Las lágrimas de Lionel Messi cuando anunció su despedida del Barcelona Fútbol Club, con tono de renuncia forzado, al Barcelona, el club donde creció y logró todo en la vida, nos afectó a todos. En parte, por la emoción que entrañaba una suerte de abandono de un pasado de gloria y un futuro incierto en un momento bisagra. También desnudó una realidad sobre nuestra sociedad en el contexto de la pandemia.
El mejor jugador del Barcelona de todos los tiempos anunció su salida en una austera conferencia de prensa. ¿Descubrimos en ese acto el costado frágil del héroe cuando buscaba contener las lágrimas? ¿Qué puede afligir al mejor jugador de fútbol del mundo, ídolo deportivo y, por qué no, también uno de los de más ricos del orbe?
Ver llorar a Messi, un superhombre para millones que creen que personas como él no sufren a pesar de ser de una clase superior fue una sorpresa planetaria.
Lo curioso es que cuando se vio en la TV a una familia desesperada, pujando porque su bebé escape de Kabul, no hubo igual controversia.
En nuestra vida, tendemos naturalmente a creer que en esas posiciones exaltadas, circunstancias como la popularidad o el dinero anulan el sufrimiento.
¿Se puede anular el sufrimiento?
En realidad, hay tres modos de abordar el sufrimiento, los padecimientos tanto físicos como emocionales.
En la filosofía Desilusionista hay una vía en la huida del sufrimiento, evitarlo, tratar de mantenerlo lo más lejos posible. Un ejemplo actual podría ser tanto la vacunación como los cuidados para no contagiarnos de COVID-19.
Cuando estamos sufriendo, también se puede morigerar. Tratamos de reducir la intensidad del dolor; buscamos una medicina, un analgésico.
Pero finalmente, también apelamos a la distracción. Que puede adoptar muchas caras. En el caso de buena parte de la humanidad, Messi encarna esa distracción con su magia al jugar al fútbol.
Como un dios del campo de fútbol, Messi es apenas 5 %, 10 % una persona. No hay mucho lugar para entender que es un señor que se levanta a la mañana, desayuna, se rasca, entrena y es papá de tres chicos. Lo que hay que notar es que la parte sobrehumana de ese hombre, está en realidad en nosotros.
Esa existencia en cada uno de sus seguidores ocupa el lugar de la distracción, una existencia ilusoria. Participa en algo de cada uno, que nos permite sufrir menos.
Pero si le duele a él, a mí no me duele. Hay una operación psíquica que dice: “Él llora, mirá lo bien que estamos que él llora”.
Curiosamente, en esa dramática despedida del Barca, Lionel Messi no dijo palabra alguna sobre la pandemia, el mal de toda la humanidad. Y hace bien: en su lugar de distracción, si lo hiciera, esterilizaría su función como futbolista.
Pero se da el tema central que en nuestra ilusión, Messi no sufre, o tiene problemas. Pero ya vimos que sí, que sufre y que llora.
¿Los poderosos no sufren? Lo que tenemos que entender es que el dinero o la popularidad lo que tienen es un nuevo menú de sufrimientos ¿Será el de errar un penal? No sabemos muy bien, no podemos entenderlo, pero seguro que sufre.
Cada uno sufre su propio sufrimiento. Es una experiencia personal. No es de otro, no es colectiva. Aunque le suceda a mucha gente, es cada uno quien lo sufre.
Tampoco importa en qué situación económica social o personal se esté, siempre se sufre. Cuanto más cercano estoy socialmente de ese a quien veo sufrir, más próximo voy a sentirlo, voy a poder empatizar. Y me va a costar más si estoy alejado socialmente de esa persona.
Además, ninguna conducta nos va a alejar o acercar merecidamente del o al sufrimiento. Se sufre porque se es parte de la condición humana. Todo el mundo sufre. No hay garantías en contra del sufrimiento. No hay resguardo en los recursos económicos ni sociales. Tampoco en la fama y la celebridad; ni el éxito ni la fama nos dejan fuera de esta condición humana.
Todos necesitamos de recursos para aventar el sufrimiento, ese pañuelo oportuno que le acercan a Messi, nuestro ídolo ilusorio y distractivo, cuando se acerca al límite épico del renunciamiento mientras transmuta hacia otras glorias.
Mookie Tenembaum es filósofo, analista internacional es autor de Desilusionismo, de editorial Planeta.