Hay venezolanos que viven toda su vida creyendo que su país es inmensamente rico, pero que tiene unos gobernantes que no saben manejar tanta riqueza. Que como nacemos, crecemos y morimos dentro del territorio venezolano con casi 1 millón de kilómetros cuadrados y en su subsuelo ingentes recursos energéticos, estamos parados sobre una mina de oro. Dicen, unos cuantos, que la situación actual es producto de mala gerencia, que el problema no son las ideas sino quien las aplica. En fin, que el problema no es apuntar a la cabeza, sino quién apunta mejor.
Otros piensan que el problema es de corrupción, que reside en que quienes mandan no dudan en destinar todo dinero disponible a sus cuentas bancarias en el extranjero. Venezuela está en crisis porque “se roban los riales”, y, dependiendo de la generación, hay quienes viajan entre 60 y 40 años al pasado donde “había orden” o “robaban pero dejaban robar”. Es decir, la añoranza se remite a recordar (algunos sin haberlo vivido) aquellas épocas doradas donde todo parecía marchar bien. Nuestro eterno “éramos felices y no lo sabíamos”.
Hay otros cuantos quienes piensan, atrevidamente, que somos el mejor país del mundo, y advierten que opinar lo contrario es traición a la patria. Estos son quienes piensan, como el uruguayo Rodó, que no importa la situación del país, los resultados que como sociedad podamos mostrar al mundo, siempre, y en cualquier comparativa, Venezuela es superior al resto. Vivimos felices, gente alegre, la mejor del mundo.
Lamentablemente para ellos, Venezuela no es un país rico, nuestro problema no es de redistribución o probidad, ni mucho menos somos el mejor país del mundo.
No somos ricos porque la riqueza no se puede centrar en el hecho de que bajo nuestros pies tengamos reservas energéticas como para aburrirnos del petróleo. No es más rica Nigeria, con todo su petróleo, que Japón, que no tiene nada salvo adquisiciones en el extranjero; no es más rica Bolivia, con todo su gas, que Suiza que solo parece poseer montañas. El problema pareciera ser que quienes asumen eso pueden asociar la riqueza a un cofre con monedas de oro enterradas en el jardín, mientras que otros países pueden asociarla a una fábrica o empresa.
Nosotros no construimos las montañas, ni levantamos los tepuyes, nosotros no encauzamos el Orinoco, tampoco llenamos de arena blanca nuestras playas.
Venezuela pudo ser un país rico, tuvo oportunidades (aún hoy las tendría), pero fracasamos miserablemente. Hoy somos un país muy pobre, aunque algunos se engañen creyendo que por comprar artículos de lujo estamos a la par de los grandes.
No es posible considerar a un país rico por el hecho de que cuando trazaron las fronteras, adentro de ellas quedaron, por casualidad, aquellos recursos con los que no tenemos nada que ver. Nosotros no inventamos el petróleo, ni siquiera lo encontramos. Nosotros no construimos las montañas, ni levantamos los tepuyes, nosotros no encauzamos el Orinoco, tampoco llenamos de arena blanca nuestras playas. No me parece lógico creer que Venezuela es un país rico por todo lo que nada tiene que ver con nosotros.
Saldrán canciones patrioteras, de esas que a todos les conmueven, pero no somos más prósperos por creernos “desierto, selva, nieve y volcán”. No pueden ocultar que la riqueza no se mide en casualidades, sino en esas variables “frías” que nada tienen que ver con nuestra “superioridad innata criolla”.
Somos superiores porque somos venezolanos, somos ricos porque hay petróleo, somos felices porque no importan los problemas de hoy “podría ser peor”.
Nos dirán “pero qué gente tan chévere”, cómo nosotros no hay. Claro, eso es tan útil cuando te matan en la calle. El delincuente se siente tan “chévere” que decide, de forma “chévere”, quitarte tus pertenencias; pero para no ser un delincuente cualquiera, se hace “cheverísimo” dándote un balazo. Y tienes suerte si solo te enseña el arma. Claro, somos así de “chéveres”.
Así, nos acostumbramos durante años al “dale gracias a Dios porque no te hicieron nada”. Hoy parece mentira, pero hay que agradecer que no te pase nada malo cada día. Ir a trabajar es una odisea cotidiana, pero tener vida social se vuelve una misión casi suicida. No es una cuestión superficial, se supone que una sociedad avanzada debe permitir a sus componentes desarrollarse libremente en un marco de garantías indispensables para la existencia.
Sí, tenemos gente amable, pero al vivir fuera se entiende que también en todos los países hay gente amable, en eso somos como cualquier país.
Somos el mejor país del mundo, repetimos durante años como mantra, sin querer despertar a la triste realidad que vivimos: Venezuela no es, ni de lejos, el mejor país. ¿Cómo puede ser Venezuela el mejor país del mundo? Con casi la mitad de los venezolanos viviendo en situación de pobreza. Con los índices delictivos por la nubes y la impunidad en la estratósfera. Esto no es una apología del éxodo, pero tampoco una nueva venda para una población que ya está suficientemente distraída.
¿Somos el mejor país del mundo? No somos ni de lejos un gran país. Lo fuimos hace un tiempo, quizá, pero a los millones de venezolanos de hoy nos toca tratar de cambiar las cosas para que podamos tener una nueva oportunidad y, esta vez, aprovecharla.