Por Richard Salvatierra
Será a partir del próximo 15 de enero que finalmente se firmará un acuerdo de cooperación entre China y Estados Unidos iniciando la “fase uno” y con ello se recortará los aranceles existentes producto de tres largos años de una complicada e incómoda guerra comercial entre estos dos países. Además del recorte arancelario, se obliga a China a comprar más productos a los agricultores estadounidenses.
No obstante, es muy importante tener claro que este acuerdo no traerá calma a los ámbitos comerciales pues las diferencias de visiones entre ambas naciones a lo largo de los años se han venido marcando con mayor énfasis década tras década. Atrás quedaron el restablecimiento de vínculos comerciales hace ya más de cinco décadas en los gobiernos de Richard Nixon y Mao Zedong. La real amenaza en Occidente es reconocer que China mantiene un modelo autoritario combinado con altos niveles de tecnología siempre a la entera disposición del Partido Comunista Chino (PCC).
Y esta amenaza es tan real porque China, por una parte, ha desarrollado una gran cantidad de empresas pioneras en las áreas de inteligencia artificial, y por otra parte, sigue manteniendo sus “gulags” en lugares como Xinjiang. Estas son realidades que han provocado gran alarma y estupor en muchas democracias occidentales. De la misma manera, se puede interpretar esta situación como una manifestación de incoherencia por parte del gobierno estadounidense, pues las variaciones de sus políticas oscilan entre exigir que el gobierno chino compre soya proveniente de Iowa y por otra manifiesta una franca exigencia en que China debe abandonar su modelo económico dirigido por el Estado.
Lo destacable esta situación entre ambos países es que en otras décadas ambas partes respaldaban las decisiones políticas del otro. Es así como se puede concluir que existe una parcial pero constante destrucción de los lazos comerciales entre ambas naciones. Solo sabremos el real costo de esta situación en el largo plazo; además solo se podrá deducir si el enfrentamiento de estas visiones llegará a comprometer los valores de la libertad y la búsqueda de la felicidad que Estados Unidos ha tenido como fuente y guía de desarrollo a lo largo de toda su historia.
La génesis de esta división entre estas superpotencias se remonta a 20 años atrás. El preciso momento en el cual China entró como miembro de la Organización Mundial de Comercio en el año 2001, este hecho dio mucha esperanza a quienes creían en las reformas para China tanto a nivel local como a nivel extranjero pues se creó una ilusión de liberalización económica y, quizás, también su política, allanando de este modo su integración en un orden mundial liderado desde hacía muchas décadas por los Estados Unidos.
Actualmente, esa visión ha muerto. En el pasado occidente se enfrentó a una crisis financiera y retomó su visión de potenciar sus fortalezas internas. El comportamiento de China a nivel comercial ha mejorado de alguna manera: su superávit comercial gigante se ha reducido al 3 % del PIB, generando un mejor ambiente a nivel comercial. A pesar de lo destacable en este punto, es importante recalcar que tiene una forma de dictadura aún más sombría de la ya existente bajo el presidente Xi Jinping y este hecho destaca que ahora la política de China genera desconfianza y desprecio hacia los Estados Unidos.
Al igual que con otras grandes potencias emergentes, el deseo de China es ejercer su influencia en la geopolítica mismo que se está consolidando. China tiene muy claro que es fundamental establecer un conjunto de reglas en el comercio global, además de generar una marcada influencia sobre los flujos de información, adicionalmente crear estándares comerciales y financieros. Ha construido bases en el Mar del Sur, además deinvolucrarse con la diáspora china de 45 millones de habitantes sin olvidar que intimida a sus críticos en el extranjero.
A todos esto, el presidente Donald Trump como habitualmente lo hace respondió con una política de confrontación que ganó el apoyo bipartidista en Estados Unidos. Sin embargo, los halcones de China que invaden las agencias de Washington y las salas de juntas corporativas no comparten consenso sobre si el objetivo de Estados Unidos debería ser por una parte la búsqueda mercantilista de un déficit comercial bilateral más bajo o por otra, la búsqueda de ganancias impulsada por los accionistas en filiales de propiedad estadounidense en China sin dejar de lado una campaña geopolítica para frustrar la expansión China.
Mientras tanto, Xi oscila entre los sombríos llamados a la autosuficiencia nacional un día y los intentos de globalización al siguiente, mientras que la Unión Europea no está segura de si China es un aliado estadounidense, un socio o una superpotencia liberal que está despertando por derecho propio.
Teniendo tantas señales confusas por parte de China es importante destacar que el pensamiento confuso trae resultados confusos. Tanto es así que Huawei, un gigante tecnológico chino, enfrenta una campaña tan desarticulada de presión estadounidense que sus ventas aumentaron un 18 % en 2019 a un récord de 122 mil millones de dólares.
La UE ha restringido la inversión china incluso cuando Italia se ha unido al esquema de comercio de la iniciativa del cinturón y la ruta de la seda, el cual pretende formar un conjunto de enlaces marítimos y ferroviarios entre China y Europa pasando por Kazajistán, Rusia, Bielorrusia y Polonia para terminar en Alemania, Francia y el Reino Unido. China pasó 2019 prometiendo abrir sus grandes y primitivos mercados de capitales a Wall Street, incluso cuando socavaba el estado de derecho en Hong Kong, su centro financiero global.
