Por María Oropeza*
El régimen siempre buscó una herramienta para desmantelar poco a poco las instituciones de la República, así como intervenir en economía y corromper la sociedad. Convirtieron a Venezuela en el laboratorio perfecto para cometer los peores crímenes de los que nuestra historia ha sido testigo, al punto de robotizarnos para que sean ellos, los usurpadores, quienes decidan qué debemos hacer, decir, comer, y peor aún, cuándo hacerlo.
El desmantelamiento de las instituciones públicas no solo se hizo a través de reformas constitucionales o decretos presidenciales, sino que también sustituyendo a civiles por militares, trabajadores por esclavos y capaces por obedientes. La separación de poderes públicos fue desmantelada, para convertirse en un gran y único poder que no está al servicio de los ciudadanos, sino al servicio de los caprichos del régimen. La camisa roja y las marchas oficialistas terminaron siendo requisitos indispensables, más que los títulos, maestrías o doctorados, a la hora de obtener un cargo. La meritocracia fue sustituida por el arte de la mediocridad.
Tomaron todos los medios de producción a través de expropiaciones que terminaron siendo robos (pues nunca se indemnizaron a los propietarios de empresas, hatos, fincas, hoteles y negocios en general) con la excusa de que el Estado “lo puede todo”. Se apoderaron no solamente de propiedades privadas, sino de la inversión de tiempo, energía y ahorros de cientos de familias. ¿Y hoy? No producen nada.
Pero al tiempo se fueron reinventando: de expropiaciones pasaron a las ocupaciones forzosas, invasiones e incluso la obligación de vender a precios por debajo del costo, logrando que cada vez más negocios cerraran por falta de materia prima. Ya no podía reponer costos y trabajar a pérdida. De esta forma, el régimen puede tomar las propiedades con la excusa de que “ellos sí producirán para el pueblo”, y por supuesto, una vez más, no producen nada.
Cada intervención del régimen con controles y regulaciones, solo ha traído como consecuencias escasez, pobreza, hambre, y miseria.
Posiblemente las estadísticas parecieran apenas mostrar números, pero la realidad maneja cientos de familias en las que niños y ancianos son los más afectados por la falta de alimentos y medicinas. Niños desnutridos, pacientes sin tratamientos para sus enfermedades, hospitales sin insumos, madres haciendo largas filas para comprar artículos de primera necesidad, escuelas sin comedores funcionales, universidades con menos estudiantes, familias buscando comida en la basura y deshechos: al final, la realidad que supera cualquier estadística, libro, o ficción, es ver en carne propia el desmoronamiento físico y psicológico de tus conciudadanos, de ti mismo.
Las libertades civiles, políticas y económicas se convirtieron en el pago de aquellos que obedecieran al régimen sin pataleos; es decir, cualquiera puede ejercer la política, pero si intenta rebelarse ante la tiranía debe tomar en cuenta que sus únicas opciones son el exilio, la cárcel, o la tumba. Lo mismo pasa con los que quieran ejercer su libertad de expresión: los medios de comunicación, tanto escritos como audiovisuales, han sido multados, sancionados, se les ha negado renovaciones de concesiones, con un Estado que maneja el monopolio de la empresa de papel para periódico (lo que obliga a cerrar o los empujan hacia la autocensura).
Puede parecer banal, pero las redes sociales son la única ventana al mundo que parece quedarnos.
Muchos se preguntan cómo un país tan “rico” hoy es uno de los más pobres y la respuesta es sencilla: nunca fuimos ricos. Aunque contamos con recursos naturales, talentos y ganas, no ostentamos un sistema que brinde libertades, oportunidades, ni que respete la propiedad privada. Desafortunadamente, llegamos a tener un auge en el peor de los regímenes, con barriles de petróleo que rondaban los 100 dólares, dinero que no iba al desarrollo del país, sino a los bolsillos de testaferros y enchufados, y hoy no nos queda absolutamente nada porque se robaron todo.
Venezuela ni siquiera está estancada, Venezuela va en retroceso total, a pesar de que en su momento tuvo la oportunidad de avanzar hacia el progreso, la modernidad, el desarrollo y prosperidad. Hoy vemos a los venezolanos obligados a soportar días enteros sin electricidad, a usar fogones para cocinar por escasez de gas, acudir a ríos contaminados por falta del suministro de agua potable o a hacer filas interminables para llenar combustibles de gasolina.
Se observa incluso un aumento de casos de depresión, enfermedades mentales y suicidios. Según el Observatorio de Violencia de Venezuela, en el país ha aumentado la tasa de suicidios un 19,09 por cada 100 000 habitantes, siendo una de las más altas de América. La razón principal es la crisis económica que atraviesa el país. En los casos de depresión, la solución consiste en tratamientos psicológicos (terapias) o, en los peores casos, tratamientos medicinales. Pero en un país en el que a las personas no les alcanza el sueldo ni para comer la mitad del mes, menos les alcanzará para asistir a terapias o cumplir con tratamientos.
Me cuenta un amigo cercano, cuyo tío padecía de tiroides, que debido a la escasez de medicinas en el país, se le hacía muy difícil conseguir su tratamiento, entonces comenzó a padecer también un cuadro de depresión típico de esta y otras enfermedades. Un día iba en su moto, se detuvo en la mitad de un puente y se lanzó al vacío. Solo dejó una carta donde aseguraba que no dejaba deudas.
