Por Luis Guillermo Vélez Álvarez
La República en Marcha, el movimiento del presidente Emmanuel Macron, triunfó contundentemente en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, obteniendo 308 escaños en la Asamblea Nacional, 19 más que los 289 requeridos para alcanzar la mayoría absoluta. El Movimiento Demócrata de François Bayrou, aliado de Macron, obtuvo 42, con los cuales el gobierno logra una holgada mayoría de 350 diputados.
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La derecha tradicional – la del expresidente Nicolas Sarkozy y del excandidato presidencial François Fillon – salvó los trastos con 130 diputados. El viejo Partido Socialista tendrá 30 diputados en la nueva legislatura, 250 menos que en la anterior: una derrota sin atenuantes. El Partido Comunista mantiene la decena de escaños en la que está estancado desde hace décadas, en tanto que el Frente Nacional (FN), con ocho elegidos, cuadruplica la representación que tenía en la anterior legislatura, pero queda muy por debajo de los 35 alcanzados dos o tres legislaturas atrás. El movimiento Francia Insumisa, del excandidato presidencial Jean Luc Melechon, se estrena en la Asamblea Nacional con 17 diputados.
Evidentemente, el hecho más notable de estas votaciones es el desplazamiento de los partidos tradicionales por movimientos de muy de reciente creación, como son los de Macron y Melechon, que surgieron para estas votaciones, y el liderado por Bayrou, creado hace solo siete años. Esto es más significativo, dadas las características del sistema electoral francés – de circunscripción unipersonal mayoritaria – que tiende a favorecer los partidos políticos tradicionales, pues obliga a los movimientos políticos emergentes, para lograr representación en los cuerpos colegiados, a obtener mayorías localizadas en cada circunscripción, lo que es mucho más difícil que alcanzar representación bajo un sistema proporcional de circunscripción plurinominal.
Este sistema electoral es el mismo que en Estados Unidos y el Reino Unido ha permitido la permanencia durante siglos de los tradicionales partidos Demócrata y Republicano, en el primero, y Whig y Tory, en el segundo. En ambos países existen varias decenas de partidos que nunca o rara vez alcanzan representación en los cuerpos colegiados.
Para lograr la mayoría, los candidatos de los movimientos de Macron y su aliado Bayrou, la gran parte de ellos sin experiencia política previa, han debido derrotar a políticos tradicionales, muchos de ellos exministros y diputados de largas trayectorias, en sus propios feudos electorales. Esto ha dado lugar a una renovación sin precedentes del legislativo pues el 75 % de los diputados son novatos que llegan por primera vez al Palais Bourbon, sede de la Asamblea Nacional de Francia. Sin esta victoria, que no estaba en forma alguna garantizada por el resultado de la elección presidencial, Macron se habría visto obligado a formar una coalición o, peor aún, a “cohabitar” con la oposición.
El régimen político francés es una curiosa combinación de presidencialismo y parlamentarismo. En un régimen parlamentario el jefe de gobierno es el líder del partido o coalición de partidos que tiene la mayoría del parlamento. No puede haber gobierno sin mayoría. En un régimen presidencial el poder ejecutivo surge como el del congreso de la elección popular. Si no tiene mayoría en el congreso, el presidente tendrá dificultades para gobernar pero no tiene que dejar de hacerlo ni puede disolver el congreso y llamar a nuevas elecciones. En el sistema semipresidencialista francés – también el de Portugal y Perú – existe la figura de primer ministro o jefe de gobierno que eventualmente puede ser de partidos opuestos al del presidente de elección popular. Esta situación es la llamada “cohabitación”. François Mitterrand, como presidente, cohabitó en dos oportunidades con Jacques Chirac, como primer ministro; y éste, como presidente, en una con Lionel Jospin.
No teniendo que cohabitar con nadie y con una holgada mayoría, Macron está en condiciones de adelantar sus propuestas de recorte de la burocracia, menores impuestos e impulso a la iniciativa privada que lo acercan a la visión de Angela Merkel. Puede configurarse así un nuevo liderazgo que oriente a la Unión Europea hacia un política menos asistencialista y más responsable con los equilibrios macroeconómicos.