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Portada » Elogio de la adulancia

Elogio de la adulancia

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25 mayo, 2020

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Más que los casos individuales de mandatarios y hombres de poder, preocupa el convencimiento general y bastante justificado de que es mejor jalar bolas que escardilla. (Youtube)

Por Alfredo Coronil Hartmann

¿Tuvo razón Edecio?

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Que asociemos a un combatiente tan valiente y decidido como Edecio La Riva Araujo con la adulancia no deja de ser una paradoja. Pero así tituló él un libro suyo, de corte político-humorístico Elogio de la adulancia, que nos hace caer en la combinación negada.

En efecto, en ese personaje, tan importante en el Copei primigenio, convergían elementos inusuales, el partido social-cristiano ha sido pródigo en excelentes oradores, pero, con una cierta tendencia parlamentaria o academicista, casi castelariana, Edecio en cambio fue un excelente agitador de plaza pública, un mitinero espontáneo, tan bueno que parecía adeco. “Machete” como lo identificaron en una aspiración presidencial posterior, fue un hombre de acción y de brega, lo que no se le pasó por alto a Pedro Estrada quien habitualmente más suave con los copeyanos, le mandó a dar una paliza fenomenal que lo sitúa, junto con Patrocinio Peñuela Ruíz, en el reducido grupo de los más maltratados seguidores del doctor Caldera.

Pero este artículo no se circunscribe ni al libro del pugnaz merideño, que fue mi buen y recordado amigo, ni a un caso particular, individual. ¡Ojalá así fuera! Se refiere a una sospecha que, día a día, se arraiga en mí, de que algún misterio del ADN nacional nos hace espantosamente proclives a la adulancia o por lo menos a tolerarla cuando no fomentarla en los subalternos, con bastante descaro.

Ese tropismo de dudosa naturaleza y a mi juicio de mal gusto, tuvo activa manifestación en el Libertador y en su primo Antonio Guzmán Blanco, Páez la toleró con distancia pese a su personalidad justificadamente autoafirmativa, Cipriano Castro llegó a la caricatura y a la absoluta desvergüenza, Juan Vicente Gómez se supo administrar, la tolero hasta donde la consideraba útil, rechazó, a veces con cierta violencia, los excesos, siempre recuerdo que cuando algún jalador irredento, pretendió erigir una estatua de don Pedro Cornelio Gómez, su padre, un hombre de negocios y familia, ajeno al oropel público, creyendo que ello seduciría al Benemérito, recibió, con esa voz helada que desnudaba el alma, un lacónico ¡Con mi papá no se meta!

Y a un ilustre y muy conocido abogado, que me da vergüenza mencionar, quien hizo un viaje expresamente para saludarlo, durante un temperamento —así los llamaban— en Ocumare de la Costa, en compañía del doctor Guillermo Tell Villegas Pulido, varias veces presidente interino, los visitantes llegaron cuando el general, sus familiares e invitados se encontraban en un largo corredor y Gómez al final del mismo, para llegar a él había que pasar junto a la pequeña corte, Villegas Pulido, cumplido caballero, fue saludando a su paso a las damas y caballeros que estaban a lado y lado del improvisado pasillo, mientras el jurista que había ido con él se lanzó en línea recta hacia el Benemérito y abrió los brazos para saludarlo, Gómez lo dejó llegar a distancia de abrazo y cortó seco: la mano…

Ni López Contreras ni Medina tenían vocación cortesana. Betancourt y sus compañeros de la JRG tampoco, porque Gonzalo Barrios la desarrolló en su edad avanzada y siempre matizada de ironía. Pero más que los casos individuales de mandatarios y hombres de poder, preocupa el convencimiento general y bastante justificado de que es mejor jalar bolas que escardilla, algo tiene que estar muy mal en el alma de un pueblo para que algo tan desagradable como rebajarse a inclinar la cerviz sea cotizado y recetado como fórmula exitosa.

Estos ya más de veinte años de disparate, como casi todas las tiranías han sido generosos en adulancia y sobre todo en muy mal gusto, mezclados con gracejo y vulgaridad, da pena y no es ajena, porque venezolanos somos todos —menos Maduro— hasta que no se demuestre lo contrario.

Y lo más grave es el poder corruptor de la adulancia, lo que surja o quien surja en el horizonte, mucho antes de que se sepa si sirve o no, para el destino al cual aspira, ya es ensalzado, deificado, adulado muchas de las insólitas chambonadas que hemos padecido en estos cuatro lustros se deben a quienes canonizaron, adularon y moralmente corrompieron a aquellos que nunca han debido hacer otra cosa que con rigor y sana modestia aprender, superarse, consultar, oír a quienes debían y desoír a los malos consejeros, siempre en búsqueda de personal provecho.

Así, mis queridos compatriotas, veamos cómo superar ese “jalabolismo” atávico, paralizante, vergonzante, aprendamos a exigir calidad, consistencia, integridad, honestidad, decencia —la decencia no es porcentual se es o no se es decente— o estaremos condenados a reeditar mediocridades, nulidades engreídas, tontos graves, ¡Ya basta! ¡Da vergüenza!


Alfredo Coronil Hartmann es un prestigioso escritor, poeta, abogado y politólogo venezolano. Cuenta con una larga trayectoria y un número importante de obras publicadas. Puedes seguirlo en @coronilhartmann.

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