Este tipo de testimonios se han hecho cada vez más corrientes. A pesar de los recursos, a pesar de los tantos talentos, a pesar de la energía con la que se cuenta, a pesar de las capacidades, a pesar del amor que tenemos por este territorio y sus tradiciones, no tenemos libertad ni hay comida, no tenemos bienestar ni prosperidad.
Cada una de estas razones ha hecho que casi 5 000 000 de venezolanos busquen oportunidades en otras fronteras. Comenzaron yéndose masivamente en avión, luego por buses y actualmente hasta lo hacen caminando. ¿Qué tan mal puede estar un país para que sus ciudadanos se vayan a otros países a pie? He allí la degradación y el agravamiento de la situación. En los últimos años, a Venezuela le ha tocado ver partir a sus seres queridos o por la morgue o por las fronteras, porque parece que se agotaron las opciones de supervivencia.
Pero sabiendo con un poco más de detalles la crisis económica, política y social, ¿qué hacer entonces para liberar a Venezuela del yugo socialista, populista y militarista en el que hoy se encuentra atado? ¿Cómo avanzar en la ruta del coraje en medio de un país que tiene a todos los organismos de represión apuntando con el gatillo al que salga a pedir agua o libertad? ¿Por qué razón tendrían los gobiernos democráticos del mundo tener que ayudar a una nación que hoy está sumergida en la barbarie? ¿Es acaso su responsabilidad, tomando en cuenta que ellos también tienen una nación a la cual resolverles sus problemas?
Los venezolanos somos conscientes de que cada gobierno democrático tiene una responsabilidad inmensa con sus naciones y sus ciudadanos, y que su seguridad y libertad se antepone a la de cualquier otra nación. Sin embargo, no está de más tomar en cuenta las siguientes consideraciones: (a) los venezolanos enfrentamos una tiranía criminal que causa a diario daños económicos, sociales y políticos que parecen ser irreparables (b) clara muestra de ello fue cuando el pasado 23 de febrero quemaron los camiones con ayuda humanitaria que varios países habían enviado (c) el régimen de Maduro no está solo, tiene de aliado a las fuerzas más oscuras y criminales de la geopolítica, tenemos la invasión del régimen de los Castro, guerrillas de FARC, ELN, grupos terroristas, militares rusos, régimen chino, colectivos armados y organismos de represión, que, a su vez, son mafias (d) somos una ciudadanía completamente desarmada: nuestras armas de defensa en cada protesta son pitos y pancartas de libertad, dado que el porte de armas está prohibido (e) el régimen de Maduro no solamente es una amenaza para los venezolanos, es una amenaza para el resto de la región, e incluso el mundo entero. La estabilidad de Occidente hoy se ve en peligro ante un régimen que está aliado con sus enemigos para destruirnos.
Aunque duela enormemente, hoy se debe reconocer que Venezuela está secuestrada.
Está secuestrado el empleado público que debe fingir ser chavista para mantener su trabajo.
Está secuestrada la ama de casa que debe fingir ser chavista para conservar su caja de comida (CLAP).
Está secuestrado el paciente renal que debe mostrar su carnet de la patria para obtener una diálisis.
Está secuestrado el joven que no puede salir de casa al caer la noche porque corre el riesgo de ser asesinado o secuestrado por el hampa.
Está secuestrado el barrio que quiere protestar por falta de servicios públicos pero son amenazados de muerte por los colectivos armados.
Está secuestrado el periodista que quiere informar la verdad, pero es censurado o amenazado si lo hace.
Está secuestrado el político que busca rebelarse contra la tiranía, pero es perseguido, encarcelado o asesinado.
Está secuestrada la reserva moral de la Fuerza Armada por los esbirros del régimen castrista.
Está secuestrado el mismísimo Nicolás Maduro, por sus mafias aliadas, porque si cae él, caen todos.
Estamos secuestrados todos los venezolanos, que sufrimos a diario “torturas blancas”, aquellas que no necesitan de ningún objeto para hacerte daño, basta con que te corten los servicios de agua y electricidad por semanas enteras, que te quiten los alimentos y los insumos médicos, y dejarte incomunicado; basta apenas que te quiten tus necesidades básicas para sobrevivir y tener como consecuencias a cientos de niños, ancianos y familias asesinadas por la tiranía. ¿Qué más hace falta?
Ante esto, traigo a colación una frase de uno de los próceres más grande que ha tenido Venezuela y América, Francisco de Mirada, y dice lo siguiente: “yo soy y seré perpetuamente, acérrimo defensor de los derechos, libertades e independencia de nuestra América, cuya honrosa causa defiendo y defenderé toda mi vida, tanto porque es justa y necesaria para la salvación de sus desgraciados habitantes, como porque interesa además en el día a todo el género humano”. Cuando gritamos al mundo que “solos no podemos” y que necesitamos de su ayuda, no es por falta de voluntad, sino por enfrentar a un régimen que solo sabe de asesinar y desaparecer a cualquiera que se le rebele, sin importar que sea venezolano o no, porque hay que dejar muy claro que este proyecto es expansionista. Por la estabilidad de Venezuela, América y el resto del mundo, hoy pedimos a nuestra legítima Asamblea Nacional activar el artículo constitucional 187, numeral 11, y al mundo democrático, la activación de la Responsabilidad de Proteger.
Duele decirlo, pero al día de hoy, Venezuela no aguanta más. Aunque estamos conscientes de que esta lucha no tiene vuelta atrás, el mundo debe entender que estamos secuestrados y que para liberarnos, solos no podemos.
* María Oropeza es abogada y secretaria política de Vente Portuguesa.