Por Roderick Navarro
Son demasiados los momentos de frustración que los venezolanos hemos venido acumulando durante 21 años de chavismo en el poder. No es una locura preguntarse ¿Acaso es imposible desalojarlos? Pensemos un poco sobre esto. La llegada del chavismo a Miraflores pudo ser evitada por las “élites” del momento que tenían el poder y los medios para hacerlo. Con la vuelta de Chávez en el 2002 que reafirma esta realidad, lo que sucedió en 2013 y con todo lo que hemos vivido este año de MUD, ya hasta el más inocente no debería tener la menor duda: hay una colaboración evidente entre quienes se hacen llamar oposición y el régimen que nos oprime.
Esta realidad no puede asumirse con desmoralización porque si queremos superar este desafío tenemos que asumirlo con adultez y seriedad. Recordemos esas otras sociedades que sufrieron la opresión de regímenes totalitarios: también tuvieron una falsa oposición y las superaron. Somos nosotros, los venezolanos, quienes tenemos que prevalecer frente a las consecuencias del colaboracionismo.
El acto de colaborar en el sentido histórico de “colaboracionista” (que no exagero al decir que es uno muy cruel) tiene que ver con promover una visión fingida de la realidad desde el discurso político. Esta realidad falseada tiene el objetivo de hacerle creer al ciudadano que criminales, inmorales e indecentes, sean vistos como víctimas inocentes del régimen opresor. En consecuencia, todo lo que deviene de ello se convierte en un acto que beneficia al régimen criminal y no al ciudadano respetuoso de la Ley y las costumbres. Pero ¿qué motiva a los colaboracionistas a hacer esto? La inmensurable ganancia que eso les genera periódicamente en términos económicos, comunicacionales y electorales.
Recordemos a Timoteo Zambrano, el principal interlocutor de los diálogos desde el 2002 y que hoy parece peleado con Guaidó pero están haciendo juntos lo del “nuevo CNE”. Edgar Zambrano, el adeco “expreso político”, promotor del diálogo junto a Timoteo y encargado de cuanta comisión se le ocurre al interino para “investigar corruptos”. Luis Florido de VP, el que se fue de mentira de su partido, como Caldera de PJ. Presten atención a Henri Falcón que según él vivimos en una normalidad política hasta el punto de compartir con Ramos Allup la cantaleta de la “salida constitucional, pacífica y democrática”. No olvidemos a los santos Luisa Ortega, Rodriguez Torres y Hugo Carvajal, paladines morales de la MUD que enarbolan las banderas del chavismo democrático; tampoco a la banda de diputados, en el “exilio” o en Venezuela, bajo tramas de corrupción. Usted lector, engorde la lista.
¿Acaso no vivimos en un régimen de crimen organizado transnacional? ¿No han pasado suficientes acontecimientos –o aún no suceden– para que dejen de insistir en falsos diálogos, elecciones fraudulentas o impunidad? ¿No se ha preguntado el por qué usted está cansado de ver este comportamiento en la política venezolana? Piense en estas respuestas porque esto le ayuda a retornar a la realidad, la que siempre ha estado allí.
Hay una característica de la mentalidad revolucionaria que el chavismo comparte hoy con la MUD: todo el que se incluya en la agenda del colaboracionismo tiene como ilícito desincorporarse. El resultado es la inversión del ser decente o indecente. Por ello los MUDeros apelan a la reconciliación con chavistas que recordamos aún sus crímenes desalmados, pero a sus víctimas les llaman traidores, miembros del G2 o los tachan de conspiradores de dudosa reputación, responsables del fracaso de “la causa”. Este mecanismo de defensa psicológico es como una garantía que la MUD-PSUV usa ante la opinión pública en caso de que un “ingenuo”, a sabiendas de los riesgos que asume, termine harto de la cochinada y su salida no represente un daño muy costoso. A pesar de esto, los “cándidos” no salen tan ilesos de tan improductiva aventura, tan solo hay que ver por lo que pasó el señor Calderón Berti a la edad que tiene. Innecesarias consecuencias para él y su familia.
Además de los politiqueros y sus “intelectuales”, los agentes que tienen un importante rol en esto de falsificar la realidad son los medios que incomunican a la población para mantenerla dopada. Los periodistas militantes y sus medios se convierten en los cuentistas y jueces del momento. Estos aplauden de pie cualquier acto indebido del interinato. No es que lo esconden, no es que lo tratan de parapetar, es que lo defienden. Lo hacen como un acto de “madurez social” mientras que los hechos demuestran que la criminalidad sigue impune, no solo del lado de los rojos, sino también de los que tienen –supuestamente– la moral para representarnos.
Entonces, ¿cómo podemos enfrentar los ciudadanos las acciones políticas de los colaboracionistas? Lo primero es dejar de seguir a todos los que colaboran con el régimen, pues está en seguirlos en la calle o en las redes, su principal fuente de legitimidad y poder. Luego, hacer ejercicio de la libertad de expresión por todos los medios que tengamos al alcance y también tenemos que apoyar el trabajo que hace la prensa libre, ya que así la falsa realidad no termina incrustándose en la conciencia de la gente y por ende el costo político del colaboracionismo se hace cada vez mayor.
Las consecuencias que deja el colaboracionismo pueden aún revertirse, sobre todo si no queremos perder el apoyo de más de 50 países a la lucha contra el chavismo criminal. Libertad o nada.
Coordinador General de Rumbo Libertad. Político y estudiante de politología.