Por Deyson Padrón
Los coronavirus (CoVs) son una familia de RNA virus de una sola cadena. Afectan a diversas especies animales incluyendo a los seres humanos. En estos últimos pueden causar infecciones del tracto respiratorio superior y usualmente se comportan con síntomas parecidos a los de la gripe común. En contraste, el nuevo SARS-CoV-2 es altamente patogénico. Infecta las células epiteliales bronquiales y del tracto respiratorio alto y desencadena infecciones cuyo desarrollo puede resultar en patologías severas y causar importantes lesiones broncopulmonares.
Las manifestaciones primarias pulmonares del SARS-CoV-2 incluyen disnea y tos. Los síntomas extrapulmonares varían entre fiebre, fatiga, cefalea, mialgias y diarrea. Aunque el 81 % de infecciones son leves a moderadas, las demás desarrollan manifestaciones severas: falla respiratoria, sepsis y choque. La causa principal de hospitalización de pacientes es hipoxemia. Si empeoran y presentan falla respiratoria severa requieren ventilación mecánica, sedación, prono, entre otras medidas. Y aquellos que se den de alta requerirán supervisión estrecha y seguimiento.
¿Qué hicieron los gobiernos?
Ante la rapidez de la propagación, las autoridades gubernamentales se vieron obligadas a aplicar medidas en extremo restrictivas con cuarentenas severas y la paralización completa de las actividades económicas mundiales, así como la suspensión de la conectividad y el transporte. La razón fundamental: adaptar, fortalecer y ampliar las capacidades de atención de los sistemas de salud.
Dicho en otras palabras, el virus forzó a los gobiernos a, de manera seria, hacer lo que les corresponde con los sistemas de salud: pago de las obligaciones salariales al personal médico, ampliación de la cantidad de las camas en UCIs, compra de nuevos y mejores equipos de atención hospitalaria. En definitiva, los gobiernos buscaron que el sistema de salud no colapse y al mismo tiempo, ganar tiempo para responder a los picos epidemiológicos y a la eventual demanda excesiva de pacientes que pudieran requerir atención.
El impacto económico
No solo se vio afectado el sistema sanitario. Mucho hemos escuchado sobre la grave crisis económica mundial que ocasionó la paralización de las actividades así como la recesión que ello implicó, sobre todo, para los países menos favorecidos o en la llamada vía de desarrollo.
En el caso de Colombia, específicamente, el informe de Procolombia recoge las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI): “se espera que Colombia se contraiga -7,8 % para 2020, lo que se constituiría en la primera recesión en Colombia desde 1999, cuando la economía se contrajo -4,2 %”.
El escrito también detalla los tres escenarios planteados por el Centro de Estudios Económimcos ANIF:
Un escenario base, donde la economía se contraería -2,4 % anual y la tasa de desempleo ascendería a 18,5 %; un escenario más pesimista, si persisten los problemas de salud pública y se amplía el periodo de aislamiento, con una caída del PIB real de -4,5 % anual y una tasa de desempleo de 22,5 %; y un escenario optimista, de menor afectación económica, con una contracción del PIB real de -1,1 % anual y una tasa de desempleo de 16,5%. En los tres escenarios, la entidad plantea una tasa de desempleo más alta a la prevista por el FMI para Colombia (12, 2% en 2020).
En términos reales, esto se traduce en: 82000 negocios que a junio de 2020, ya habían cerrado sus puertas definitivamente. Asimismo, para esa misma fecha, unas 300.000 empresas estaban pensando en la posibilidad de cerrar o entrar en insolvencia.
El aumento de la tasa de desempleo
Las estadísticas oficiales del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) revelan que el comercio fue el sector más golpeado.
Solamente en el mes de mayo, 910.000 personas perdieron su trabajo. A dicha cifra se le deben sumar 1.700.000 empleos perdidos entre marzo y abril. Los rubros más afectados son los de hotelería y turismo, gastronomía, discotecas y gimnasios.
El presidente de la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (ANDI), Bruce Mac Master, confirmó que son varios los sectores económicos que padecieron las consecuencias de la pandemia. Según el dirigente, los sectores de automotores, bebidas, confecciones y materiales de construcción (que a su vez, abarca varias industrias) son quienes más han sufrido la pandemia.
Esto se debe parcialmente a la tardía respuesta estatal para atajar los gravísimos problemas sociales que conllevarían tantos meses de inoperancia económica en un país donde más del 40 % vive de actividades informales o del diario. Y también, a los innegables abusos del sistema financiero colombiano que, en vez de estar en sintonía con la realidad histórica que supondría la emergencia por el COVID-19 decidieron darle la espalda a la crisis socio-económica colombiana con el único fin de proteger sus intereses y mantener o incrementar sus ganancias.
