Por Agustín Rodríguez Weil
La tregua más grande de la historia tuvo lugar en Alemania. El muro que separó al mundo en dos ideologías se hizo añicos por el empuje de la ciudadanía, la Perestroika de Gorbachov y el poderío financiero de Occidente, festejándose por todo lo alto y desatando la ilusión más conocida de la humanidad: el comunismo había sido vencido. Pero de los festejos y el júbilo, quedó la resaca. Todos estaban adormecidos y extasiados por los acontecimientos de 1989 y 1990, e increíblemente dejaron al germen crecer en una isla del Caribe. La caída del régimen soviético no mermó las ambiciones de Fidel Castro en Cuba, y sin perder tiempo, el barbudo de La Habana empezó a trabajar en la composición de otro poderío comunista. El mundo le había perdonado la vida a Fidel, pero Fidel no se la perdonaba al mundo.
De esta forma, nació el Foro de São Paulo, un frente contra Occidente y la democracia comandado por Fidel Castro, en el que los suburbios del mundo criminal se unieron en un frente para dominar Latinoamérica y apoyar al fracasado de Sabaneta, ese militar venezolano que había fallado en dar un golpe militar y que tenía entre ceja y ceja darle el país más próspero de Suramérica a sus jefes criminales.
Lo increíble es que Hugo Chávez llegó al poder en diciembre de 1998 con votos. Y desde la tierra de Simón Bolívar se gestó el asalto más grande de la historia. Arruinó a los venezolanos, acabó con la empresa privada y le dio ínfulas de poder a una pandilla de criminales. Por supuesto que la consecuencia fue la ruina de Venezuela, sin embargo, el mundo no volteó a verlo. Salvo excepciones, se limitó a cartas de condena contra un régimen que se burló de su nación. Fue tal la burla de la narco tiranía y del chavismo contra la ciudadanía que, mientras informes internacionales hablaban de la crisis alimentaria más importante en la historia de la nación petrolera, la FAO condecorada a los rectores de la nación.
El chavismo propició el éxodo más grande de la región, se convirtió en el narco régimen más peligroso de la historia de América Latina y además allanó los caminos para aliarse con Hezbollah y la guerrilla colombiana, dándole cobijo y material para propiciar asaltos. No hay ninguna duda de esto. Quedó demostrado en las declaraciones de Iván Márquez, cabeza de las FARC, quien informó sin atenuantes que volvían a las armas, dejando en claro su refugio en los llanos venezolanos como punto de partida para sus operaciones criminales. Nicolás Maduro respaldó sin miedo, colocando misiles en la frontera para intimidar a los vecinos colombianos por si estos tomaban alguna iniciativa para defender su soberanía.
Este acontecimiento —por si declaraciones previas, un vicepresidente vinculado al terrorismo islámico o alianzas abiertas con algunos de los dictadores más longevos del mundo no fuesen suficiente— terminó de dejar en claro que Venezuela, el país que aglutinó a millones de desplazados por las guerras en Europa, se convirtió en el corazón de los enemigos de Occidente. Y además, no se trata solo de una conquista para el eje del delito, sino que lo hacen frotándose las manos: conquistaron una nación ubicada a pocas horas de vuelo de Estados Unidos, con la entrada al mar propicia, con el continente a sus espaldas y con las reservas petrolíferas más grandes del mundo solo disparando a manifestantes menores de edades y a revueltas con escudos y sin armas. Ya Occidente no calla, pero se limita a aseveraciones, condenas y medidas tímidas. El comunismo volvió a la calladita, en esta ocasión más cerca de su enemigo acérrimo que nunca, y se muestra cómodo y desafiante.
Ha pasado mucho tiempo desde que se derribara el Muro de Berlín en noviembre de 1989, pero la guerra ha vuelto. El chavismo reencarnó los fantasmas soviéticos e islámicos a la vez, y el panorama es devastador. Occidente podrá no querer actuar y esconderse en un cúmulo de cartas, ¿pero valdrá la pena hacerlo o el costo es muy grande? Quedarse con los brazos cruzados una vez más para aparecer tras la carnicería con un mea culpa, como si fuese Ruanda, puede salir muy mal: hoy el enemigo de la democracia y de Occidente se hace fuerte en la entrada de América, deja crisis de migración que socavan a las naciones de la región, se arma fuertemente para agredirles, les teje rutas de drogas insospechadas y hasta se burla en sus caras omitiendo las represalias. ¿Dejarán que el enemigo siga creciendo? La guerra ha vuelto y hay que tomar medidas, al muro hay que derribarlo.
Agustín Rodríguez Weil es periodista venezolano. Ha colaborado con varios medios en su país y se especializa en cubrir el tema deportivo. En 2017 ganó el Premio Libro Fútbol, siendo el único venezolano en obtener el galardón.