Por Andrés Henríquez
Un video de la diputada neozelandesa de 25 años, Chlöe Swarbrick, se viralizó en redes sociales esta semana. En él, la representante del Partido Verde deja caer un «Ok, Boomer» de manera sarcástica, en respuesta a las interrupciones de un diputado —mucho mayor que ella— durante su intervención en el Parlamento.
Pero, ¿cuál es el trasfondo real de esta —aparentemente— inofensiva frase y por qué desató una avalancha de memes, retuits y likes? Antes de tratar de responder, me parece indispensable recordar —como buen millennial— que el marco académico y teórico sobre el que se funda esta concepción de las generaciones es, en el mejor de los casos, confuso y para nada definitorio. Incluso, hay quienes afirman que es una invención del mercadeo estadounidense. No es mi intención entrar en este tipo de diatribas.
Chlöe Swarbrick es el prototipo del pensamiento millennial dominante. Basta con desglosar las políticas del Partido Verde, del que es miembro desde 2016. Orientado hacia el socialismo democrático (cualquier cosa que eso signifique) y al ambientalismo, bandera histórica de los movimientos progresistas. En una entrevista de hace 3 años, Swarbrick lamentó la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y dijo esperar que “en Nueva Zelanda se fortalezca la izquierda para evitar estos cambios negativos”.
Pero no es un caso aislado. De hecho, la diputada es un reflejo de la mayoría. La Encuesta Anual de la Fundación Memorial Víctimas del Comunismo (VOC, por sus siglas en inglés), publicada este mes, reveló cifras verdaderamente preocupantes con respecto a la actitud de la generación millennial hacia el socialismo en los Estados Unidos.
Según VOC, 70 % de los millennials afirmaron que es extremadamente probable que voten a un candidato socialista en las próximas elecciones norteamericanas y 43 % consideran que el Manifiesto Comunista garantiza mejor la libertad y la igualdad que la Declaración de Independencia. Incluso datos más aberrantes y sorprendentes todavía: 1 de cada 5 millennials, el 22 %, cree que la sociedad sería mejor si toda propiedad privada fuera abolida y 1 de cada 3, el 36 %, ve favorablemente implementar el comunismo.
Pero, ¿cómo son posibles semejantes estadísticas en la primera potencia capitalista del mundo? Los expertos apuntan a diversas razones y acontecimientos que han dado forma a esta concepción de la vida. La crisis financiera global de 2008 es una de ellas. Los millennials del primer mundo no vivieron los fracasos del comunismo, pero sí las consecuencias de la recesión producto de la crisis, que afectó su cotidianidad: salarios bajos, endeudamiento y un mayor costo de la vida.
La prosperidad económica y social en la que se crió la generación millennial y la constante categorización por parte de terceros, los ha llevado a buscar salir de esa comodidad para convertirse en apologistas de la justicia y la igualdad social. Una especie de complejo y remordimiento por haber nacido en una posición que les brinda beneficios que —por naturaleza— a otros no tan fácilmente. De hecho, la mayor parte de estos millennials socialistas no son de estratos bajos, como lo afirma Michelle Goldberg, columnista del New York Times: «Este fenómeno (socialismo millennial) es parte de una renovación cívica de base que está ocurriendo en todo el país, en especial entre los residentes suburbanos de clase media, que ven la llegada de Trump como el resultado de un sistema que consideran ‘podrido y fracasado’. No tienen memoria del fracaso generalizado del comunismo, pero los errores del capitalismo están a su alrededor». Esto los lleva a apoyar y viralizar a políticos como Chlöe Swarbrick en Nueva Zelanda o Alexandra Ocasio-Cortez y Bernie Sanders en Estados Unidos.
Aún más contradictorio y difícil de comprender es el apoyo joven a los socialismos latinoamericanos; especialmente durante los últimos 20 años. El voto joven fue la clave del éxito de Alberto Fernández y de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones presidenciales argentinas del 27 de octubre de este año. Luis Joaquín Caro, quien tenía tan solo dos años cuando Argentina sufrió el último default en el 2001, no dudó en elegir al Kirchnerismo. «Los años del kirchnerismo los viví muy bien», dijo Caro, de 21 años, en entrevista para Reuters, refiriéndose a la etapa previa a los casi cuatro años de recortes de gastos y duras medidas de austeridad bajo el presidente Mauricio Macri. «Hoy día no es así», dijo el joven, proveniente de una familia trabajadora de Buenos Aires.
En Ecuador y en Chile, la izquierda se ha valido de la masa juvenil para tratar de legitimar las protestas de calle en contra de la democracia y manipularla en favor de sus oscuros intereses. Los millennials latinoamericanos nos hicimos adultos en la edad de oro del socialismo del siglo XXI de la región. Querámoslo o no, las prácticas y la ideología socialista han formado parte de nuestra cosmovisión. Yo voy más allá: no cargamos solamente el bagaje ideológico de 20 años de socialismo, sino el de más de 200 años de conformación del pensamiento republicano en América Latina.
Los millennials de este continente no hemos vivido nada más bajo la narrativa resentida y victimista del nuevo socialismo; somos también, en cierta medida, producto de la construcción fracasada de ideas de que el atraso latinoamericano se debe a los abusos y desmanes de las potencias imperiales de Occidente. Una manipulación de siglos y que dio origen al castrismo, al chavismo y sus diversas vertientes delincuenciales y asesinas.
Ya esto lo expuso Carlos Rangel en Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario (1976): la errada visión de América Latina como víctima del mundo desarrollado y de las clases pudientes ha forjado un personaje tipo el «buen revolucionario», que promueve el populismo, el proteccionismo, el caudillismo y el autoritarismo como solución para la región en «venganza» por los males recibidos por los occidentales, personaje al cual se le debe disculpar sus exabruptos en nombre de su «buena causa». Es esta visión de víctima y me atrevo a decir que —más recientemente— también el complejo de victimario de los estratos más pudientes lo que ha propulsado históricamente al socialismo latino.
Rangel también hace una radiografía de los procesos que dieron paso a nuestras sociedades: «los latinoamericanos somos a la vez descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos, de los raptores y de las mujeres violadas. El mito del buen salvaje nos concierne personalmente, es a la vez nuestro orgullo y nuestra vergüenza».
Los millennials, los jóvenes de América Latina, especialmente los jóvenes venezolanos, debemos superar estos traumas históricos que están arraigados en casi todos los ámbitos de nuestra cotidianidad, incluso de manera subconsciente en nosotros mismos. En la política, en las universidades, hasta en las más simples relaciones interpersonales. El statu quo socialista en todas sus derivaciones y la hegemonía progre califica de “raritos”, “faltos de conciencia social” y “fachos” a quienes planteamos un camino distinto al atraso y la esclavitud. Tenemos la oportunidad —por haber vivido en primera fila los horrores de esta ideología— de terminar de una vez por todas tantos años de manipulación y desastres. Aceptemos nuestros orígenes, nuestras tradiciones, también nuestros errores históricos y las desigualdades inherentes a la naturaleza humana; para no atentar nunca más en contra de nuestra esencia.
Andrés Henríquez es periodista venezolano, formado en las aulas de la Universidad Central de Venezuela.