Por Asier Morales
La infancia ha probado ser de las áreas más importantes para la psicología moderna. En primer lugar porque nos preocupamos por el bienestar de nuestros hijos, deseamos entenderlos, ayudarlos y colaborar en su desarrollo tanto como sea posible, algo natural, (aunque tal vez lo hayamos exagerado en los últimos tiempos). Por otro lado, la etapa infantil cobró especial relevancia desde principios del siglo pasado, dado el surgimiento de teorías que ubican la fuente de nuestras complicaciones en las vivencias de los primeros años de vida.
Hoy es casi imposible elaborar una explicación del malestar de alguien sin señalar algún evento importante en sus primeros años. Lo mismo sucede en representaciones artísticas o cinematográficas, en las que para dar contexto a las acciones de algún personaje es necesario presentar lo que sucediera al principio de su historia vital.
Peter Pan
En los últimos tiempos también hemos conocido el concepto del eterno adolescente, algunos le llaman simpáticamente el síndrome de Peter Pan, con el que hacen referencia al deseo de alguien por mantenerse en las etapas infantiles o, bien, temor a crecer.
Todos hemos sido niños, sabemos de qué se trata y en líneas generales valoramos la inocencia, honestidad e ingenuidad que describe esa etapa. No obstante, enfrentamos un problema cuando los núcleos emocionales vinculados a la niñez se mantienen activados persistentemente, dejando poco espacio a otros mecanismos.
Hace varias décadas, la psicóloga suiza Marie-Louise von Franz estudió el asunto desde una perspectiva que aborda el fenómeno del púber eterno como un personaje psíquico, con complejidades y funciones en casi todas las culturas. Voy a comentar algunas de sus características, para luego revisar cómo se ven reflejadas en exigencias políticas y protestas.
En términos generales, conseguimos al eterno adolescente en personas que parecen estar en constante forcejeo con el tiempo y con su propia edad. El sexagenario que se viste, habla, actúa y elige un automóvil que corresponde con un chico de 21, es la típica caricatura. Pero el fenómeno es tanto más complejo como interesante.
Al púber eterno le entusiasma iniciar proyectos pero le aburre continuarlos. Le encantan los primeros momentos de una relación pero desprecia el día a día y la rutina. Suele ser un excelente conversador, demuestra vehemencia por ideas hermosas, pero encuentra poca motivación en la concreción de las mismas. El pensamiento suele ser su hábitat más preciado, allá arriba en el mundo de la abstracción, donde no puede ser tocado por los fastidiosos inconvenientes de la realidad y sus límites. Las emociones propias tienen un irreductible valor, pero suele tener poco tiempo o disposición para atender las de los demás, pues lo fundamental es la satisfacción.
Adicionalmente, suelen ser considerablemente ingenuos, algo que les gana innumerables disculpas de quienes le rodean, pues transmiten la sensación de no albergar malas intenciones. Algo que es cierto a medias, pues la destructividad y los conflictos viven intactos en ellos, pero no hay espacio psíquico para prestarles atención, sin contar que le atemoriza hasta la parálisis la constatación de su propia complejidad, mucho más, su responsabilidad con respecto a sí mismo, el estado de su vida y relaciones.
Siempre la madre
Viendo este resumido panorama no debe extrañarnos que la citada autora suiza asegurara que el púber eterno tiene una relación casi de encierro en el complejo materno, esto es, las dinámicas de satisfacción y protección propias de lo que ofrecen tradicionalmente las madres. Tampoco sorprende que este arquetipo se vincule de un modo particular con la muerte, tanto de manera poética y masturbatoria, como literal y trágica.
Cabe destacar que este personaje psíquico también tiene aspectos positivos, pues de él surgen el entusiasmo y la alegría necesaria para casi todo aspecto de la vida, pero necesita conservar su propio ecosistema, sus límites y la comunicación con el resto de los elementos psíquicos, para que no se haga totalitario y dictatorial.
Un púber eterno con molotovs
Pensemos por un segundo: ¿cómo sería un ciudadano fijado en el funcionamiento del púber eterno en el ámbito político-partidista?
Podemos conseguir a alguien que exige a la sociedad, como si fuera una amorosa madre, la satisfacción de sus necesidades, que incluyen alimentación, abrigo, techo, salud, amor (o dignidad), atención emocional y oportunidades eficientes de desarrollo, es decir, educación y distracción.
Cuando estas necesidades se ven insatisfechas, porque a veces la sociedad falla en amortiguar todas las injusticias que existen en la naturaleza, lo propio no será buscar modos de alcanzar independencia y soluciones en la dura realidad adulta (trabajo, le llamaríamos). Quien se encuentra atrapado en las dinámicas del púber eterno en clave política se dedica a construir mecanismos equivalentes a un gran berrinche, entre ellos, protestas violentas.
Como todos los elementos arquetípicos que hacen vida en la psique humana, el púber no está llamado a ser exclusivamente negativo. Pero si se infla, se hace dictatorial y defensivo, si pierde comunicación y balance con otros elementos internos, entonces sale de su carril e inunda aquellos que no le son propios; generando grandes malentendidos, especialmente cuando se activa en colectivos enteros.
Tal vez para terminar merezca la pena comentar que el complemento simbólico del púber es el senex. Es decir, el anciano que no tiene prisa, que prefiere la sabiduría y la tranquilidad al movimiento juvenil y excesivo. Que no valora tanto iniciar cosas como continuarlas en plena rutina. Alguien que disfruta “el sabor del agua”, diría Jorge Luis Borges.
La manera de conseguir equilibrio no es atacar uno de los dos polos intentando aniquilarlo, sino facilitar la comunicación entre ambos, estando conscientes de que cada uno tiene una función que complementa la del otro.
Asier Morales Rasquin es psicólogo clínico, psicoterapeuta, egresado de la doble diplomatura en Economía de la Escuela Austríaca de la Universidad Monteávila de Caracas e investigador del Centro Juan de Mariana de Venezuela.