Por Manuel Ballagas
Alguien debería explicar a los dreamers que están protestando contra el político equivocado. No fue el presidente Donald Trump quien les colocó en el precario estatus que ahora les agobia. Por más que los demagogos se empeñen en ocultarlo, fue bajo el mandato de Barack Obama que se gestó el disparate llamado Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés).
No hace tanto tiempo de eso, como para que lo hayamos olvidado.
Una pieza legislativa bipartidista llamada Dream Act ronda el Capitolio hace más o menos 16 años. En sus múltiples versiones hubiera puesto punto final a la incierta condición migratoria de cientos de miles de indocumentados traídos a EE. UU. cuando eran menores de edad. Pero por motivos raigalmente políticos los congresistas nunca lograron ponerse de acuerdo para apoyarla, incluso cuando pasó a formar parte de dos intentos bipartidistas de reforma migratoria presentados en los años 2006 y 2007 respectivamente.
En 2010 y 2011, y gobernando Obama, fracasaron dos intentos de aprobar el Dream Act, por la renuencia de los demócratas a poner coto a una ola de inmigración ilegal que la mayoría de los estadounidenses rechaza.
Para lograr un acuerdo en ambas ocasiones hubiera bastado aceptar la instauración obligatoria del sistema E-verify en todos los centros de trabajo, así como dedicar más recursos a la seguridad fronteriza y hacer cumplir las leyes migratorias vigentes. Los demócratas, empero, pusieron la retranca. Incluso cuatro senadores de ese partido votaron contra el Dream Act y uno se abstuvo de votar por éste en 2010. Ahora, movidos por la cancelación de DACA por Trump, algunos legisladores quieren resucitar el proyecto.
Era hora. De igual forma es quizás el momento de acometer, en una legislación de más alcance, todos los desperfectos y anacronismos del actual sistema migratorio, de modo que dos décadas más adelante tengamos una inmigración legal y de calidad, y no haya más menores indocumentados atrapados en un limbo.
Para esta tarea es necesario, sobre todo, voluntad; pero también patriotismo, sabiduría y apego a la ley. Es lo que le faltó a Obama en 2012, cuando usurpando una potestad que no le asistía, produjo una orden ejecutiva de naturaleza tan efímera como ilegal, llamada DACA.
Fue un engaño a los dreamers, un engaño a la nación y un engaño a sí mismo. Creyó, sin duda, que le sucedería en 2016 alguien que legitimaría calladamente esta barrabasada, pero el tiro le salió por la culata.
Y es que en Estados Unidos el Congreso legisla y el Presidente ejecuta. El propio Obama lo dijo una vez: “Soy presidente, no emperador”.
Parece que por favorecer de manera demagógica a casi un millón de muchachos extranjeros el expresidente se olvidó de sus propias palabras, y de paso, de los votantes estadounidenses y de la Constitución que juró defender.
Es bueno ahora recordárselo. Y a los dreamers también.
Manuel Ballagas es un escritor de origen cubano. Ha ejercido el periodismo en medios como The Wall Street Journal, El Nuevo Herald y The Tampa Tribune. Fue consultor editorial de la revista Foreign Affairs en español. Es autor de dos novelas, un libro de relatos y un libro de memorias. Actualmente se desempeña como consultor de medios y traductor.