El acuerdo comercial de la primera fase se ajusta a este patrón. Combina objetivos mercantilistas y capitalistas pues deja la mayoría de los aranceles intactos y deja de lado los desacuerdos más profundos para más después. El objetivo táctico de Trump es ayudar a la economía en un año electoral; China está feliz de ganar tiempo con ello.
El pensamiento confuso trae resultados confusos. Huawei, un gigante tecnológico chino, enfrenta una campaña tan desarticulada de presión estadounidense que sus ventas aumentaron un 18% en 2019 a un récord de 122 mil millones de dólares. La UE ha restringido la inversión china incluso cuando Italia se ha unido al esquema de comercio de cinturón y carretera de China. China pasó 2019 prometiendo abrir sus grandes y primitivos mercados de capitales a Wall Street, incluso cuando socavaba el estado de derecho en Hong Kong, su centro financiero global. El acuerdo comercial de la primera fase se ajusta a este patrón. Combina objetivos mercantilistas y capitalistas, deja la mayoría de los aranceles intactos y deja de lado los desacuerdos más profundos para más adelante. El objetivo táctico de Trump es ayudar a la economía en un año electoral. China está feliz de ganar tiempo.
Estas señales generan una marcada incoherencia geopolítica y este hecho no es seguro ni estable. También es cierto que todavía no ha infligido un gran costo económico: los indicadores muestran que desde 2017, el comercio bilateral y los flujos de inversión directa entre las superpotencias han disminuido entre un 9 % y un 60 % respectivamente, pero la economía mundial a pesar de ello creció en un 3 % en el año 2019. Algunas empresas, como Starbucks mantiene en territorio chino 4.125 cafés y nunca se han visto afectados por las políticas comerciales desarrolladas en estos años. Pero la confrontación se está extendiendo constantemente a nuevos ámbitos. Un claro ejemplo son los campus de los Estados Unidos lugares que están convulsionados por una “amenaza roja” a todo lo relacionado con China, tanto ha sido el sobresalto que se han detectado temas de espionaje y actos de intimidación hacia estudiantes chinos.
Cada facción está planeando una desconexión que limite la influencia cotidiana una de la otra, este hecho reduce su amenaza a largo plazo y mitiga el riesgo de sabotaje económico. Adicionalmente, esto implica un conjunto de cálculos excepcionalmente complejo, porque las dos superpotencias están muy entrelazadas. La interdependencia comercial está fuertemente ligada a los ramos de alta tecnología pues, la mayoría de dispositivos electrónicos en Estados Unidos se ensamblan en China y, recíprocamente, las empresas tecnológicas chinas confían en proveedores estadounidenses para más del 55 % de sus ingresos en robótica de alta gama; asimismo, el 65% de los negocios están vinculados a la computación en la nube y el 90% de la producción de semiconductores son tranzados en mercados extranjeros.
Con todo lo expuesto se puede concluir que China tardaría entre 10 y 15 años en volverse autosuficiente en chips de computadora al igual que para Estados Unidos cambiar de proveedor implica un tiempo similar de transición. Del mismo modo en las altas finanzas, que podrían servir como vehículo para sanciones. El yuan representa solo el 2% de los pagos internacionales y los bancos chinos tienen más de 1 billón de dólares en activos en dólares. Una vez más, trasladar a los socios comerciales al yuan y reducir la exposición al dólar de los bancos llevará al menos una década, probablemente más.
Y en lo que respecta a la investigación, China aún entrena a sus mejores talentos y encuentra sus mejores ideas en las universidades más respetables de Estados Unidos: en este momento hay 370 000 estudiantes de China continental en los campuses de universidades norteamericanas.
Si la rivalidad de la superpotencia estuviera fuera de control, los costos serían enormes. Para duplicar una cadena de suministro de hardware tecnológico, se necesitarían aproximadamente 2 mil millones de dólares, alrededor del 6 % del PIB combinado de ambas superpotencias. El cambio climático es otro gran desafío que podría proporcionar un propósito común, pues sería aún más difícil de enfrentar si cada una de estas superpotencias se desacopla comercial y financieramente.
También está en juego el sistema de alianzas globales que es un pilar para la fortaleza estadounidense. Unos 65 países y territorios confían en China como su mayor proveedor de importaciones y, si se les pide que elijan entre las superpotencias, no todos optarán por el Tío Sam, especialmente si éste continúa aplicando la política actual de Primero América.
Lo más valioso de todo en el actual concierto mundial es clarificar cuales han sido los principios que realmente hicieron grande a Estados Unidos, estos fueron: 1. Las reglas clara a nivel global, 2. Los mercados abiertos, 3. La libertad de expresión, 4. El respeto a los aliados y 5. Un marco claro de Estado de Derecho en sus negociaciones.
En la década de 2000, la gente solía preguntar ¿cuándo podría ser China como Estados Unidos? En esta nueva década, la pregunta más importante será si ¿Una división completa de estas superpotencias podría hacer que Estados Unidos se parezca más a China?
Richard Salvatierra es economista, investigador y profesor especializado en matemáticas y asuntos políticos.