EE. UU. al otorgarles una concesión especial para estudiantes, lo que les facilitaría permanecer aquí. Además, debería otorgar libertad condicional a los refugiados ucranianos recién llegados, permitiéndoles permanecer en EE. UU.
EE. UU. y las naciones europeas harían bien en dar a los ucranianos acceso ilimitado a las ofertas de trabajo en sus países (sin límites de tiempo). EE. UU. en particular, enfrenta una escasez de mano de obra en muchos sectores que los inmigrantes ucranianos (y otros) pueden ayudar a aliviar. Especialmente si los combates en Ucrania continúan durante mucho tiempo o si Rusia logra ocupar gran parte del país, muchos refugiados tendrán que quedarse en Occidente indefinidamente. En ese caso, el acceso al empleo facilitará su asimilación a sus nuevos hogares y les permitirá hacer contribuciones a largo plazo a nuestras economías. Con ese fin, la Unión Europea también haría bien en abolir o suspender su límite de tres años sobre el tiempo que los refugiados ucranianos pueden permanecer bajo su ley.
Además de acoger a los refugiados ucranianos, EE. UU. y sus aliados deberían ofrecer un refugio seguro a los rusos que buscan escapar del régimen opresivo de Putin. Como explica el escritor científico e ingeniero aeroespacial Robert Zubrin, la emigración rusa puede ayudar a drenar los “cerebros” de Putin al privar a su máquina de guerra de parte de la experiencia científica y técnica en la que se basa. En cambio, esas personas podrían ayudar a expandir la innovación científica y el crecimiento económico de EE. UU.
Como señala el Sr. Zubrin, los inmigrantes rusos en Occidente están representados de manera desproporcionada en la innovación científica y tecnológica. Muchos han sido contribuyentes importantes. Los ejemplos destacados incluyen a Sergey Brin (co-fundador de Google) e Igor Sikorsky (pionero del helicóptero).
La propuesta de Zubrin se limita a los inmigrantes rusos con experiencia técnica. Pero aquellos con otras habilidades siguen siendo valiosos para Putin y podrían ser valiosos contribuyentes para las economías occidentales. Los inmigrantes de todos los orígenes y niveles de habilidad hacen contribuciones económicas significativas. Además, muchos de los más grandes innovadores inmigrantes eran personas que llegaron de niños o que no tenían ninguna credencial especial al momento de ingresar.
Por razones similares, deberíamos resistirnos a los llamados de algunos políticos para expulsar a los estudiantes rusos que estudian en EE. UU. Por el contrario, EE. UU. debería otorgarles un estatus especial de alivio para estudiantes y permitirles permanecer aquí después de graduarse si así lo desean. Mientras más se quedan aquí, más contribuyen a la economía estadounidense mientras privan a Putin de sus servicios.
También deberíamos, como sugiere el economista Timur Kuran, otorgar refugio a las tropas rusas que se rindan. Tal política ayudaría a socavar las ya dudosas moral y cohesión de las fuerzas rusas.
La expansión de la emigración rusa hacia Occidente sería una tremenda victoria moral para EE. UU. y otras democracias liberales. Durante la Guerra Fría, EE. UU. recibió refugiados de la URSS, Cuba y otras naciones comunistas en parte por esta misma razón. Yo fui uno de los beneficiarios de este entendimiento. Una puerta abierta a los inmigrantes rusos también sería una poderosa señal de que no consideramos al pueblo de Rusia como nuestro enemigo, minando un pilar de la propaganda interna de Putin.
Algunos podrían temer que dejar que los rusos emigren desviaría a los más opuestos al gobierno, fortaleciéndolo así. Pero tales efectos no impidieron una creciente oposición al comunismo durante la era soviética o la resistencia al régimen comunista en Cuba. De hecho, la evidencia sugiere que tener una gran diáspora en sociedades más libres en realidad aumenta la oposición a la represión y la corrupción entre los que quedan atrás, incluso al aumentar el flujo de ideas de las naciones democráticas a las autocráticas. Es posible que EE. UU. deba realizar un control de seguridad. Pero la evidencia indica que el espionaje por parte de inmigrantes rusos es muy raro, y ya existe una investigación exhaustiva para cualquier persona considerada para acceder a información clasificada.
Los críticos pueden preocuparse de que sería injusto abrir las puertas a los rusos y ucranianos, pero no a los que huyen de otros regímenes opresivos. Varias de las naciones europeas que ahora dan la bienvenida a los ucranianos han sido mucho más hostiles con los refugiados de África y Medio Oriente. Durante mucho tiempo he abogado por dar la bienvenida a todos los que huyen de la opresión, independientemente de su raza, etnia o país de origen, incluidos los refugiados sirios y los que huyen del cruel régimen de China.
Pero la forma correcta de lograr la equidad en esta esfera no es prohibiendo a los rusos y ucranianos, sino ampliando los derechos migratorios para otros. Mientras tanto, lo mejor no debe ser enemigo de lo bueno. Debemos aprovechar esta oportunidad para ayudar simultáneamente a un gran número de víctimas de la guerra y la opresión y asegurar valiosas ventajas estratégicas y económicas.
Este artículo due publicado inicialmente en ElCato.org
Ilya Somin es académico adjunto del Instituto Cato y es profesor de Derecho en George Mason University.