Por Cristian Vasylenko
Esta exclamación que Hollywood ha transformado en muy familiar debido a demasiadas películas cargadas de dramatismo catastrófico en las que se la inserta como proferida por testigos aparentemente indefensos, marca en la realidad una clara tendencia a nivel general. Su repugnante vacuedad hace que sus connotaciones sean mucho más reveladoras por lo que en la misma no se dice, pero sí se significa. Si no recordamos haber oído tal exclamación, o no nos gusta el cine, entonces ¿hemos sido testigos de accidentes con víctimas humanas que necesitaban de ayuda urgente?
En primer lugar, la frase dice mucho sobre quien la profiere: «que alguien», remite a un sujeto que ve la vida pasar, cómodamente desde la ventana de su casa; se trata del por aquí denominado «plateísta», alguien que protesta y exige desde su butaca hacia el escenario del teatro. En rigor, «que alguien» implica «que otro se haga cargo, porque ese “alguien” no seré yo». Y con este subterfugio, el pasivo testigo cree domeñar a su conciencia, tan solo por si acaso, para que no moleste.
En segundo lugar, «haga algo» revela total indiferencia por lo que la intervención exigida vaya a ser. Lo desesperante del asunto es que el sujeto manifiesta tener aparente conocimiento de que allí se necesita ayuda, socorro, soluciones. Pero deja bien en claro que no será él quien se involucre en el intento de análisis de la situación, en la ideación de posibles soluciones sintomáticas —no estructurales, puesto que por el carácter revelado por aquella exigencia, se evidencia que esas cuestiones le son completamente transparentes a su percepción— y de su aplicación o suministro.
La cuestión es que esta forma prescindente de operar en la vida, ha adquirido desde hace tanto, tal nivel de generalización en la sociedad mundial, que paradójicamente amplias masas son empujadas a exigir soluciones a problemas que ex profeso son desde siempre expuestos como coyunturales, a aquella que es precisamente la proveedora crónica de esos problemas: la casta política, la que ha hecho de la confusión y el embuste su estrategia perfecta para mantener oculta a la vista al perverso sistema en el que ha logrado integrar a esa descomunal masa de pasivos exigentes.
Dicho de otra manera: Eva exige una y otra vez su salvación a la mismísima maldita serpiente que ha tenido tanto éxito en engañarla para su propia perdición. Llegados a este punto, así es como el campo se les hace orégano a los políticos.
Esto nos habilita a la formulación de la siguiente tesis: la casta política absorbe nuestras vidas, pretendiendo seducirnos con sus mágicas intervenciones coyunturales, puesto que con esa estrategia logra el doble objetivo de que nunca falten problemas graves y, a través de su falaz oferta, mantenernos pendientes de su próximo acto de magia, el que nos vende como su ficticia solución. Ello garantiza que siempre sobren los problemas que ella mismos ocasiona, de manera que su oferta de «soluciones» sea una eterna cadena distractiva, y así asegurar su subsistencia vía esas ofertas mesiánicas.
Significa que, lejos de buscar soluciones a los problemas, la casta política los provoca y los mantiene, puesto que la intervención sistemática para el aporte de soluciones genuinas, necesariamente implicaría la desaparición de toda la oligarquía política —casta política y su coalición de apoyo—, para empezar.
¿Cómo se ha llegado a tal cristalización de esta tan perversa situación de dominio? «¡Que alguien haga algo!»
Cristian Vasylenko es magíster en Finanzas Corporativas; investigador y analista político y económico, y asesor de empresas.