Aprender a convivir con el virus
La sociedad tuvo que aprender a convivir con el COVID-19 y adoptó medidas como el uso permanente del tapabocas, lavado constante de manos y , distanciamiento social. No obstante, durante la cuarentena observamos a cientos de personas de manera irresponsable y desordenada violaban las restricciones convirtiéndose en focos de contagios para la sociedad, la mayoría en fiestas y reuniones clandestinas disparando el número de contagiados por COVID-19.
Mientras tanto, a las empresas se les obligó a invertir en nuevas y costosas medidas de bioseguridad que garantizaran la disminución del riesgo de contagio para permitírseles volver a operar.
Colombia recibe 2021 con nuevo pico de contagios
Ahora, en enero de 2021, diez meses después del llamado al encierro decretado por el gobierno nacional, Colombia enfrenta un nuevo pico de contagios al ir permitiendo la reactivación económica de manera paulatina. Pero llama poderosamente la atención como varias voces de políticos y grandes medios de comunicación parecen estar preparando la opinión pública nacional para presionar a un nuevo llamado de cierre generalizado y paralización completa de la economía.
Entonces, ¿por qué debe castigarse a la población productiva con nuevas restricciones totales que implicarían un inminente quiebre económico? ¿Qué pasó con el tiempo que esperaban ganar para ampliar las capacidades de atención en el sistema de salud? ¿Qué pasó con las nuevas camas de UCIs? ¿Fueron desarmadas? ¿Acaso las UCI´s, antes de la aparición del COVID-19, no se mantenían siempre llenas? ¿Las inversiones que realizaron el sector comercio e industrial para adquirir las medidas de bioseguridad fueron solo por lujo?
¿Qué nos dicen los números?
Desde el punto de vista estadístico, el observatorio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que -a la fecha- hubo 83.715.617 casos confirmados de COVID-19 y 1.835.901 de muertes por el virus.
Sin embargo, en términos de porcentajes la base de datos Worldometers señala quede los 23.194.506 casos activos a la fecha, el 99,5 % de pacientes infectados, es decir, 23.087.082 atraviesan una condición leve a moderada y el tratamiento se realiza en sus hogares. Solo el 0,5 % (107.424) son casos severos o críticos.
De los casos resueltos, que constituyen un total de 62.441.449, el 97 % (60.587.636) ha egresado o recuperado. Solo el 3 %, 1.853.813 ha fallecido.
Ahora bien, haciendo una caracterización por variables sociodemográficas de los fallecidos, podemos encontrar que existe un porcentaje muy superior de decesos en las personas mayores de 60 años, y más de 40, con comorbilidades como síndrome metabólico, cardiopatías, EPOC, asma o neoplasias. Por supuesto existen casos de mortalidad en los otros grupos de edad más jóvenes pero son la excepción a la regla. Siempre observamos un patrón de más mueres en grupos de mayor edad y de riesgo, mientras que el pronóstico es mejor en los pacientes jóvenes.
Un llamado a la mesura
Efectivamente, y como bien indicó Jaime Alberto Cabal, el presidente de la Federación Nacional de Comerciantes, las cuarentenas no son la solución:
“Las cuarentenas son un retroceso frente a la luz que estábamos viendo al final del túnel. Es un reversazo con un impacto muy grande. Bogotá y el Valle de Aburrá generan el 33 % del PIB nacional y habrá destrucción de empleo y del tejido empresarial. A veces se nos olvida la caída estruendosa de la economía en abril, que fue del 20 % , o la tasa de desempleo, que llegó al 21,4 %. Cuando veíamos reaperturas, volvemos a cuarentenas que van a generar hambre. Esto no quiere decir que desconozcamos el contagio, pero los cierres absolutos ya no son la solución. En muchas ciudades del mundo hubo confinamientos más específicos y con inteligencia a la hora de cercar el virus. Pareciera que solo los epidemiólogos tienen la razón.
¿Dónde están los aportes de los economistas, los psicólogos y los profesionales de otras disciplinas que también pueden aportar soluciones? El problema del COVID-19 es latente, pero de la salud del empleo y de las empresas no se preocupan los demás”.
De manera respetuosa pero con mucha preocupación, hago un llamado a la mesura por parte de las autoridades para evitar caer en sensacionalismos mediáticos que irresponsablemente pudieran conllevar una quiebra generalizada de la economía en un momento delicado de gravísima recesión. Que las alternativas incluyan medidas focalizadas que permitan seguir con la vida productiva aprendiendo a convivir con el virus. Por ejemplo, aplicación del pico y cédula, aforos al 60 % de su capacidad, toques de queda para población no productiva, cierres por UPZ, entre otras.
Como bien se ha dicho, el coronavirus llegó para quedarse. Más que temerle, debemos aprender a convivir con él sin sacrificar la economía, el empleo y el crecimiento progresivo de la sociedad.
Deyson Padrón es politólogo. MSc Relaciones y Gerencia Internacional.