EnglishEn un escenario impecablemente construido, con la bandera atrás y a su derecha y un busto de Simón Bolívar que parece mirarle fijamente desde su izquierda, Hugo Chávez “delegó” en 2012 el mando de la Revolución a Maduro ante la posibilidad de su fallecimiento.
Se trataba de un suceso trascendental para la historia del chavismo y de Venezuela, que aunque los oficialistas suelen confundir, no son la misma cosa. La transmisión televisada a todo el país dio predominio a los sectores más doctrinarios (de Maduro) frente al chavismo militar (de Diosdado Cabello). Así, Nicolás Maduro se convirtió en el elegido, el sucesor de ese endiosado personaje venezolano que terminó siendo Hugo Chávez.
Chávez, sabiendo que su “legado” se hallaba en peligro por tendencias internas, impuso la causa de la unidad del chavismo a través de la imagen y el discurso en el que delegaba el mando a Maduro y le designaba candidato presidencial en su ausencia.
Maduro, rey de Venezuela por la gracia de Chávez, se enfrenta hoy no sólo a una serie de problemas estructurales propios de la implantación de un régimen tan controlador y represivo. Pero el rey está desnudo.
La realidad ha demostrado las consecuencias del legado chavista en Venezuela; por más frases patrioteras y videos sobre el milagro, la situación venezolana ya no se puede ocultar. Y el oficialismo recurre hoy más que nunca a la tradicional política de denunciar conspiraciones, magnicidios, sabotajes y demás, por parte de enemigos de la Revolución.
Han llegado, recordemos, hasta el punto de prohibir películas, juegos de video, y se concreta ocasionalmente en cierres de medios de comunicación. Recientemente se ha despertado el interés público por la nueva paranoia del chavismo: las series televisivas estadounidenses.
Recordemos que hace un par de años la serie “Parks and recreation” en su capítulo “Sister city” se centró en el intercambio cultural entre la ciudad donde se desarrolla la serie y una ciudad ficticia en Venezuela gobernada por chavistas. La respuesta del chavismo en internet no se hizo esperar, desarrollando durante días críticas al imperialismo y argumentos sobre la conspiración evidente en cosas como ésta.
Hoy le toca el turno a “Legends” de la cadena TNT, que cuenta, entre otras cosas, con el protagonismo de Sean Bean, recordado como Boromir en “El señor de los anillos” y Ned Stark en la serie “Juego de Tronos”. Durante 19 segundos, en una escena de interrogación, el personaje de Bean intenta extraer información a un terrorista sobre la venta de un arma biológica.
Que el terrorista haya contestado el nombre del presidente Maduro, así como una mención inmediata al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y la orientación de las armas biológicas (control de la población civil levantada en protesta), constituyen motivos suficientes para demostrar la conspiración en la que EE.UU. no se detendrá hasta romper con el legado de Chávez.
Para el chavismo no hay nada más santo que el legado del fallecido presidente. Se trata de algo que va más allá de una épica, tan construida como cualquiera, que aporta sentido y legitima los esfuerzos de Chávez por consolidar y expandir el poder hegemónico que demostró hasta sus últimos días. Los liderazgos oficialistas se juzgan por su fidelidad o traición a los preceptos de Chávez. En esto han sido tan efectivos como los cultores del bolivarianismo, y más eficientes que los “accióndemocratistas” con Rómulo Betancourt.
Quienes prestan atención a los acontecimientos diarios de Venezuela pueden sorprenderse notablemente. En un alarde de arrogancia, adulación y blasfemia, el chavismo ha proseguido con la mitificación del líder. El chavismo hoy no sólo admira a Chávez, sino que le reza.
Durante el III Congreso del PSUV se recitó una versión chavista del Padre Nuestro católico. A medio camino entre doctrina política básica y endiosamiento de Chávez, esto constituye un paso más en el proceso de preservación de la imagen del expresidente.
Ayer era suficiente con convertir sus discursos en canciones, repetir sus mensajes televisivos; hoy el chavismo trata de inundar las redes y medios tradicionales de comunicación.
Chávez, como Bolívar, no puede desaparecer. Mientras su figura siga impoluta, sus banderas serán legítimas. En Venezuela suele decirse que con los muertos no se juega, pero es extraño que para una nación tan creyente en el dios cristiano no genere mayor escándalo esta afrenta.
Tras dos siglos de culto a Bolívar, el nuevo dios del panteón criollo parece llegar para quedarse. En el futuro, no será extraño ver cómo cualquier bando político reclamará para sí las banderas sagradas de Chávez; ya hoy lo presenciamos en algunos discursos del oficialismo y de la oposición. Este es el objetivo cultural del chavismo, y parece que van enfilados a alcanzarlo.