Por Juan Viale Rigo
Como joven venezolano y emigrante del utópico régimen socialista en el que crecí, me parece sorprendente como el socialismo nuevamente está agarrando fuerza en la juventud. Cada vez que entro a Twitter me llevo la gran sorpresa de que cada vez son más los jóvenes que desean vivir en carne propia la decandencia que conlleva intentar aplicar este sistema a sus países.
Quienes apoyan este sistema, caen nuevamente en las mentiras de la izquierda y aplican el mismo libreto repetido de eternas victimas y victimarios. En el pasado, el comunismo tuvo buena respuesta de parte de los trabajadores, quienes se enlistaron para luchar contra el “capitalismo salvaje” y buscar la igualdad social. Sin embargo, en la actualidad, la clase trabajadora ya no les responde de la misma forma. Desde la llegada del libre mercado, los trabajadores, en mejores condiciones laborales que en el pasado, comenzaron a preocuparse más por cambiar de auto, casa y generar riqueza que de luchar por un utópico mundo de igualdad social, abrazándose a la igualdad de oportunidades que ofrecía el sistema capitalista. Y es que en la libertad de mercado, (que no es perfecta) la posibilidad de invertir, elegir y desarrollar tus proyectos ambiciosos son una consecuencia.
El socialismo solo ha alcanzado la igualdad empobreciendo a la población. Todos los seres humanos tenemos distintas capacidades y buscar que todos tengamos exactamente lo mismo es como si en un partido de fútbol penalicemos al jugador que corre más o se esfuerza mucho más para que juegue igual a un jugador de bajo rendimiento. Es limitante.
Para la juventud, la experiencia de Venezuela y Cuba parece no ser suficiente evidencia para que se den cuenta de que el socialismo es una máquina de generar pobreza y arrebatar libertades. El éxito del modelo es poner al desfavorecido como bandera: hablan de eliminar la pobreza y comienzan prometiendo viviendas, becas e incluso comida y miles de beneficios que son financiados a través de impuestos, todo sin generar riqueza alguna. Estos beneficios son tan costosos para la sociedad que se hace imperioso aumentar impuestos para pagarlos, hostigando, además, a la empresa privada hasta llevarla a la quiebra. Se hace de un país un lugar muy desfavorable para invertir; generando el desempleo y monopolizando los bienes y servicios a los que el Estado brinda. Por cierto, estos bienes y servicios son financiados con el dinero de todos, haciendo que cada día ganes menos. Es un poco inocente pensar que quienes lucran y viven de la pobreza quieran realmente acabar con ella. Por algo regalan pan, mas no los empoderan para conseguirlo por sí mismos.
Los planes sociales y otros beneficios que brindan estos regímenes son financiados por nuestros impuestos y muy especialmente los que pagan los empresarios quienes, al sentirse coaxionados por la presión fiscal, abandonan nuestros países para irse a otros más propicios para invertir. Lo mismo que hace el trabajador al ver que su dinero no le alcanza. Cuando el dinero que recibían de esos trabajadores y empresarios se acaba, comienzan a surgir los nuevos enemigos del “pueblo”, ese pueblo que representa el populista de turno: el imperio, la derecha radical y los empresarios. Son enemigos creados para justificar la falta de dinero para seguir dando regalos. La finalidad de todo régimen socialista es crear un sistema paternalista del que todos los ciudadanos dependan, por eso vemos ese odio desmedido hacia la empresa privada. Un día aceptas una bolsa de comida, y al otro, debes vivir de esa bolsa todo un mes (caso Venezuela).
En Venezuela, mi país, a medida que aumentaban los beneficios también lo hacía la pobreza y la censura. Se creo un sistema de igualdad bajo términos distintos a los que sus militantes manejaron desde un principio, un sistema donde todos viven en las mismas condiciones desvaforables y piensan igual, porque el que no apoya, no come por traidor. De un momento a otro, todos dependen del populista de turno que te amenaza con dejarte sin tu bolsa de comida por pensar que el país tomó un rumbo equivocado. Hasta eres tildado de traidor cuando comienzas a pensar en votar por un cambio de modelo.
Ahora, mi pregunta para los jóvenes socialistas de iPhone y Starbucks: ¿Están dispuestos a renunciar la libertad de elegir qué comer, dónde estudiar y tener los mismos bienes que todo el mundo? ¿Están dispuestos a renunciar a su capacidad de manifestarse y expresarse libremente? ¿Están dispuestos a dejar de soñar para vivir una vida promedio al igual que el resto? Si es así, los invito a irse a Venezuela, país del que tuve que emigrar cuando vi mis metas frustradas y me convertí en un apátrida por querer más de lo que podía obtener.
Juan Viale Rigo es columnista y escritor venezolano