
Por Andrés Patarroyo:
“Google considera que el mercado de navegadores aún es muy poco competitivo, lo que retrasa la innovación para los usuarios”, afirmaba en 2009 Sundar Pichai en aquel entonces vicepresidente de producto de Google (hoy en día presidente ejecutivo de Alphabet, matriz de Google y sus subsidiarias). En aquel tiempo Microsoft con su navegador Internet Explorer mantenía lo que los reguladores europeos y en Estados Unidos llamaban una “posición dominante” en el mercado de navegadores al vincular a su navegador Internet Explorer a su sistema operativo Windows el cual tenía el 95 % de cuota de mercado a nivel global.
Muchos usuarios se han alarmado por lo que llaman censura de los jugadores dominantes en las redes sociales, en particular por la eliminación de la cuenta del torpe presidente Trump de la red social Twitter.
Para empezar, Twitter, Facebook y otras redes sociales funcionan en cierta medida como un “club privado”, donde existen unos términos de servicio que sus “socios” (en este caso los usuarios) aceptan si quieren hacer uso de la red social. Los mismos acuerdos de servicio que muy pocos usuarios leen pero que los abogados de los gobiernos y los entes reguladores escrutan al detalle. Dado lo anterior Twitter, así como otras compañías de social network están en libertad de aceptar o rechazar tanto a usuarios como el contenido de dichas plataformas.
¿Pero cómo es posible que mientras prohíben la cuenta del presidente de Estados Unidos, el tirano que gobierna Venezuela, los ayatolas en Irán o ciertos políticos populistas continúen usando Twitter y otras redes sociales para esparcir mensajes de odio y de incitación a la violencia? Es evidente el doble rasero que existe en estos “clubes sociales” por parte de los dueños, es innegable y puede ser hasta grotesco. Google, por ejemplo, se ha quejado cuando el partido comunista chino le exigió moderar el contenido del buscador al usar palabras clave como “Democracia”, “ Derechos Humanos”, “Libertad de Expresión”, etc, lo que llevó a Google a retirar los servicios de su buscador en China en 2010.
Sin embargo, tratándose de empresas privadas y aunque nos guste o no, sus dueños tendrían el derecho incluso hasta de ser incoherentes en el manejo de su propio contenido, pero hasta ahí. Más allá de bloquear a un usuario o restringir toda o una parte de su contenido, estas empresas no pueden hacer mucho más. El usuario puede buscar cualquier otra red social para publicar el contenido que quiera.
A lo que no tienen derecho las comúnmente llamadas big tech es a obstruir la libre competencia o impedir vía cartelización que otros participantes jueguen en el mercado. El mayor ejemplo de esto ocurrió con la prohibición de Parler (un posible competidor de Twitter) en las tiendas de aplicaciones de Google y Apple, ambas con el 99 % de cuota de mercado de sistemas operativos móviles. Luego de dicha prohibición, Amazon, cuyos servicios no solamente se enfocan en el sector del comercio en línea pero también en la oferta de servicios de hospedaje de software en la nube, le impuso el veto a Parler argumentando que esta compañía tiene una inadecuada práctica de moderación de contenido.
El libre mercado ofrece no solo variedad de opciones para el consumidor, sino también innumerables ejemplos de caídas de quienes exhibieron el monopolio de las tecnologías de la información frente a competidores emergentes: Internet Explorer vs. Mozilla Firefox (financiado en sus inicios por Google y luego abandonado cuando Google sacó al mercado su navegador propio Google Chrome), la aplicación cerrada de mensajería de Blackberry vs. WhatsApp, Yahoo vs. Google Search, así como el caso de monopolios tradicionales frente a jugadores emergentes de las tecnologías de la información: Blockbuster vs. Netflix, las compañías de taxis vs. Uber y la inolvidable disputa entre Walmart y Amazon.
Los productos de software a diferencia de industrias más “tradicionales”, tienden a ascender en su cuota de mercado tan rápido como el ritmo al cual pueden decaer. Hace solo unos años Skype dominaba una buena porción del mercado de aplicaciones de comunicaciones a nivel personal y empresarial que hoy mantiene Zoom.
Para agregar una cereza al pastel, recientemente WhatsApp cambió los términos de servicio que muchos usuarios han juzgado como un atentado a su privacidad. ¿El resultado? Usuarios migran masivamente a otras plataformas de comunicación alternativas. Solo el tiempo dirá si esto irá en perjuicio de una de las empresas del conglomerado de Mark Zuckerberg.
Cuando una empresa que exhibe un monopolio tecnológico abusa de su posición dominante en el mercado, se abren las opciones para que los usuarios migren a otras plataformas. La lección que deja la historia de la computación es simple: la compañía que hoy es pionera en un desarrollo, podría pasar a ser velozmente irrelevante en cuestión de meses o algunos pocos años.
Andrés Patarroyo es ingeniero de software dedicado al sector de tecnologías de la información como product manager y analista de negocios. Defensor de la libertad.