Por Antonio Cadena
Acusar a alguien de fascista se ha convertido en una forma muy común y fácil de descalificación política. Usualmente para la izquierda todo aquel que no esté de acuerdo con sus postulados y su agenda es tildado inmediatamente de fascista. Bajo esta torpe descalificación, el término pierde sentido, pues todo es susceptible de ser fascista.
Sin embargo, el fascismo es una ideología muy clara que teórica e históricamente podemos desentrañar de ese marasmo de falsas acusaciones. El fascismo se plantea como una alternativa, una tercera vía, al capitalismo liberal y al comunismo. Aunque ciertamente la lucha entre comunistas y fascistas fue a muerte, sobretodo en Italia, la realidad es que las premisas fundamentales del fascismo son de corte socialista, tanto que desde sus miembros más connotados, como el propio Mussolini, hasta muchas de sus bases tenían un pasado abiertamente socialista.
Pero no solo eso, sino que sus premisas teóricas, particularmente las económicas, son socialistas en tanto que plantean una economía planificada frente a la economía de mercado. Esto es, si en el fascismo se tolera la propiedad privada de los medios de producción, solo lo es en tanto que se rija completamente por los mandatos del Estado. De tal suerte que es el Estado quien determina tanto los precios como los salarios, así como el volumen de producción, etc. En este sentido, su contraparte no es el socialismo, sino precisamente el libre mercado, toda vez que su aspiración y objetivo político es el dominio total del Estado sobre la actividad económica. En pocas palabras, en el fascismo hay empresarios, pero esta es un grupo totalmente subordinado al poder político, encarnado en un caudillo o dictador.
Bajo esta premisa es que podemos comprender mejor la naturaleza del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Él no es un comunista ni está en contra de la clase empresarial. Tanto así que su jefe de oficina es nada menos que un connotado empresario afín al salinismo. También en su gabinete, además de Alfonso Romo, está Miguel Torruco y Jiménez Espriú, miembro del consejo de administración de varias empresas. Entonces, Obrador no está en contra de los empresarios, pero sí está por su control total. Él entiende que un proyecto donde se castigue fuertemente a la clase empresarial poco a poco significa matar a la gallina de los huevos de oro, toda vez que el Estado vive de depredar a esta clase principalmente. A López Obrador le encantan los empresarios siempre y cuando se plieguen a sus pies y acepten sin reparo los dictados que vienen desde el poder. Si actúan sin cuestionar, sin protestar y sin rechistar la recompensa será amplia. Contratos multimillonarios para hacer la obra pública faraónica que tan del agrado es de los políticos fascistas y populistas. Pero si osan desafiarlo, con la ley de extinción de dominio buscará aniquilarlos, no solo en sus bienes, sino en su libertad y en su persona. Dicha ley busca que, aún sin ser declarado culpable, el Gobierno de López Obrador pueda disponer y vender tus bienes, congelar tus cuentas bancarias y encarcelarte durante el proceso. Así, sin libertad y sin recursos, el Estado criminaliza a cualquier ciudadano por decenas de detalles fiscales que le permitan, entre otras cosas, espiarlo y encarcelarlo. Esta ley no es otra cosa que un terrible instrumento legal para reprimir y maniatar a los ciudadanos, especialmente a la clase empresarial.
El mensaje pues es claro, o estás conmigo y disfrutas de las ventajas del poder o estás contra mí y te destruyo. No hay ambigüedades en esto. Y de esta manera, López Obrador busca dominar a la clase empresarial, pragmática por naturaleza. Y esto no es otra cosa que auténtico fascismo.
El Gobierno de López Obrador ha sido muy claro en pretender conducir la economía desde el control de precios, de aranceles y, como hemos visto, la presión política a las empresas. Propiedad privada sí, pero desde el control totalitario del Estado. Fascismo puro y duro. Si a esto le agregamos las claras señales de incapacidad, inexperiencia, autoritarismo y hasta estupidez en las decisiones económicas, el futuro de México se ve francamente preocupante. El carro lo quiere conducir sí o sí un lunático con signos de demencia senil que evidentemente desconoce de economía.
La clase empresarial debe entender que nadie busca mártires. Pero eso no significa que nos reduzcamos a la condición de esclavos de un tirano que va a tirar por la borda años de trabajo y sacrificio en pos de su beneficio personal. Se trata de asumir una postura clara a favor de la libertad y de defender el patrimonio que con tanto esfuerzo hemos construido para nuestra familia, antes de que sea demasiado tarde.
Antonio Cadena es maestro en Filosofía. Profesor, escritor y emprendedor. Presidente de la Fundación Prosperidad y Libertad, encargada de difundir los valores e ideas liberales y libertarias en Morelos, México.