Por: Felipe Murillo Páez
En el ambiente se percibe una nueva reforma tributaria y no es de extrañarse, pues en los últimos 24 años Colombia ha tenido 13 intervenciones en su sistema tributario, algunas cobrando más impuestos, otras aumentando regulaciones, incorporando aranceles, tasas o los distintos nombres que se le han atribuido al acto de acceder al patrimonio ajeno mediante la coacción estatal.
Pero los impuestos han existido en todos los registros desde las civilizaciones más antiguas hasta nuestros días, en China Confucio fue inspector de hacienda del principe Dschau en el estado de Lu en el año 532 A. C. el mismo Lao Tse argumentaba que el pueblo no era gobernable por la excesiva carga tributaría. Augusto en Roma decretó un impuesto del uno por ciento sobre los negocios globales llamado Centísima. El impuesto de la barba era común en la Rusia de Pedro El Grande, el diezmo formaba parte de los impuestos de la iglesia, el impuesto de peaje se cobraba al transitar por determinados caminos o por cruzar algún puente, por mencionar algunos casos.
De hecho en la época de la conquista, el Nuevo Reino de Granada (la Colombia de hoy) le pagaba a la Corona Española 2% de impuestos al comercio, 2,5% a aduanas, donativos equivalentes a dos pesos para algunos nobles, incluso el diezmo (10%) que era aplicado sobre la producción agraria fue el impuesto más alto que llegó a pagar un habitante en la época de la Colonia.
Ahora en Colombia se paga 19% solo de IVA (impuesto al valor agregado), junto con otros 25 impuestos sin mencionar las tasas, contribuciones y regulaciones que de igual forma castigan el patrimonio de los ciudadanos, aún así hay quienes sostienen que aún se puede pagar un poco más de impuestos, que el contribuyente debe hacer un esfuerzo extra.
Primero hay que aclarar que la palabra contribuyente estaría mal empleada, a contribuir se le asocia con la solidaridad o la voluntad de realizar un acto y no hay nada menos voluntario que pagar impuestos, por algo son “impuestos” y no “voluntarios”.
Por otro lado ese esfuerzo extra solo se evidencia en el sector privado, pues de los 313 billones de pesos del presupuesto nacional (nunca se había gastado tanto), 184 son destinados al funcionamiento del estado, es decir, el sueldo de los funcionarios, sus viáticos, sus primas, etc,; 70 billones serán para financiar la deuda heredada de gobiernos anteriores y un poco más de 50 billones serán para inversión social.
‘Impuestos es lo que pagamos por una sociedad civilizada,’ dicen las palabras de Oliver Wendell Holmes inscritas en la entrada del edificio del Servicio de Rentas Internas en Washington, D.C; Pero como gravamos los impuestos y los gastamos determina en gran medida si somos prósperos o pobres, libres o esclavos, y más importante, buenos o malos.
Algunos dicen que los impuestos son necesarios para satisfacer ciertas necesidades y gozar de las comodidades y lujos de vivir en sociedad, pues sirven para financiar carreteras, seguridad, wifi en los parques, etc. Sin embargo, los datos señalan otra realidad, que estos impuestos en su mayoría son destinados para mantener el aparato burocrático que nos otorga estas comodidades y lujos en forma de servicios que provee el estado.
Si con el 15% del presupuesto nacional se puede financiar educación, infraestructura vial, vacunas, subsidios y una cantidad exagerada de otros bienes y servicios, ¿no será posible que el sector público haga un esfuerzo extra mayor al que hace el sector privado?, tal vez reduciendo sueldos, beneficios de ley o la cantidad de funcionarios y servidores públicos.
Por ejemplo, en EEUU son 535 congresistas para 328 millones, en Colombia hay 208 congresistas (cada uno con un sueldo de poco más de 32 millones) para 49 millones de colombianos, sin mencionar que en el país hay más de 1,2 millones de servidores públicos (más de 150 billones de pesos) y el dinero que se pierde por filtraciones (corrupción) supera los 50 billones de pesos.
Puede ser que en un principio nos independizamos de los españoles pues los impuestos que debíamos pagar al reino eran demasiado altos y la represión demasiado cruda, puede ser que hoy entendamos a los gobernantes y no nos importe pagar más dinero e incluso defendamos a nuestros represores argumentando que llevamos más de diez meses sin poder abrir negocios o ver familiares libremente por nuestro propio bien.
Puede ser que tengamos herencias sumisas y no sea importante si nos cobran impuestos, si nos reprimen, si nos violentan o no, pues la libertad tiene dos caras y la otra es la responsabilidad, puede ser que tengamos miedo a afrontar las responsabilidades inherentes a nuestros actos y prefiramos tener un gobernante a quien culpar, puede ser que tengamos alma de esclavos o síndrome de Estocolmo.
Felipe Murillo Paez es economista, maestrante en Economía y Ciencias Políticas, docente universitario y Director Académico de SFL Colombia.