Por: Juan García Vera
Sebastián Piñera no había cumplido aún la mitad de su período, de cuatro años al frente de la presidencia de Chile, cuando inició la carrera presidencial en miras del próximo período. Las fuerzas de la oposición, principalmente conformado por el bacheletismo y quienes fueron gobierno durante casi 24 años comenzaron a enarbolar abanderados y candidaturas. Pero este fenómeno no sólo se dio en las filas de la izquierda sino también, dentro de la coalición de gobierno se empezaron a levantar banderas presidenciales.
En esta oportunidad, el país, se encuentra en condiciones absolutamente distintas: los hechos violentos de octubre de 2019 provocaron un profundo quiebre en la sociedad, las instituciones se demostraron débiles y tambaleantes; y, cual receta de una tormenta perfecta, una importante parte de la población aceptó la violencia desatada como forma de impulsar los cambios que demandaban a una clase política, a la que perfectamente le caben los adjetivos de “bruta, ciega, sordomuda, torpe, traste y testaruda”, como reza la letra de una célebre canción de la cantante colombiana Shakira.
El denominado “estallido social” demostró que el país carece de liderazgo político. Ningún partido político, personero, y muchos menos los presidenciables, pudo capitalizar los cambios que demandan dicha fuerza social. Esto es una clara prueba que el modelo que ha regido el país se quebró irreparablemente, y a partir de octubre de 2019, el milagro chileno perdió su engranaje en la sociedad; sólo quedó una nación altamente polarizada, con una cuestión social no resuelta aún, y a la que se le dan falsas esperanzas con una nueva constitución, sin miras a que el modelo país vuelva a ser viable.
Por el contrario, la agenda de la izquierda más radical ha logrado imponer la idea que los problemas chilenos, se encuentran en la Constitución Política vigente, y no en la falta de voluntad política de quienes han ejercido del poder, o mejor dicho, han usufructuado de este en provecho propio. Si algo no ha aprendido aún América Latina es que las Constituciones no son soluciones para las crisis de los países, sino veamos el ejemplo de los Estados Unidos de América —por lejos la única revolución exitosa— con una única Constitución que ha sobrevivido por 233 años, versus el caso de Venezuela, que en su historia ha tenido 31 constituciones y se encuentra, hoy en día, sometida al más absoluto caos y anomía.
Es en este escenario, complejo y demandante, donde se requieren nuevos liderazgos, pero los partidos políticos, verdaderas maquinarias de marketing y no de contenido ideológico, han buscado las banderas del pasado, no sólo en contenido sino en aquellos que pretender ser presidente de Chile. Son siete las candidaturas principales que este 2021 se debatirán en un proceso electoral de primarias, de primera vuelta electoral y balotaje.
Estos siete candidatos fácilmente los podemos reunir en dos grupos, los disidentes del piñerismo y los herederos del bacheletismo. En el primer grupo, compuesto por Joaquín Lavín (UDI), actualmente alcalde de la comuna de Las Condes —una de las más ricas de Chile— quien fuera dos veces candidato presidencial y ministro de Educación de la primera administración de Piñera; Sebastián Briones (Evopoli), Mario Desbordes (Renovación Nacional) y Sebastián Sichel (independiente), respectivamente ministros de Hacienda, Defensa y Desarrollo Social de la actual gestión presidencial. En la otra vereda, Paula Narváez, por el Partido Socialista, quien difícilmente podrá desmarcarse de ser el dedazo de Bachelet, o mejor dicho la imposición de la hoy Alta Comisionada de DD. HH de la ONU; Heraldo Muñoz (PPD) y Ximena Rincón (Democracia Cristiana), quienes fueron ministros de Relaciones Exteriores y de Trabajo de la segunda gestión de Bachelet.
A pesar de las enormes diferencias ideológicas que pueden distinguir a quienes aspiran ser presidente de Chile, todos pueden considerarse parte de la misma élite política, la que como antítesis al espíritu republicano, se han organizado alrededor del poder como una corte que en nada rivaliza con la Francia del siglo XVIII, en pompa y en incapacidad de leer la realidad y sentir de la población, y cuyo final ya conocemos. Sólo falta, por añoranza, saber quién será la María Antonieta que mande a la muchedumbre a comer pasteles.
De los candidatos mencionados, el que goza de mayor trayectoria política es Joaquín Lavín, quien ha ganado en tres oportunidades elecciones municipales, pero no ha podido concretar aún una carrera presidencial efectiva. Dos reveces, el primero en 1999 cuando se enfrentó al socialista Ricardo Lagos, perdiendo las elecciones presidenciales por un estrecho margen de votos, la repetiría en 2005, superado en ventaja al primer intento de Piñera para alcanzar la Moneda, en la primera vuelta electoral.
Pero es Lavín quien, gracias al baño de masas que le han dado los medios privados, ha bien aprovechado las “banderas sociales” que enarbolan quienes demandan profundos cambios en el país. En un gran salto cuántico, entre lo que fue, lo que es y lo que apunta a ser, mucho dista del acartonado joven que fuere uno de los más cercanos pupilos de Jaime Guzmán —padre de la Constitución de 1980—, miembro fundador de la Unión Demócrata Independiente (UDI), y uno de los mayores defensores del modelo liberal heredado por el Régimen Militar, quien hoy en día, se presenta como un vehemente defensor de los subsidios financieros entregados por el Estado, por la integración de clases socio-económicos, y sobre todo uno de los mayores promotores, dentro de la derecha política, del cambio constitucional, que terminará por derogar el legado de su “padre político”.
