Por César Oropeza
“Mi mamá le escribió una cartita a Tere para darle las condolencias”, me dijo Daniella, una gran amiga y vecina que apenas tenía un par de años más que yo para aquel 16 de marzo de 1978. La Tere a la que se refiere es mi madre. En aquella época, estaba a pocos días de cumplir los treinta y ya tenía dos chamos, Heidy de tres y este servidor: César Oropeza (junior) de cinco.
“El sobre donde iba la cartita era gris por fuera y tenía una trama por dentro de punticos amarillos”, agregó Daniella.
“Polka dots amarillos en una carta de pésame. Es raro. Pero eran los setenta”, pensé.
“Nunca supe qué decía la carta. Mi mamá no me la quiso leer: yo apenas tenía ocho años. Incluso traté de quitársela, pero no pude”, terminó Daniella en el messenger de Facebook.
Una entrada más para el extenso anecdotario sobre lo que todos llaman “la muerte de Renny” y que para mí es “la muerte de César Oropeza”, mi padre, que por otro lado estaba en ese momento con Renny Ottolina como jefe de su campaña presidencial. Estoy seguro de que debe pasarle algo similar a los herederos de Medina, Duque y Olavarría.
Farrah Fawcett Majors, las gemelas Bouvier y las negras de Piquer
Tratando de recordar un poco de aquel día, solo he logrado poner en claro un par de imágenes. Veo unas negras de Nicolás Piquer atrapadas en aquel apartamento, que, montado en una loma en Colinas de bello Monte, parecía más un set de 2001 Odisea del Espacio que una residencia privada –en este caso, profuso en fiber glass y muy escaso de Eames–.
También puedo ver a mis tías echando humo como las gemelas Bouvier, pero platinadas de rubio ceniza especial. Mi madre estaba sentada entre ellas, con el mismo corte de Farrah Fawcett Majors, pero usando una gigantesca montura de carey con cristales entintados de negro –a pesar de estar dentro de la casa–.
Sé que este es un pobre servicio para el anecdotario, pero es lo único que recuerdo. Eso y la tensión que era palpable en el aire como el humo de los Viceroy.
“Él era mucho más buenmozo que tú”
“¿César Oropeza?, Yo conocí a un César Oropeza”, me dicen –casi siempre señoras–. “Era mi papá”, contesto yo. “¡Un hombre preclaro! Pero él era mucho más buenmozo que tú”, contestan. Siempre he pensado que todas esas viejas se han puesto de acuerdo para humillarme.
“¿Por que no escribes una película sobre Renny?Le puedes poner El Número Uno”, sugieren. “Creo que ya existe” les digo siempre. Lo que no saben es que una vez lo intenté.
Un cineasta llamado Juan Lucks tenía un guión sobre la vida de Renny que me cayó en las manos por casualidad. En el clímax del tercer acto se planteaba un interesante montaje en el que se hacía un paralelismo entre el accidente aéreo y la sangrienta parte final de una corrida de toros. Fui entonces lo suficientemente soberbio como para pensar que yo podía hacerlo mejor.
El proyecto ameritaba de alguien talentoso, responsable, con una fuerte motivación personal y con un estómago acerado que le permitiera adentrarse en el asunto de manera periodística, antes de emprender el proyecto creativo.
“¡Yo mismo soy!”, pensé.
“¡Oh, joven César! Si pudiera yo decirte lo iluso que eres. Y sin embargo, no puedo.”
Viendo los cientos de recortes de periódico que mi tío Pelón reunió sobre el tema, comenzó mi pequeña aventura. Así me vi inmerso en un proceso bastante doloroso que me llevó a conocer a los protagonistas de la historia o por lo menos a comprender, que tras la verdad de los asuntos, siempre hay tantas versiones como testigos.
En este Pastiche de la verdad he obviado los nombres de los contribuyentes, por respeto a sus personas y testimonios, y por precaución, ya que todo lo que les digo es de oídas y, como verán, es más una enumeración de todas las barbaridades que me dijeron, que una verdadera representación de lo que pasó.
