Cuando el mes pasado se publicó mi artículo sobre las ventajas de tener tu propio nodo en casa para evitar la censura, no sabía que íbamos a tener un mes tan movido. Thierry Breton amenazó a Elon Musk por entrevistar al expresidente Donald Trump en su plataforma, el CEO de Telegram fue detenido en Francia por los crímenes que terceros realizan usando su plataforma y, finalmente, X fue prohibido en Brasil por no plegarse a la censura que el gobierno actual impone al resto de medios y redes sociales.
Hemos tenido tres tipos de reacciones a estas noticias:
- Los que les parece bien el acoso a X y Telegram porque perciben que sus dueños favorecen discursos de derecha.
- Los que ven con preocupación la situación, pero no tienen claro qué límite debe tener la libertad de expresión y qué papel debería jugar las plataformas en su control.
- Los que consideran que la libertad de expresión es un derecho fundamental que no puede limitarse con la excusa de la desinformación o los discursos de odio.
Sobre el primer tipo de reacción hay poco que comentar. Es la mezcla habitual de autoritarismo y creencia de que los de tu lado siempre van a tener la sartén por el mango.
- Lea también: Estados Unidos puede sancionar a Alexandre de Moraes
- Lea también: Cómo los totalitarios utilizan la soledad como arma
Para analizar el segundo tipo de reacción hay que mirar hacia atrás durante unos minutos.
Las élites contra internet
Cuando internet empezó a hacerse popular a finales de los años 90, era fiel a la tecnología en la que se basaba: una red descentralizada de ordenadores. Por medio de un módem y el cable de cobre de tu línea telefónica, unías a tu computadora a esa red, y todo el mundo entendía que eras libre de decidir con qué otro nodo te comunicabas. Si cometías un delito por medio de esas comunicaciones, se te aplicaba la ley local de la misma forma que se te hubiera aplicado si el delito lo hubieras cometido usando el correo postal. Era un mundo sencillo.
Fueron pasando los años e internet cada vez iba siendo más popular. Fuera de dictaduras como la China, no producía mucha preocupación. Ya sea porque arrastrábamos unos valores más fuertes sobre la defensa de la libertad de expresión o porque los medios tradicionales seguían marcando la tendencia política de los países, las redes sociales centralizadas se hicieron con una gran cuota del tráfico de internet sin que la censura estuviera sobre la mesa.
Pero llegó el año 2016. El Brexit y la victoria de Donald Trump lo cambiaron todo. Las élites de occidente entendieron que las redes sociales eran una amenaza y aprovecharon que estaban concentradas en pocas empresas situadas en California para proceder a su control.
Sofocracia
Un post de Elon Musk sobre la sustitución del emoticón de la pistola en las diferentes redes sociales resume sorprendentemente bien la evolución de la penetración de la censura. Por desgracia, tenemos muy poca memoria como sociedad. Ya casi nadie recuerda que el Twitter de 2015 era muy similar al actual Telegram. Existía la centralización del servicio, pero gracias a cierta desidia del departamento de moderación era la red social más libre de la época. Todo eso acabó en apenas cuatro años, con la pandemia como periodo negro en el que tu cuenta dejaba de tener visibilidad si el FBI así lo decidía.
Podemos tener un debate honesto sobre los límites de la libertad de expresión. Lo que no podemos tener es límites a la libertad de expresión que comienzan cuando una postura política que se silenciaba por los medios tradicionales pasa a ser popular gracias a las redes sociales. De insistir en esta postura, lo honesto sería reconocer que se aspira a vivir en una sofocracia.
En el tercer tipo de reacción hay dos grupos que andan discutiendo estos días: los que creemos que en la defensa de la libertad de expresión cada trinchera cuenta, y los que quieren replegarse a la que consideran que es la defensa definitiva: la descentralización de las redes sociales.
Musk y Dúrov, X y Telegram
Como hemos comentado en otros artículos, Nostr es un protocolo de red descentralizada que funciona con el espíritu del internet original, con la potencia de la tecnología que ha hecho tan resistente a Bitcoin. Los ataques de los gobiernos van dirigidos a las plataformas porque estas centralizan la información y, por tanto, son la clave a la hora del control. En cambio, en una red descentralizada es tremendamente complicado realizar lo mismo.
Soy el primer convencido de que un protocolo así es el futuro de la comunicación. Por comodidad, hemos sacrificado la soberanía individual (no confundir con la estatal) sobre tus datos. Pero se va a poder recuperar gracias al avance de la tecnología. Pero todavía no estamos ahí. De hecho, seguimos con polémicas de sueldos millonarios para programas de TV en pleno 2024, una tecnología que lleva lustros obsoleta. Pretender que las redes sociales centralizadas ya no importan y apostarlo todo al éxito de Nostr es pegarse un tiro en el pie.
Elon Musk y Pável Dúrov están defendiendo la libertad de expresión de todos. A su manera, con sus intereses y todas las miserias que vienen de serie con los seres humanos, pero su causa es una trinchera en la que creo que es importar estar.
Este artículo fue publicado inicialmente en el Instituto Juan de Mariana.
Fernando Parrilla trabaja como ingeniero informático desde el 2002 en diferentes empresas del sector de la energía y las telecomunicaciones.