Por Antonio Villar Sánchez *
Cuando Federico García Lorca volvió en 1930 de su viaje de un año por Norteamérica, llevó consigo su Poeta en Nueva York (que nunca vería publicado) y el reconocimiento internacional aún más evidente, camino de un Nobel que jamás llegaría. También el asombro, la aversión hacia la revolución en la que se vio inmerso y el sentimiento arraigado, gracias a Cuba (otra Cuba) de que “el español que no ha estado en América no sabe qué es España“.
Nunca unas palabras, tan pocas, condensaron de manera más breve y exacta el espíritu de aquellos “españoles de ambos hemisferios” sobre los que pretendió regir la Constitución de 1812. El ves y el envés de una misma realidad, como sostiene con frecuencia Mario Vargas Llosa. España está en América y América en España como nuestros dos apellidos en nosotros: unidos, inseparables, dándonos identidad.
España se entiende en las misiones de San Antonio y de San Ignacio. En los castillos de Cartagena y de San Juan. En los rascacielos de Buenos Aires y de Ciudad de México. En una calle peatonal de La Habana y en el Canal de Panamá. En Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y Gabriela Mistral. En Caracas y en la Quinta de San Pedro Alejandrino.
No hace falta haber recorrido el continente, siquiera haber ido una sola vez para intuirla. Ni se precisa viajar como Pedro Sánchez y Josep Borell para comprender que el mismo sinsentido que impidió a Lorca ver impresa una de las obras más importantes de la poesía universal, la suya, se ha adueñado del día a día de millones de venezolanos.
No hay sentido ni razón en tirar la basura en bolsas de dos colores para que la familia vecina, aún en peor situación, sepa cuál abrir para comer. En que un simple analgésico cueste el salario medio de varios meses. No hay sentido ni razón en que eso ocurra en el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, dos décadas atrás, referente de bienestar y prosperidad de toda Sudamérica.
La libertad llegará
“Cuando no esté Maduro y se vea su horror, no aceptaré excusas”, dijo Felipe González desde Argentina. “La excusa que después de Stalin o de Hitler muchos empleaban diciendo: ‘No podíamos ni imaginar, nosotros no lo sabíamos, no lo veíamos’. ¡Si no lo ven, pónganse gafas porque la realidad es evidente!”, añadió. El horror es tan visible que ciega.
Precisamente, solo la cercanía cotidiana con el terror puede causar la negación continua de lo atroz por parte de los esbirros del chavismo, sostén del Gobierno de mi país, siempre dispuestos a despreciar la Hispanidad en nombre de la democracia y los más débiles. Tanto como a defender a un bárbaro en la más amplia y profunda extensión del término en nombre de lo mismo.
Como español, veo con orgullo cada gota de España en América, cada gota de América en España, y me avergüenzo hasta la náusea de mi Gobierno, escondido tras sus socios, incapaz de liderar el apoyo internacional a quienes peor lo están pasando en pueblos y ciudades fundados un día por quienes llegaron desde la península. Y de Zapatero, de su lucrativa defensa de una falsa negociación, sólo para que el tirano gane el tiempo que no le queda a su nación.
A pesar de ellos, aunque demasiado tarde para muchos, la libertad llegará –la libertad siempre se abre paso, porque es el estado natural del alma–, y dará una vez más la razón a Jean-François Revel, al mostrar que el club con más socios del mundo, el de los enemigos de los genocidios pasados, tiene el mismo número de miembros que el club de los amigos de los genocidios en curso.
La libertad llegará. Y millones de españoles, hoy avergonzados, la sentiremos nuestra.
* Antonio Villar Sánchez es español afincado en Estados Unidos por su trabajo en el Banco Mundial y antes en la Embajada de España en Washington.