Por Andrés Villota
El aislamiento preventivo ordenado por la mayoría de los gobiernos nacionales significó restricciones a las libertades propias de las democracias liberales y un límite al ejercicio de algunos de los derechos fundamentales. Esto llevó a la economía capitalista, basada en la libertad y el ejercicio de los derechos a entrar en un coma profundo.
Haber interrumpido derechos fundamentales como el derecho al trabajo, el derecho a la libertad de locomoción, la libertad económica y de empresa, sumado a la restricción de las libertades individuales, afectó de manera grave el funcionamiento eficiente de los mercados. Distorsionó además sus funciones propias, como la de asignar los recursos y la de controlar precios; asimismo, afectó el ejercicio de la libre competencia y de los derechos de los consumidores.
La consecuencia lógica fue la caída en el consumo, y por ende, los precios de las acciones inscritas en las bolsas de valores, que cayeron estrepitosamente por las expectativas negativas que creó sobre los ingresos futuros de innumerables empresas y la afectación directa de sectores fundamentales en la economía de varios países.
El recalcitrante profesor Thomas Piketty experto en escribir libros para despotricar del capitalismo y presentar fórmulas innovadoras sobre cómo repartir la fortuna de terceros (la de los más ricos), acepta que la ausencia de libertades económicas y la falta de producción, acelera y aumenta la brecha entre los más ricos y los más pobres.
Para el profesor Piketty el capital no es tan malo si los ricos donan el 90 % del suyo a los jóvenes para que puedan pagar las costosas matriculas en universidades como en las que él trabaja. Pero, por culpa del aislamiento preventivo se queda sin su papel de Robin Hood contemporáneo, porque los ricos se quedan sin fortuna que repartir: si dejan de producir, de generar ingresos y de acumular recursos para volver a invertir y reiniciar el ciclo económico.
La cuarentena probó (al profesor y al mundo) por enésima vez que la esencia del capitalismo no es la propiedad sobre el capital (que Piketty pretende repartir a su antojo), sino el trabajo, la producción y la eficiencia de los mercados, que se logra solamente en entornos con condiciones perfectas de información, libre competencia, ejercicio de las libertades y de respeto por los derechos fundamentales. Comprobó una vez más que la justicia social no es que la minoría trabaje y produzca para mantener a la mayoría, sino que se trata del libre acceso a las oportunidades, en igualdad de condiciones, a los recursos, al trabajo y al libre mercado.
Desde Vladimir Lenin hasta Xi Jinping, pasando por Hitler, Stalin, Mao Tse tung, Hồ Chí Minh, Pol Pot, Idi Amin, Fidel Castro, Muamar el Gadafi o Hugo Chávez, los dictadores han vivido obsesionados con ser los dueños de todo. Hay innumerables ejemplos de las consecuencias funestas que trae repartir el capital de los que producen en un entorno en el que se restringe las libertades económicas, civiles y políticas. A esto se le suman las inmensas ineficiencias que generan los monopolios y los monopsonios estatales al interior de una economía.
El dictador Joseph Stalin desmanteló cientos de fábricas en la Alemania de la posguerra, las embarcó en trenes hacia la Unión Soviética, pero jamás las hizo volver a funcionar y producir. El Partido Comunista soviético era el dueño de todas esas fábricas, pero ni eso lo salvó de la debacle económica que sobrevino a finales del siglo XX. El dictador Fidel Castro expropió todas las grandes haciendas productivas, los palacetes de descanso de las familias más ricas y todas la empresas privadas de la isla. Hoy Cuba es uno de los países más miserables del mundo, a pesar que el Partido Comunista Cubano es su dueño.
Otro discurso que pierde fuerza por culpa del aislamiento preventivo es el de la adolescente Greta Thunberg. Primero, porque con el fin del método de producción global y el fortalecimiento de las economías locales, la aplicación de teorías fabricadas desde el mundo desarrollado no pueden ser tenidas en cuenta ni tienen sentido en países con mercados emergentes que basan sus economías en la explotación de recursos naturales. Por lo tanto, su invitación simplista a no producir para no afectar el entorno natural puede llevar a Latinoamérica a la Edad de Piedra, lo que aumentaría de manera irreversible la brecha de desarrollo entre ambos mundos.
Y segundo, porque en ciudades colombianas como Cartagena y Santa Marta, por ejemplo, se presenta la dicotomía entre la no contaminación de las playas y del agua del mar por la ausencia total de turistas, pero de otra parte, esa ausencia de turistas ha creado una inmensa crisis económica que ha afectado de manera negativa a la población de esas ciudades que, centran gran parte de su actividad productiva en el turismo.
La aparición de animales salvajes en las ciudades (que algunos interpretaron como un “mensaje de la naturaleza”) muestra en realidad cómo la humanidad está volviendo a su estado natural al detener la actividad económica y productiva. La contemplación improductiva del paisaje que pretende Greta, navegando en su costoso velero de aluminio, no es una opción.
Muchos de los seguidores de este par de influencers se dieron cuenta de que perseguían una quimera. Sumado a que los niños y los jóvenes, por efectos de esta crisis entendieron, a la fuerza, el funcionamiento de la economía, el valor de la democracia, la racionalidad económica y la conciencia de la necesidad de ser entes productivos. Descubrieron que los verdaderos héroes que están salvando a la humanidad no son los influencers, los gamers, los youtubers o los instagramers.
Andrés Villota Gómez es consultor en temas de inversión responsable y sostenible, y es excorredor de bolsa con más de 20 años de experiencia en el mercado bursátil colombiano.