Por Luis Emilio Bruni:
De todos los posibles errores que pueda haber cometido el presidente interino Juan Guaido, a mi juicio el más significativo fue haber permitido la incoherencia de los diálogos de Oslo. Por varios motivos: por los intricados conflictos de intereses de Noruega con Venezuela, Cuba, Guyana y Rusia; por la trayectoria del representante noruego en esa iniciativa, el Sr. Dag Halvor Nylander; por la agenda de los representantes del G4 que coludieron con Nylander y con los herederos de Zapatero en el Grupo de Contacto Internacional; pero, sobre todo, por como afectó la determinación y el momentum de los aliados regionales por haber sido una iniciativa inconsulta y a sus espaldas.
Eso llevó al primer gran bajón histórico del ciclo Guaido/G4 al final del 2019. Para rescatarlo, los gobiernos de Estados Unidos, Colombia y Brasil lanzaron una gran iniciativa que comenzó en enero de este año con un comunicado conjunto de las tres cancillerías sobre las condiciones y procesos electorales que se debían dar para rescatar a Venezuela (requisitos todos aún relevantes), y que prosiguió con una apoteósica gira internacional facilitada por estos aliados para ir a conquistar los corazones de la Europa ambigua y poner en una esquina al operador Borrell.
Pero todo eso también se perdió desde que el Gobierno interino se quedó distraído con una estructura internacional, que de la noche a la mañana pasó a administrar miles de millones de dólares del patrimonio de la nación, mientras el régimen avanzaba en su proyecto de vietnamización de Venezuela con sus alianzas transnacionales, al tiempo que atomizaba, compraba y victimizaba a la oposición, alternando la quimera de elecciones parlamentarias con condiciones mínimas a-la-G4, con la de la farsa electoral con el G4 clonado.
Es en este contexto que surge recientemente el denominado “Joint Statement” promovido por el Chargé d’ Affaires de los Estados Unidos para asuntos venezolanos James Story. Dentro de ese marco viene entonces el llamado al Pacto Unitario anunciado por el presidente Guaido —con el Chargé d’ Affaires Story y el representante Abrams abiertamente como operadores políticos del mismo—.
No entro a especular sobre los mecanismos políticos y burocráticos estadounidenses que le permiten a Abrams y a Story promover una iniciativa que en sus aspectos fundamentales chocan con las aspiraciones democráticas, libertarias y éticas de la mayoría de los venezolanos. Puede haber divergencias no solo dentro del Departamento de Estado, sino sobre todo entre ciertos sectores del Departamento de Estado, el Departamento de Defensa y algunos asesores de la administración Trump. En todo caso, más allá de los “garrotazos” que puedan infligirle al régimen en los próximos días, el proyecto impulsado por Story y Abrams (y sus premisas) se puede resumir de la siguiente manera: según ellos, el chavismo político (si es que hay una parte que se pueda separar del chavismo criminal), representa un buen “porcentaje de pensamiento político” en Venezuela (cosa que absolutamente nadie puede probar), por lo que entonces el Gobierno de transición debe incluir ese presunto porcentaje de representación, para organizar unas elecciones presidenciales que en su visión deberían ser bipartidistas entre un bloque unitario del chavismo y —a través de un embudo— un bloque unitario del G4, con un candidato presuntamente escogido en primarias. Estás serían las “elecciones libres y democráticas”. Desde la posición privilegiada de un Gobierno de transición mixto sería también más fácil mantener esas presuntas proporciones de representatividad en la Asamblea Nacional, configurando una transición altamente gatopardiana, con la que incluso la inefable nebulosa financiera quedaría también satisfecha. La idea de Abrams y Story conlleva a que el grupo que ya administra los miles de millones de dólares en el exterior pase a administrar el resto de lo que queda del Estado venezolano, sin ni siquiera haber rendido cuentas de la gestión interina de los recursos que ya administran.
Hay un aspecto que a lo mejor no les “sta a cuore” a Story y a Abrams, pero que es central para los ciudadanos venezolanos: la recuperación plena de nuestra soberanía, del Estado de derecho y el control del territorio sobre el suelo patrio. El pragmatismo del plan Abrams-Story calcula que, cooptando al chavismo político (supuestamente la parte no criminal) se evitará el conflicto en el momento del “paso de mando” de la actual estructura chavista a la estructura de transición mixta (chavista-G4). Cualquier persona sensata puede inferir que ningún sector del chavismo que entregue a otro podrá suplir el servicio por el que se le estaría dando cabida en el gobierno de transición, o sea, recuperar el control del territorio, expulsar a los agentes y grupos terroristas extranjeros, así como controlar la diversidad de bandas y grupos irregulares distribuidos estratégicamente en el país.
Este es el plan al cual invitan a María Corina Machado, no porque crean que ella lo va a aceptar o endosar, sino para crearle un doble vinculo, o sea, una situación en la que se le confronta con dos demandas irreconciliables para constreñirla a una elección entre dos cursos de acción indeseables: o se pliega a esta demanda inaceptable para sus principios y sus convicciones, o se le termina de estigmatizar con el estereotipo de la divisionista arrogante, y con ella, a millones de venezolanos que comparten la necesidad de la recuperación plena de la soberanía y el restablecimiento del Estado de derecho como requisito ético-existencial imprescindible para abordar con urgencia sistemática la descomunal crisis humanitaria y lograr unas verdaderas elecciones libres y democráticas, donde el futuro del chavismo político, y el de cualquier partido de la oposición, llámese como se llame, se decida única y exclusivamente en las urnas de unas elecciones plurales no controladas por ellos desde la posición privilegiada de un gobierno de transición.
Tarde o temprano, la amenaza regional —esa constelación de poderes fácticos que ha logrado un despliegue sin precedentes en el continente— deberá ser neutralizada regionalmente. Que el representante Abrams manifieste que una operación de paz, como las 14 operaciones de paz que se están desarrollando en este preciso momento en 14 países del mundo, es una obra de realismo mágico, no legitima que los venezolanos tengamos que aceptar pasivamente un gobierno de transición mixto con quienes han victimizado y saqueado a la nación. Paradójicamente, el punto número 9 del Marco para la Transición Democrática de Venezuela del Departamento de Estado, es de hecho una Operación de Paz y Estabilización. Lo inaceptable es que los saqueadores y los violadores de los derechos humanos estén representados en el gobierno de transición. El trabajo de Abrams y Story es mostrar a su jefe algún tipo de resultado en la estabilización de la crisis. El de los ciudadanos venezolanos es liberar a su país y enrumbarlo hacia su reconstrucción moral. Sin eso, no habrá futuro para la nación venezolana.
Luis Emilio Bruni es profesor de la Universidad de Aalborg (Dinamarca). Ingeniero ambiental egresado de la Penn State University, con maestría en relaciones internacionales de la Universidad Central de Venezuela y PhD. en semiótica y teoría de la ciencia de la Universidad de Copenhague. Entre 2011 y 2017 fue elegido presidente de la Asociación Nórdica de Estudios Semióticos por tres periodos consecutivos y actualmente dirige el Augmented Cognition Lab en la Universidad de Aalborg.