El resto de los candidatos de la derecha son los que abandonaron el naufragio del segundo Gobierno de Piñera. Ministros que dejaron sus cargos para asumir una carrera presidencial que difícilmente llegará a buen puerto. El primero de ellos es Sebastián Briones, quien fuera reconocido como el mejor ministro de Hacienda de Latinoamérica hace un par de meses, y hoy es la bandera del partido Evópoli, un movimiento político que fácilmente puede ser descrito como una pequeña oligarquía millenial, aquella que se cree intelectual por verter sus medias verdades en redes sociales y condena a la hoguera a quienes no suben en su autobús. Difícilmente Briones puede recibir un mínimo de apoyo popular después de haber sido un férreo opositor a las medidas de retiro de fondos de pensión aprobadas por el Congreso Nacional en aras de paliar los efectos económicos de la peste china.
Tampoco podemos olvidar que fue Briones el padre de las condiciones leoninas, y que rallaban en lo denigrante, que dejaron fuera a miles de chilenos de los escuetos subsidios que entregó el Estado a quienes perdieron su sustento después del brote violento de octubre de 2019 y la llegada de la peste china. Pero el peso más preocupante que se llevará Briones, frente a su gestión en la Hacienda Pública, es el enorme endeudamiento para la nación que dejará esta coyuntura.
Otro de los candidatos a la Moneda por la derecha es Mario Desbordes, quien desde sus comienzos como Carabinero raso, saltó a una incipiente carrera política en Renovación Nacional, el partido con más militantes de esta facción de la élite gobernante. Pero un alto número de militantes no representa votantes, puesto que Desbordes, si bien se puede considerar parte de la derecha suave, y gestor de las peores derrotas legislativas que ha tenido un Gobierno en Chile, no está convencido en su prédica de cambio y una reorientación social del libre mercado chileno. Su imagen es la de un oportunista más, que aprovecha las coyunturas necesarias para no verse perjudicado. Como parlamentario fue un elemento incómodo para sus filas, y como ministro de Defensa, alguien que se fue apenas los problemas llegaron con la excusa de una candidatura presidencial, a pesar del nulo apoyo popular que puede experimentar. Y sobre el último candidato de la derecha, Sebastian Sichel, perdón ¿Sebastián quién?
El juego político no se detiene en estas fichas, puesto que pareciera que el objetivo de los candidatos es generar el mayor rechazo popular y darle vía libre al surgimiento de un gobierno oportunista, que usando la demagogia y el populismo, le puede hacer un daño, aún peor, a un Chile ya tambaleante, usando las demandas sociales y una nueva Constitución como pretexto perfecto para el desastre, esto sin que sea necesario nombrar los ejemplos de nuestra región.
Ahora es menester contemplar las fichas de la izquierda, la misma que lleva treinta años haciendo promesas incumplidas a la población, y que ahora pretende sumarse y asumir las banderas del cambio en el país. No fue sorpresa ver la sed de poder de Michelle Bachelet, quien en una verdadera contradicción a sus deberes como Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, impuso a su partido político, una candidata para la contienda presidencial. Se trata de su exministra vocera, Paula Narváez. Una candidata sin ningún arraigo popular, sin ninguna virtud que la haga destacar por encima de los candidatos, más allá de ser la elección caprichosa de Bachelet.
Con respecto a Heraldo Muñoz y Ximena Rincón, muy poco pueden hacer a estas alturas para librarse de la sombra de corrupción que empañó el segundo mandato de Bachelet, puestos que como ministros consentidos de la hoy expresidenta, fueron incapaces de generar propuestas serias que atacaran las bases del descontento social que venía arrastrando el país. Muy por el contrario, Ximena Rincón, quien fuera ministra del Trabajo se destacó por ser una ferviente lobista de las Administradoras de Fondos de Pensiones, sin defender los intereses de los trabajadores que estaban comenzando a sufrir las consecuencias de un sistema de pensiones poco ético, y que termina condenando a la pobreza a quienes osan jubilarse.
Esto nos lleva a establecer que la brújula de Chile está seriamente afectada. El país no tiene un rumbo claro, sus autoridades actuales son reactivas y el escenario futuro plantea la inseguridad de lo incierto. Por una parte, desconocemos cuál será el estado del país post COVID-19, sumado a las demandas sociales que ahora entran en una etapa superlativa de cara al proceso constituyente, y más aún, frente a la efervescencia de la discusión que plantea este momento histórico. Por otra parte, todo esto, en un complejo escenario electoral, que está aderezado con una institucionalidad que carece de legitimidad popular y poco interesada en sembrar las bases de un Chile sólido para el futuro. Continuará…
Juan García Vera es abogado chileno. Especializado en comercio exterior y propiedad intelectual. Ha cursado estudios de tributación internacional, política exterior de China y desarrollo de comercio exterior. Se ha desempeñado como docente en la Universidad Mayor de Chile.