Por Ahmed Wessin
Hace unos años, debo admitir, debido a circunstancias particulares, creció en mí una apatía hacia mi país. Me quejaba de absolutamente todo, con ganas de irme como casi el 70 % de la población. Pero, a raíz de los acontecimientos recientes, en la República Dominicana se respiran aires muy diferentes, aires de esperanza y de patriotismo. Un sentimiento que había olvidado y que hasta llegué a envidiar de personas que a pesar de las vicisitudes aún mantenían su patriotismo y ganas de luchar sin quebrarse.
En la mañana del 16 de febrero, en República Dominicana se vivía un aire tenso, de incertidumbre, hartazgo, impotencia, desasosiego y las preguntas, en vez de responderse, se seguían acumulando. Hoy, 11 días después, aún no tenemos respuestas por parte de las autoridades explicando la razón por la que se cancelaron las elecciones municipales, acontecimiento que nunca había ocurrido en la historia de nuestro país y que, para nuestra vergüenza, rara vez se ha dado en otros países del mundo.
No obstante, a partir del 17 de febrero se comenzó a congregar un grupo de jóvenes protestando pacíficamente frente a la Junta Central Electoral, demandando respuestas de lo ocurrido, una investigación por un órgano imparcial y garantía de transparencia en las elecciones que se reprogramaron para el día 15 de marzo. Ese grupo aumentó de varias decenas de personas a cientos de personas el día siguiente. El martes 18 de febrero, mientras los jóvenes protestaban pacíficamente ocurrió un acto deplorable en el que se atacó con bombas lacrimógenas a las personas que protestaban sin armas y sin crear disturbios. Esto fue un detonador: al día siguiente la multitud creció de unos cientos a un par de miles. Allí me uní a la indignación con mi hermana, prima y amigos. Me encantó ver a miles de jóvenes con pancartas con mensajes creativos exigiendo respuestas y que transmitían el hartazgo de la población, esto solo fue la gota que derramó el vaso. Personas arrodilladas orando al Dios omnipotente de nuestro emblema nacional, personas de toda clase social, con diferentes simpatías políticas pero unidos por un clamor para salvaguardar nuestras instituciones muy deterioradas después de ese proceso traumático.
Con el pasar de los días la multitud siguió creciendo. No solo eso: se convocó a la población a dar “cacerolazos” desde sus casas en horarios acordados y propagados por valientes dominicanos en las redes sociales. Cuando llegaba la hora de este “cacerolazo”, era como un himno en todos los sectores y barrios del país sin importar clase social. Yo enviaba los horarios a mi abuela. El primer día la llamé y le pregunté si le había dado a la olla y me dijo que no porque no había escuchado nada. El día siguiente le volví a mandar los horarios y cuando la llamé, estaba eufórica porque había tocado su cacerola y había escuchado cientos de personas más hacerlo al unísono. La indignación se estaba transformando en lucha.
Luego, el domingo, los partidos políticos de oposición convocaron a una marcha a la que acudieron miles de personas protestando y demandando las mismas consignas que comenzaron con nosotros, los jóvenes. Los “cacerolazos” han continuado día tras día, sin vacilación.
El 27 de febrero, día de la independencia dominicana, se congregaron cientos de miles de personas en la Plaza de la Bandera para celebrar todos unidos mediante un clamor por nuestra amada patria por la que miles de personas dieron su vida, sacrificaron su tiempo y comodidad para que nosotros hoy podamos tener la libertad de elegir, hace 176 años, sin escatimar su propia sangre. Nuestros patricios lucharon hasta conseguirlo. Es por esto que queremos precisamente ejercer esa libertad que nos regalaron, mediante la votación, y que se nos garantice transparencia. Queremos que nuestra voz se escuche porque ya estamos hartos de querer irnos del país por la inseguridad que nos arropa, por la corrupción y la impunidad, de que no se respete la ley y que no haya regimen de consecuencias. Queremos una Junta Central electoral, una Procuraduría General de la República y una Cámara de Cuentas totalmente independientes de cualquier poder político. Queremos lo mismo para la Suprema Corte de Justicia, para que se imparta justicia sin parcialidad y amiguismos. Y lo vamos a lograr si seguimos unidos como estamos ahora.
Finalmente, quiero darle un mensaje a mis conciudadanos que están leyendo este artículo: no desmayemos, mantengamos los ánimos y la lucha en pie. Involucrémonos en las mesas de votación para defender el voto, persuadamos a las personas que tenemos cerca de ejercer un voto consciente e informado y finalmente, votemos. Hagamos historia.
Nunca había visto tanta unidad en el pueblo dominicano en mis cortos años de vida. Pero hoy puedo decir que estoy orgulloso de ser dominicano: Dios, patria y libertad.
Ahmed Wassin es economista con maestría en economía y estrategia de negocios de Imperial College London.