No sorprende que cuando republicanos destacados promueven políticas sumamente beligerantes hacia Rusia y la República Popular de China (RPC). El senador Ted Cruz (republicano de Texas), por ejemplo, demoró la confirmación de múltiples ternas presidenciales durante meses hasta que la administración de Biden acordó imponer sanciones adicionales en contra de Moscú debido a la tubería de gas Nord Stream 2. El otrora asesor de seguridad nacional y el destacado pensador neoconservador, John Bolton, dice estruendosamente que EE. UU. y la OTAN deben “ponerse firmes” frente a Vladimir Putin ya —presumiblemente incluso arriesgando una guerra nuclear. Tanto Cruz y Bolton, junto con el senador Marco Rubio (republicano de Florida) también presionan a favor de políticas de línea dura hacia la RPC. Otros miembros importantes del Partido Republicano del Senado, como Mitch Romney (republicano de Utah), Josh Hawley (Republicano de Missouri) y Rick Scott (republicano de Carolina del Sur), han liderado esfuerzos para boicotear las Olimpiadas de Invierno en Pekín y aumentar el respaldo militar de Washington a Taiwán.
Menos atención se le ha prestado a los halcones demócratas que han adoptado posturas similares. Aún así muchos de ellos están jugando papeles clave en fomentar políticas peligrosamente beligerantes hacia Pekín y Moscú. Entre los patrocinadores de la campaña de boicot, por ejemplo, están los senadores Tim Kaine (demócrata de Virginia) y Ed Markey (demócrata de Massachusetts). Los demócratas de centro son todavía más proclives a respaldar medidas beligerantes para respaldar a Taiwán. De hecho, la cooperación bi-partidista respecto de la política de Taiwán ha llegado a niveles impresionantes. Cuando Rick Scott introdujo la Ley de Prevención de la Invasión de Taiwán (TIPA) en febrero, esta atrajo un notable respaldo de ambos partidos. La TIPA propuso darle al presidente prácticamente un cheque en blanco para usar a las fuerzas militares estadounidenses para defender a Taiwán de un ataque sin ninguna autorización adicional del Congreso o siquiera un debate.
En un artículo del 11 de octubre del Washington Post, la representante Elaine Luria (demócrata de Virginia) alabó la legislación como “un buen punto de partida”, un comentario señalando que ella quisiera ir incluso más lejos para defender a Taiwán. Ella lamentó: “Debemos tener tanto la fuerza con la cual disuadir a los chinos como la autoridad legal para emplearla. Y ahora, no las tenemos”. La posición de Luria no es una cuestión trivial, dado que ella es la vice-directora del poderoso Comité de Servicios Armados en el Congreso.
Los demócratas han jugado un papel todavía más destacado en presionar por políticas sumamente beligerantes hacia Rusia. Los representantes Adam Schiff (Demócrata de California) y Eric Swalwell (Demócrata de California), así como también la presidenta del Congreso Nancy Pelosi, estuvieron entre los primeros y más vocales partidarios de las espurias alegaciones de colusión de Rusia en contra de Donald Trump. Sin embargo, sus acciones no simplemente reflejaron sus cínicas motivaciones partidistas. Ellos y un número considerable de sus colegas demócratas también han argumentado repetidas veces que Moscú constituye una amenaza existencial de seguridad para EE. UU. No es mera coincidencia que ellos son partidarios especialmente sólidos de las ventas de armamentos, garantías de seguridad y otras medidas por parte de EE. UU. para respaldar a Ucrania en las disputas continuas de ese país con Rusia. Como es en el caso de la política hacia China, ellos respaldan las políticas de línea dura que los conservadores ya estaban promoviendo ansiosamente.
La senadora Jeanne Shaheen (demócrata de New Hampshire) recientemente co-escribió un artículo para el Washington Post con el senador Rob Portman (republicano de Ohio) argumentando que EE. UU. necesitaba fortalecer su respaldo a Ucrania. Su comportamiento adulador hacia ese cliente estadounidense cada vez más autocrático fue suficiente como para inducir náusea. “Hace siete años, en los que los ucranianos llaman la Revolución de la Dignidad, el pueblo de Ucrania se paró firme ante los líderes respaldados por Rusia y tomó la decisión consciente de girar hacia Occidente”. Ese intento crudo de revisionismo histórico respecto del golpe respaldado por Occidente en contra del presidente-electo de Ucrania fue suficientemente malo, pero sus prescripciones de políticas públicas son todavía peores. “Primero, EE. UU. debe incrementar el armamento militar que envía a Ucrania”, enfatizan los dos senadores. Ellos adoptan esa posición aún cuando conceden que Washington ya ha provisto $2.500 millones en asistencia de seguridad a Kiev solo desde 2017. No obstante, “EE. UU. debe acelerar la velocidad de la asistencia y proveer sistemas antiaéreos, antitanques y anti-barcos, junto con capacidades de guerra electrónica”.
La disposición de Shaheen a adoptar una política así de peligrosamente militarista es muy ilustradora acerca de la percepción de los demócratas de centro en general. Desafortunadamente, este militarismo no debería sorprendernos. Esa facción ha respaldado firmemente durante casi tres décadas el cambio de régimen y las tal llamadas guerras humanitarias. Los demócratas pro-guerra estuvieron entre los partidarios más vocales de las intervenciones militares lideradas por EE. UU. en los países Balcánicos, Afganistán, Irak, Libia y Siria. Especialmente Hillary Clinton y Samantha Power ejercieron presión ávidamente para las misiones en Libia y Siria, ayudando a desatar el continuo caos y el sufrimiento masivo en esos países.
Sin embargo, es cada vez más claro que los miembros del ala Clinton del Partido Demócrata se han ido más allá de respaldar este tipo de “pequeñas guerras” mal aconsejadas. En cambio, ahora están dispuestos a arriesgar llevar a EE. UU. a unas confrontaciones potencialmente catastróficas con adversarios grandes y poderosos. Dada la beligerancia innata de la mayoría de los funcionarios republicanos electos, la situación es extremadamente peligrosa.
El respaldo amplio y bi-partidista dentro del establishment político para el comportamiento irresponsable en contra de tanto China y Rusia es ahora demasiado evidente. La oposición a ese camino peligroso debe provenir de una manada de disidentes en el Congreso y de los esfuerzos desde las bases que obstaculicen las presiones que nos conducen hacia la guerra.
Ted Galen Carpenter es académico distinguido del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington’s Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).