* Por Mookie Tenembaum
Desde que Israel es la próxima promesa del gas, se cambió el mapa de poder de Medio Oriente. Aprovechando el impulso del desarrollo energético, Israel es un riesgo para Rusia, que ahora teme perder a su cliente “cautivo” europeo y los países árabes ven que se les achican las opciones con un petróleo cada vez más barato y menos estratégico. Esta nuevo mapa regional tiene un eje Arabia Saudita-Israel-Estados Unidos y por otro lado quedan aislados Rusia-Irán-Hezbollah. Así, Israel logra lo que es sólo un sueño cada vez más lejano para los argentinos: desarrollar cuencas energéticas y agrandar su economía con la industria del conocimiento. Estos nuevos activos del estado judío le permiten expandir su influencia y apostar por mayor estabilidad y desarrollo.
El Oriente Medio está en un terremoto inesperado en cámara lenta que ya cambió la política mundial para siempre. Hay coincidencias entre los países árabes suníes e Israel, al tiempo que al otro lado queda Irán y sus satélites chiítas. Esta nueva alianza judeo-musulmana tiene varias líneas de análisis, sin embargo, la primera es por el nuevo estado con riqueza energética: Israel.
Desde el primero de enero Israel se convirtió oficialmente en una potencia energética, y compite con otros productores de gas como Bahrein, Rusia, Estados Unidos y Australia. Desde 2020 el yacimiento de gas offshore, a unos 100 kilómetros de la costa, llamado Leviatán, exporta a Egipto y Jordania; además de proveer al estado judío para sus magros consumos.
Las reservas totales del país ya se estiman en 30 billones de pies cúbicos de gas y algunos expertos analizan que el doble estaría por descubrirse. Aunque el mundo se aleja de los combustibles fósiles, hay otro jugador mirando esta partida de póquer.
Rusia fue el vendedor histórico de energía en Israel. Con este descubrimiento no sólo perdió un cliente, pequeño de todas maneras, sino además ahora hay planes para quitarle a Putin su carta geopolítica más importante: las ventas de gas a Europa.
Grecia, Chipre e Israel firmaron un contrato muy particular, quieren construir un gasoducto de más de 2000 kilómetros que suministre a la Unión Europea el equivalente a un tercio del gas que llega de la complicada estepa, cuyo uso político es fuente de chantaje constante desde el Kremlin.
Sería el ducto submarino más profundo del mundo y costaría unos US$7000 millones. La financiación, es una pregunta difícil desde lo económico, pero desde lo político ahorraría enormes dolores de cabeza en Bruselas: cada vez que el exagente de la KGB tiene un capricho, elige el invierno para que el berrinche sea bien escuchado.
Quien perdió una oportunidad fue el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan. Sería razonable que el
gas transite ese territorio, dejando jugosas regalías, pero sus dudosas inclinaciones proiraníes hacen que nadie quiera arriesgarse a otra inestabilidad en la ruta energética. A veces, los discursos políticos para la tribuna interna cuestan demasiado caro.
A pesar de la actual intervención turca en Siria, en contraposición a Rusia y el mismo régimen de Damasco, no hay buenas señales desde Anakara, así que mejor es evitar problemas.
La pregunta que queda es qué puede hacer Putin. En Siria, hay al menos cuatro bases militares rusas; son una tentación todos los días. Sin embargo, la situación de Israel hoy es muy distinta a la de hace algunos años. Jordania y Egipto tienen mucho que perder por pelearse con su vecino rico en energía, con el que hacen excelentes negocios.
Si bien es de esperar que Rusia busque alguna manera de frenar el flujo de energía israelí a Europa, es poco probable que busque el camino de la violencia en una región que, finalmente, está encaminada hacia la estabilidad y el desarrollo económico.
Mookie Tenembaum es Analista Internacional y Filósofo. Autor de Desilusionismo, Editorial Planeta.