Por Alberto Mansueti
Cuando llega al Gobierno, la derecha mala no hace las reformas profundas para cambiar el sistema; y así la izquierda, tarde o temprano, regresa al poder.
En Nicaragua, el señor Daniel Ortega y su partido socialista FSLN se entronizaron en 1979, cuando sus guerrilleros tumbaron al último de los Somoza. Pero en 1990 la gente se cansó del FSLN y de Ortega, y votó por la oposición de derechas. El péndulo dio la vuelta y hubo tres presidentes inútiles: Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños. Tras 16 años de espera, el FSLN volvió al poder, en 2006, y con su caudillo de siempre, quien en 2016 se hizo reelegir.
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En Chile fue más rápido. Las izquierdas siempre se pelean entre ellas, excepto para las elecciones, y la señora Michelle Bachelet fue elegida presidenta en 2006, al frente de una coalición socialista. Pero la izquierda perdió en 2010, y ganó Sebastián Piñera, cuyo Gobierno no hizo ni una sola de las reformas de fondo, requeridas para que Chile retomara el buen camino, que poco a poco se abandonó después de Pinochet. Así las izquierdas regresaron, y con la misma lider, Bachelet, menos de 5 años después.
En Colombia, las guerrillas FARC y ELN no han podido tomar el poder por las armas. Pero desde la caída del general Gustavo Rojas Pinilla en 1957, la derecha mala puso todos los presidentes, por 60 años, y ninguno hizo los cambios fundamentales. Por eso el país ha caído en manos de la izquierda dura, con sus mañosos “Acuerdos de Paz”, rechazados por el pueblo en referéndum, pero impuestos no obstante “a la brava” por los socialistas “del siglo XXI”.
El socialismo se llama en Argentina “peronismo”, y desde su fundación, en 1944, conserva ciertos rasgos fascistas. Pero hay una fuerte izquierda no peronista, con honda penetración en la derecha mala (al igual que en Colombia); la cual ganó las elecciones con el señor Macri en 2015. A un año de su gestión, el 24 de diciembre de 2016, The Economist tituló así: “La recesión refuerza a la oposición”. Describe la pésima situación de la economía, que “sigue enferma”, a pesar de quitarse el control de cambios, corregirse los abusos del INDEC (Ministerio de Estadísticas) y negociarse un acuerdo con los holdouts.
Macri ha levantado solo las más salvajes medidas y políticas de la izquierda primitiva, lo que la derecha mala sabe hacer, y lo hizo, en sus primeros 100 días. Pero ahí no más llega. The Economist describe “una caída del 1,8 % del PBI según datos del FMI, una baja de 8 % de la producción industrial en octubre, un derrumbe de la construcción del 19 %, y 1 de cada 12 argentinos está sin trabajo”. Y termina anunciando que 2017 puede ser para Macri “aún más desafiante” que 2016.
Los macristas, como siempre los argentinos, creen que los empresarios y capitalistas extranjeros están ansiosos por invertir en su país. Pero en todo el mundo, y como siempre sucede, el capital, sea nacional o foráneo, no soporta impuestos confiscatorios, ni reglamentaciones arbitrarias. Más bien se va de los países cuyos Gobiernos no se atreven a recortar drásticamente el gasto fiscal exorbitante para atender funciones impropias del Estado, factor que es el padre de los impuestos astronómicos, de la inflación, y de la presión reglamentarista decretada por los “intereses especiales”, asociados con la enorme burocracia parasitaria.
¿Hay que ser adivino para predecir un pronto retorno del peronismo en Argentina? Ya hubo un Gobierno parecido, el del presidente de la Rúa, al que derrocaron antes de tiempo, en 2001.
Aleccionados por las inquisiciones judiciales, cárceles y linchamientos mediáticos, ya los militares no tumban presidentes, pero los tumba otro factor: la “histeria anticorrupción” de las clases medias, digitadas desde la trastienda por sectores políticos que la hacen lucir como “indignación surgida de modo espontáneo en las redes sociales”, tras el orquestado bombardeo mediático. Así, la izquierda blanda y la derecha mala, en Brasil, sacaron del poder a Dilma Rousseff, en agosto de 2016.
La histeria anticorrupción es un instrumento del sistema, que le sirve para perpetuarse, porque lleva al público a enfocarse no en el sistema, sino en tal o cual “corrupto”, y en tal o cual “corrupción”, y sus detalles escabrosos y sensacionalistas. Anda de la mano con la “antipolítica”, aviesa política inventada por los politiqueros aprovechados del sistema, para hacerle creer a los despistados que el problema no es el sistema, sino “los políticos”; y así desplazan a los buenos políticos profesionales de la escena política, y la llenan con famosos del deporte, la canción popular, los medios o el espectáculo, mucho más fáciles de manejar e instrumentar.
Esto pasó en Perú. En medio de la furia contra “los políticos”, en el Centro de Liberalismo Clásico hicimos una encuesta en los últimos Congresos, y “políticos” casi no encontramos: en su mayoría los parlamentarios son y han sido voleybolistas, locutores parlanchines de la radio, figuras de la tele, artistas, músicos y cantantes populares, sindicalistas y “luchadores sociales”. ¿Políticos? No.
¿Sería sorpresa si tumban al señor Kuczynski? Su Gobierno es pésimo. No sirve ni para hacer mercantilismo, la vieja especialidad de la derecha mala. La Sociedad Nacional de Industrias le ha lanzado un aviso: las empresas están emigrando: “Manufacturas mudan sus operaciones a países que brindan mejores condiciones para competir en el mercado internacional.”
“Los sectores más afectados son los productos refractarios, motores eléctricos, maquinaria para minas, neumáticos, carrocerías, prendas de vestir, productos metálicos, textiles y farmacéuticos. Se han perdido más de 130.000 puestos de trabajo en una recesión que no ocurría desde hace 25 años. En los últimos tres años la producción industrial lleva una caída de 7.4 %. El PBI industrial per cápita de 2016 es similar al del 2010: unos 2.000 soles. Seis años de crecimiento se perdieron. A las pequeñas y microempresas MYPES les es muy difícil crecer, porque deben asumir mayores costos. Por eso el 99.3 % del tejido empresarial formal es MYPE.”
Los politiqueros del sistema están furiosos con el presidente Donald Trump y sus restricciones migratorias, porque huir a los EE. UU. siempre fue la “válvula de escape”, para evitar los grandes cambios: mudarse para trabajar allá, los de clase media como médicos, ingenieros, empresarios o gerentes; y los de clase popular como albañiles, plomeros, mecánicos, o limpiadores de baños. Todos enviando sus “remesas” para sus familias, en sus países. ¡Pues parece que se acabó!
Algo bueno hay en esto: llegó la hora de la verdad.
Alberto Mansueti es abogado, licenciado en Ciencias Políticas y maestro bíblico cristiano. Nació y creció en Argentina y ha sido profesor en universidades de Perú, Guatemala y Venezuela. Es autor de varios libros, presidente del Centro de Liberalismo Clásico para América Latina y secretario ejecutivo del Foro de Cochabamba. Lo pueden seguir en Twitter bajo @MansuetiAlberto.