Pastiche sobre la muerte de Renny Ottolina, Ciro Medina, Luis Duque, Carlos Olavarría y César Oropeza
“Iban al Concorde en Margarita” me dijo me tío Jorge en una reunión familiar. “Y Renny no quiso usar una avioneta que le habían puesto a la orden los (ponga acá el apellido ricachón de su preferencia), para no adquirir compromisos innecesarios”, me comentó un alto personero del MIN en su lujoso despacho en Los Ruices.
“Entonces, mientras almorzaban en El Gazebo, decidieron irse en la avioneta de Olavarría”, aseveró un joven y conocido chef de cuisine, que no estaba allí para presenciar el asunto, pero que le escuchó el cuento a un francés que fue jefe de cocina del legendario restaurante caraqueño. Le creí porque pude detectar en su voz como, sin querer, imitaba el acento de Pepe le Pew.
“Salieron para Margarita desde la Guaira y segundos después se perdió el contacto radial. Seguro ya se habían metido contra el cerro. Por eso, es que no los conseguían. ¡De bola! Todo el mundo los estaba buscando en el mar. Iban para Margarita y terminaron del otro lado en el Ávila” me comentó un miembro activo del SAR (Servicio Aéreo de Rescate) mientras desayunábamos en Maiquetía.
Un excandidato a la presidencia de Venezuela me dijo que les habían puesto en la cabina una “cápsula de gas nervioso” que, al llegar a cierta altitud, estalló dejando a los tripulantes básicamente sin uso de razón. “Eso explica que se hayan metido contra el cerro”, me dijo.
Otro veterano del SAR, que sí estuvo presente en las labores de rescate, me dijo que no: “gas nervioso un coño. Allí lo que pasó fue que el piloto era muy inexperto, se perdió entre las nubes y se metió contra el cerro sin darse ni cuenta”.
“Encontraron balas en los cuerpos”, me informó un ahora CICPC. “¡Imposible!”, aseguró otro. “El jefe del Grupo Gato era uno de los mejores amigos de Carlos (Olavarría, el piloto)”.
Alguien más, que hoy no recuerdo bien, me dijo que las detonaciones que se hicieron fueron para ahuyentar a los “animales salvajes, que daban cuenta de los cadáveres”.
Mi tío Chucho, antes de morir, me dijo un 31 de diciembre que él mismo había visto las perforaciones. Susto.
Como les dije, el proyecto ameritaba de alguien talentoso, responsable, con una fuerte motivación personal y con un estómago acerado que le permitiera adentrarse en el asunto de manera periodística, antes de emprender el proyecto creativo. Y el mono drogadicto, que es el lóbulo frontal de mi cerebro, lo único que me dice es que debo escribir con urgencia una comedia romántica. No soy yo ese tipo. Al menos no por ahora. Así engaveté el proyecto “temporalmente”.
Lo único que me quedó claro de todo el proceso es que las manos peludas –como las que hoy usan guantes rojos– antes vestían guantes blancos.
El trancazo contra el pico Naiguatá
Los detalles y secretos sobre muerte de Renny Ottolina, Ciro Medina, Luis Duque, Carlos Olavarría y de mi padre César Oropeza, son un poquito como el contenido de aquella cartita que le dirigía la mamá de Daniella a Tere. La información que necesitábamos estaba allí, todo al alcance de nuestras manos, pero no tuvimos la voluntad de luchar contra el establishment, para tomar la carta y abrirla. También, como la pequeña Dani de 1978, aún habiendo tenido el valor para agarrarla por la fuerza, tal vez no hubiéramos podido entender el contenido.
Pasa algo similar cuando tratamos de imaginar líneas temporales futuribles en donde los tripulantes de aquel Cessna simplemente llegaron a la fiesta en el Concorde sanos y salvos. Y es que ese simple hecho no es suficiente para asegurar un devenir completamente distinto en la historia de nuestro país. ¿O sí?
El trancazo contra el pico Naiguatá, hoy resuena en casa de los familiares cercanos pero también en el hogar de todos los venezolanos ya que pensamos que con estos hombres, murió también un país posible, que no lo fue.
Lo cierto es que pasan los años y el cielo encapotado de la historia se nos llena cada vez más de punticos amarillos.
César Oropeza es un director de cine y escritor venezolano