Cuando un liberal se encuentra en la tesitura de posicionarse al respecto de un conflicto internacional en el que el uso de la fuerza se empieza a percibir en el imaginario colectivo como la única salida viable del mismo, es incuestionable que el ‘no’ rotundo a la guerra debiera de convertirse en su santo y seña en la gran mayoría de ocasiones. Sin embargo, siendo esto irrefutable, lo que no está tan claro — pese a la obcecación de una OTAN encabezada por la Angloesfera— es que la actual crisis entre Rusia y Ucrania esté condenada a solucionarse por cauces militares.
En este sentido, las constantes amenazas en forma de sanciones económicas por parte de Occidente no solo harían levantarse de su tumba a Bastiat- “si las mercancías no pueden cruzar las fronteras, lo harán los soldados”- sino que están, de manera absolutamente contraproducente, empujando a Putin a seguir apretando la tuerca ucraniana.
Es por ello por lo que desde el liberalismo se debería recordar a nuestros gobernantes, tantas veces autoconvencidos de estar en posesión de una habilidad cuasi divina para solucionar todo tipo de problemas, desde las pensiones a la pobreza energética, que la geopolítica no debe estar sujeta a nociones ideológicas preconcebidas- según las cuáles Rusia no tendría otra opción que ceder ante la presión de las sanciones.
En definitiva, cuanto antes nos demos cuenta de que lo menos pernicioso para la libertad individual —si es que acaso Occidente la sigue queriendo salvaguardar— es desarrollar en el campo de las relaciones internacionales lo que Bismarck calificaría como Realpolitik (política realista), menos probable será que seamos testigos de más enfrentamientos armados entre rusos y ucranianos. A fin de cuentas, la Rusia de Putin nunca será la democracia liberal que la UE pretende que sea y Ucrania no entrará en la OTAN mientras la cuenca del Donets siga en guerra. Taparse los ojos y no reconocer esta incontestable realidad exclusivamente responde al utópico objetivo de nuestros gobernantes de autoproclamarse los adalides de la democracia liberal mientras la libertad real se tambalea.
En esta línea están actuando tanto los EEUU como el Reino Unido, que lejos de aminorar la espiral de tensión han echado más leña al fuego al autorizar- en el caso de los EEUU y pedir — en el caso del Reino Unido— a los trabajadores no esenciales de sus respectivas embajadas en Kiev que abandonen Ucrania. Puesto que la situación real del conflicto —como veremos en el siguiente párrafo— no hace pensar que una invasión rusa sea irremediable, lo único que puede conseguir semejante alarmismo es incentivar una invasión rusa, que siempre podrá resguardarse bajo el paraguas de que la vía diplomática había fracasado.
En cuanto a las ya mencionadas sanciones económicas de las que Occidente pretende volver a echar mano para disuadir a Rusia, no sólo son, como ya expuse en su día, tanto moralmente condenables desde un punto de vista liberal como ineficaces y contraproducentes en la gran mayoría de las ocasiones, sino que, en este caso en particular, pueden arrinconar a Putin hasta el punto en el que se vea obligado a intervenir en Ucrania con tal de no dar la impresión a su población de que capitula ante Occidente.
Llegados a este punto me parece importante recalcar que lavar la imagen de Rusia no es en absoluto el objetivo de este artículo, que sólo pretende promover en Occidente una Realpolitik en las relaciones internacionales que tenga como objetivo coartar las menos libertades individuales posibles. La única realidad respecto al conflicto ruso-ucraniano es que Rusia es la primera interesada en evitar un conflicto bélico con la OTAN y en no formalizar la anexión del Donbás. A fin de cuentas, Moscú necesita inestabilidad dentro de Ucrania para poner freno a su posible entrada en la OTAN y el mismo Peskov, portavoz del Kremlin, ha criticado recientemente la iniciativa del Partido Comunista Ruso de reconocer la independencia de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk.
En consecuencia, es sumamente importante que desde Occidente no se prosiga con una política del ‘borde del abismo’ (lo que en inglés se conoce como brinkmanship) que lo único que está consiguiendo es llevar a Rusia en volandas hacia el conflicto militar. Reconocer que la Rusia de Putin nunca será la democracia liberal que la UE pretende que sea y que Ucrania no va a entrar en la OTAN son pasos necesarios para calmar el ambiente bélico que estamos presenciando y proteger a un pueblo ucraniano que vería peligrar su libertad individual más fundamental en el improbable caso de que estalle una nueva guerra en Ucrania.
La libertad real (la posible, no la utópica) debe estar por encima de las medallitas que se quieran colgar desde la Angloesfera los burócratas empecinados en extender nuestras democracias liberales por el mundo- si es que acaso eso es lo que pretenden.